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Tribuna:
Tribuna
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Entre manipulaciones y fetuas

1. En 1989, inmediatamente después de la fetua del imam Jomeini contra Salman Rushdie por su visión novelesca del Profeta en Los Versos Satánicos, recibí una llamada telefónica de Londres para solicitar mi adhesión a la carta abierta de medio centenar de intelectuales en defensa de la vida y la libertad del escritor. La misiva, publicada un par de días más tarde en The Times, salió con mi firma: recuerdo que fui el único español que figuraba entre los signatarios y el único también que aprobó su contenido desde un país musulmán. Las razones que me indujeron a ello -además de mi sostén por principio a la libertad de expresión- eran de dos órdenes. El primero, expuesto anteriormente en mi ensayo 'De la literatura considerada como una delincuencia' (Contracorrientes, 1985), se fundaba en la dificultad, por no decir imposibilidad, de extraer los elementos estrictamente religiosos, políticos o ideológicos de un texto de ficción, en la medida en que sólo cobran sentido y pueden ser analizados en el interior del proyecto artístico del autor. El segundo, de mayor peso, consistía en señalar que Salman Rushdie, escritor inglés y cuya obra fue publicada en Inglaterra, no podía ser juzgado por un delito que no lo era fuera de Irán. Invocar una razón religiosa, por respetable que sea, para violar la legalidad internacional resulta inadmisible en el mundo posterior a la Carta Fundacional de Naciones Unidas, pues equivaldría, por ejemplo, a dar la razón a la política expansionista de la derecha religiosa israelí para adueñarse, en nombre de la promesa bíblica, y con la brutalidad que sabemos, de lo que queda de Palestina. Este último argumento lo expuse un año después ante un pequeño grupo de periodistas iraníes durante mi estancia en su país, sin que ninguno de ellos alcanzara a darme una respuesta mínimamente aceptable.

2. La visión del Profeta por parte de la Cristiandad responde a una animosidad vieja de siglos. Desde el nacimiento del islam, centenares, por no decir millares, de panfletos y libros, desde obrillas supuestamente devotas a los magistrales versos de Dante, lo dibujan con las tintas más negras y lo caricaturizan con saña. La bibliografía sobre el tema es extensa y no me demoraré en él.

Contrariamente a nosotros, no hallamos un trato equivalente con Jesús en el espacio musulmán, ya que Aisa, hijo de José y de María, es un profeta del islam y, por ello, objeto de veneración como los demás nabi-s de Dios. Una película como La última tentación de Cristo chocó más a los musulmanes que a los occidentales laicos: Irán y la mayoría de gobiernos árabes la prohibieron. Pero gran parte de los fieles musulmanes ignoran o no comprenden esta diferencia: "¿Por qué nosotros respetamos y queremos a Jesús y vosotros insultáis a Mahoma?". Para unos, Jesús no es, simplemente, el Hijo de Dios; para los otros, Mahoma encarna el impostor por excelencia.

Este malentendido tiene la piel muy dura. Desde el obispo Juan de Segovia (siglo XV) hasta el papa Juan XXIII, las tentativas de establecer un vínculo de coexistencia pacífica entre las dos grandes religiones monoteístas han dado escasos frutos. Mientras los exaltados del Occidente católico se calientan hoy los cascos con lo de la "marea negra islámica" y hablan de Covadonga, los islamistas radicales retoman el lenguaje y la violencia indiscriminada de la yihad y denuncian las agresiones reales o supuestas de los cruzados.

3. En el ámbito islámico que se extiende desde Filipinas al Atlántico, el lenguaje político tiende a ser reemplazado por el de los teólogos. Las razones de dicha sustitución están a la vista de todos. Las grandes potencias europeas combatieron los nacionalismos arabomusulmanes contrarios a sus intereses y apoyaron a los gobiernos despóticos favorables a ellos. El islamismo salafista era percibido hasta fecha reciente como una fuerza amiga en cuanto opuesta al comunismo soviético y al espíritu emancipador de Bandung. Las experiencias liberadoras y nacionalistas de Mosadegh y Sukarno acabaron con golpes de Estado fomentados por Occidente. Mientras los disidentes soviéticos recibían el apoyo de éste en nombre de la libertad, los musulmanes laicos fueron abandonados a su suerte en aras de consideraciones geoestratégicas o de sustanciosos acuerdos económicos con los Estados que los reprimían y encarcelaban. Tal política de dos pesos y dos medidas halla su ejemplo más convincente en el caso de Palestina: ninguna de las resoluciones de Naciones Unidas tocante a los territorios ocupados ha sido cumplida por Israel, gracias al apoyo incondicional de Estados Unidos.

La frustración de los países islámicos sometidos a gobiernos corruptos e incompetentes aliados de Occidente ha sido la causa de la creciente desafección de sus pueblos por el presunto sistema democrático en el que desmedran. Los partidos políticos -en los Estados en donde son tolerados- han perdido toda credibilidad y las elecciones plebiscitarias son vistas como un ritual en el que los resultados favorables al poder se cocinan de antemano. En dichas circunstancias, el lenguaje religioso-social ha sustituido paulatinamente al político. Si los principios democráticos con los que Bush justificó la invasión ilegal de Irak se aplicaran hoy de Indonesia a Marruecos, no me cabe duda de que los islamistas alcanzarían una confortable mayoría como la que han logrado el partido de Recep Erdogan en Turquía, Hamás en Palestina y las agrupaciones religiosas chiíes en Irak. Esta realidad tendría que inducirnos a reflexionar y evitar ecuaciones mortíferas como la de musulmán = islamista = terrorista. La llegada al poder de gobiernos democratamusulmanes como el de Ankara debería, al contrario, ser alentada en la medida en que introducen el islam político en la arena de las democracias parlamentarias. Cada país, cada situación regional, exige ser analizado de forma puntual y concreta. Las generalizaciones son nuestro peor enemigo. Pakistán no es Irán; ni Egipto, Arabia Saudí; ni Marruecos, Libia. Olvidar estas premisas es la forma más segura de sembrar los vientos que propician el proyecto global de los radicales salafistas y el conflicto de civilizaciones anunciado por Huntington.

