Poetas por doquier
EN SU tiempo, Andréi Voznesenski escribió unos proféticos versos en los que pintaba un cuadro escalofriante del estadio Luzhnikí de Moscú: catorce mil poetas sentados en las gradas, mientras, iluminado por los focos, salía al estrado el último lector de poesía. Serguéi Chuprinin, director de la revista Znamia y autor de la guía biobibliográfica La Nueva Rusia. El mundo de la literatura, confirma que la profecía de Voznesenski se ha cumplido: unas 14.000 personas en Rusia no sólo escriben poesía, sino que la publican. A los que hay que sumar quienes lo hacen en periódicos, revistas y en la red. Para Chuprinin, esta situación significa una catástrofe nacional, porque "el país y su cultura no necesita 14.000 poetas y mucho menos 100.000. Es imposible leer ese torrente de versos. No se pueden analizar responsablemente". Y si de esas 14.000 personas que publican poesía, la mitad puede ser calificada de grafómanos, quedan aún miles que "tienen algo que decir y que saben hacerlo en verso, transmitiendo urbi et orbi su experiencia única, dirigiendo nuestro ánimo, refrescando profesionalmente nuestro idioma y nuestros sentimientos".
Valgan estas reflexiones de Chuprinin como disculpa ante la imposibilidad de abarcar toda la riqueza poética de Rusia de los últimos 15 años. Para dar por lo menos una idea de las corrientes que han predominado en este periodo, utilizaremos la clasificación hecha por el editor, crítico y poeta Dmitri Kuzmín.
Los conceptualistas y los metarrealistas dominaron la primera mitad de los noventa. "Los primeros centraban su atención en el problema de la total falta de libertad de la expresión humana, de su inevitable falsedad, de la predeterminación del conjunto de prácticas discursivas. La crítica sociocultural presentada por el conceptualismo fue muy fuerte e influyente, pero a fines de los noventa se había agotado", señala Kuzmín. De las cuatro figuras clave de esa corriente, sólo uno -Dmitri Prígov- continúa fiel al conceptualismo; Timur Kibírov y Mijaíl Sujotin cambiaron su orientación y evolucionaron hacia una lírica muy íntima y algo dolorosa, mientras que Lev Rubinstein abandonó la poesía para concentrarse en el ensayo.
Para los metarrealistas el fundamento de la mundovisión poética es el objeto del mundo circundante, el contenido metafísico de ese objeto; el denso diálogo metafísico que las cosas mantienen entre sí y al que debe unirse, como un igual, el hombre. De los cinco principales metarrealistas, dos -Alexandr Yeriómenko e Iván Zhdánov- prácticamente se han refugiado en el silencio; Vladímir Áristov, Arkadi Dragomóshchenko y Alexéi Párshchikov continúan una labor poética fructífera, pero ya no están en el centro de la de la crítica ni de los lectores. Esta poesía es demasiado compleja y su relación con la actualidad, demasiado indirecta.
El extenso espacio entre estos dos polos ha estado ocupado por el mainstream del posacmeísmo, siguiendo el camino delineado, ante todo, por Anna Ajmátova y Osip Mandelstam. Como explica Kuzmín, estos dos grandes comenzaron juntos, "pero luego sus poéticas se distanciaron muchísimo, dejando a sus seguidores un gran diapasón de posibilidades". Simplificando las cosas, se puede decir que los dos principales grupos fueron Moskóvskoye Vremia -Bajit Kenzhéyev y Serguéi Gandlevski, ante todo- y las diferentes ramas de lo que se podría calificar como la "escuela leningradense": Iósif Brodski, Yevgueni Rein, Alexandr Kúshner; la generación siguiente: Víktor Krivulin y Yelena Schwartz; la más joven: Alexéi Purin, Oleg Yúriev, Valeri Shubinski. Éste es el tipo de poesía que ha ocupado casi todo el espacio de las "revistas gruesas". Todos ellos (a excepción de los fallecidos Brodski y Krivulin) y algunos otros de la misma tendencia continúan en el centro del proceso literario, aunque la obra de algunos maestros de la generación más adulta está en decadencia. Aunque sigue escribiendo mucho y bien Kenzhéyev; después de un intervalo de 17 años regresó a la poesía Alexéi Tsvetkov; acaba de publicar sus obras escogidas Yúriev. María Stepánova y Arseni Rovinski, que siguen la tradición de Krivulin, han dado nueva vida a esta tendencia, teniendo como tema central el lugar del hombre sencillo en la historia.