4. Los principios democráticos consensuados en Occidente después de dos siglos de lucha intelectual y política son irrenunciables por más que hayan sido repetidamente conculcados por sus proclamados heraldos con toda clase de guerras, agresiones y tropelías coloniales o neocolonialistas. No es de extrañar, por tanto, que sean percibidos por las víctimas de tales atropellos como un vacuo ejercicio de hipocresía. Los palestinos expulsados de sus hogares desde hace más de medio

siglo y hacinados desde entonces en el infierno de Gaza no pueden entender fácilmente nuestra defensa cerrada de ellos. Imaginar que el martirio de Sarajevo, el genocidio de Srbrenica y la extinción de Grozni, conmovedoramente retratada en el filme de Manon Loizeau, no iban a cobrarnos un precio es vivir fuera del planeta.

¿Debemos resignarnos al juego de arrojar nuestros muertos contra los de ellos? ¿Dejarles evocar los de Palestina, Bosnia, Irak o Chechenia para esgrimir los millares de inocentes asesinados en Nueva York, Londres o Madrid? ¿Volver al espíritu de las cruzadas invocado por algunos fatuos representantes de la derecha intelectual y política aznariana para combatir la delirante yihad de Bin Laden y sus sangrientos compinches? Los extremismos se sostienen y alimentan recíprocamente, y lo peor es hacerles el juego.

Insisto: el respeto de los valores ajenos, en la medida en que son respetables, es el fundamento de las sociedades democráticas. Por dicha razón, ni la poligamia, ni la discriminación de la mujer, ni las prácticas aberrantes de las sociedades subsaharianas y nilóticas tocante a la ablación tienen cabida, por ejemplo, en el ámbito europeo ni pueden ser toleradas. Las leyes las prohíben y nuestra razón las condena. Tratándose de otros aspectos de orden religioso que podemos calificar de respetable, la consideración y reciprocidad se imponen. Pues no se trata sólo de una cuestión de valores, sino de sensibilidad respecto a las creencias ajenas.

5. El lamentable asunto de las viñetas publicadas en el diario danés Jyllands-Posten revela con crudeza las múltiples facetas y ambigüedades del problema. La caricatura de Mahoma con una bomba por turbante en la cabeza -con su equiparación insidiosa entre musulmanes y terroristas- me parece una generalización tan abusiva como insultante. Carente de todo valor artístico -como el que se podía invocar en el caso de Salman Rushdie-, y políticamente lesiva -conforme los hechos se han encargado de probar-, arroja aceite al incendio del muy poco espontáneo conflicto de civilizaciones cuya mecha prendieron los terroristas del 11-S a fin de ocultar la existencia del incubado en el seno de la que presuntamente encarnan entre unas tradiciones anacrónicas y la aspiración a la modernidad. Sólo una ínfima minoría de musulmanes son terroristas, pero decenas, quizá centenas de millones, pueden sentirse ofendidos por las viñetas y reaccionar con furor contra ellas. Mahoma no es Bin Laden como Jesucristo no fue el Gran Inquisidor. Ningún conocedor del vasto espacio arabomusulmán hubiera aprobado la publicación de las caricaturas, por muy legal que sea, de haber tenido la posibilidad de hacerlo. La crítica razonable de lo propio y el respeto de lo ajeno que estimamos respetable -una actitud en los antípodas de la exaltación patriotera de los ultranacionalistas y xenófobos- debería ser la aguja de navegantes en el océano encrespado que atravesamos. No se trata de capitular ante las amenazas de un enemigo fanatizado, sino de advertir las diferencias existentes entre una sociedad mayoritariamente pragmática y librepensadora, y una sociedad de creyentes.

La democracia tiene que mantenerse firme en sus principios y evitar toda claudicación, pero exige flexibilidad en la aplicación de sus reglas. Suscribo lo escrito por los editorialistas de The Guardian -"no sería apropiado, por ejemplo, reproducir una viñeta antisemita de las que se publicaban en la Alemania nazi"- y de Financial Times -"la libertad de expresión es una de nuestras libertades más apreciables. Pero no es absoluta: no incluye el derecho de gritar '¡fuego!' en un teatro abarrotado"-. La libertad no nos exime de un mínimo de responsabilidad y el Jyllands-Posten no ha mostrado responsabilidad alguna. Si sería un desatino en un ambiente crispado como el nuestro publicar un editorial titulado ¡Los catalanes quieren desmembrar a España!, lo de la bomba y Mahoma es más insensato aún en una situación explosiva agravada por cuanto acaece en Oriente Próximo. ¡Bastante fuego hay como para arrojarle más leña!

Por mi parte, sin apartarme un ápice de la defensa de la libertad de expresión, me sumo al proyecto de Alianza de Civilizaciones promovido en Naciones Unidas por el presidente del Gobierno como el mejor antídoto contra la espiral de irresponsabilidad y violencia avivada por los extremistas de los dos bandos.

Juan Goytisolo es escritor.

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