En la periferia del mainstream posacmeísta está, de un lado, la poética más conservadora, orientada al verso ruso del siglo XIX. Destacan Inna Lisniánskaya y Natalia Gorbanévskaya, pero no se ven nuevos autores interesantes. De otra parte, existe un amplio y heterogéneo grupo de poetas para los que el canon posacmeísta en una u otra manifestación no representa su mundo que deben desarrollar y arreglar, sino un punto de partida para avanzar hacia otros mundos poéticos. Mijaíl Aizenberg y Yevgueni Sabúrov son típicos ejemplos de los noventa. En ellos la prosodia posacmeísta se manifiesta en su capacidad de asimilar las lecciones del concretismo e imbuirse de las cuidadosamente conservadas entonaciones del lenguaje oral. Nikolái Báitov "balancea en el límite de la conceptualista negación total, pero no traspasa esa frontera gracias, en gran parte, a su interés por el tejido poético en sí, por la organización ritmomelódica y fónica del texto", señala Kuzmín. En las generaciones más jóvenes, Andréi Poliakov y Serguéi Kruglov mostraron una cardinal deformación del canon posacmeísta, y parten de Mandelstam en su comprensión del diálogo del hombre con la cultura como único modo de soportar la ilimitada soledad existencial, pero hibridan la poética del maestro: el primero con el absurdismo de la influyente escuela de la primera mitad del siglo XX conocida como los oberiuti; y el segundo con el verso libre de la poesía europea de mediados del siglo pasado. En esta misma clave podemos referirnos a la obra de importantes autores de los noventa y comienzos de la presente década: Yelena Fanáilova, Ígor Vishnevetski, Nikolái Zviáguintsev y otros.
Un lugar especial lo ocupa la línea de la poesía rusa para la cual el principal acontecimiento del siglo de plata no fue el acmeísmo, sino el futurismo. La mayoría de los autores para los que el principal interés en el futurismo estaba en la idea de la síntesis de las artes y la renuncia al logocentrismo abandonaron las fronteras de la poesía y avanzaron hacia la poesía visual, la soundpoetry, el performance. La interpretación del futurismo como el intento de liberar el significado del yugo de la norma del idioma dio en la segunda mitad del siglo pasado un maestro excelso como Guennadi Aigui.
Otro grupo está formado por autores para los que las principales fuentes de su poética se encuentran fuera de la tradición nacional rusa. Por ejemplo, el análogo ruso de la poesía objetivista personalizado en Stanislav Lvoski, Serguéi Timoféyev o Víktor Poleshchuk. Prácticamente todos los que escriben en verso libre en lugar del verso rimado y métrico integran este grupo sumamente heterogéneo.
Paradójicamente, no está muy desarrollada en Rusia la poesía típicamente femenina, a pesar de haber tenido en el siglo pasado a clásicos como Ajmátova y Marina Tsvetáieva. Aunque hay muchas poetas, la mayoría no se ocupa de reflexionar de forma especial sobre los problemas de la mujer. Entre las excepciones podemos citar a Lisniánskaya, que dibuja con una extraordinaria fuerza emotiva el destino de la mujer como de entrega total al servicio de su hombre. Pero es en los versos de Vera Pávlova donde se reflejan con más amplitud y con exactitud psicológica los temas tradicionalmente femeninos del matrimonio al nuevo amor que conduce a la desintegración de la familia.
En los últimos dos o tres años ha surgido una nueva generación de poetas. Entre los menores de 25 años hay autores que ya han abierto, según Kuzmín, una nueva página en la historia del verso ruso: Mijaíl Kótov, Ksenia Marénnikova, Yulia Idlis; caben destacar también Mariana Gueide, cuya poesía es cercana al metarrealismo; Iliá Kriger, con sus miniaturas en verso libre, y Dina Gátina, con su especial concretismo.
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