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Tribuna:L0S PELIGROS DE LA DELINCUENCIA JUVENIL
Tribuna
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Ayamonte no lo merece

Las juventudes hitlerianas, integradas por niños y jovencitos que siguieron con una fidelidad increible a su dios, el gran Adolfo Hitler, murieron dando sus vidas al defender Berlín -acosada por los soviéticos- y, en definitiva, a una Alemania que se hundía por culpa de ese dios asesino y los secuaces que lo secundaban.

Finalizada la segunda guerra mundial, los nazis, neonazis, ultraderechistas en definitiva, que siempre los habrá -en España su peculiar dios gobernó cuarenta años- estuvieron bien callados, pero al cabo de un tiempo comenzaron a asomar la cabeza en varios países, luciendo uniformes y llegando incluso a acceder a sus Parlamentos, que ellos desprecian, al aprovecharse de la generosidad de las democracias europeas, a las que sin duda odian. En buen número de ellos y en España por supuesto, sus prácticas y la defensa de su ideología castigadas están en el Código Penal.

Pues bien; hay una parte de la juventud europea a la que ha de prestarse suma atención, incluida España, pues debido al fenómeno de la inmigración que vivimos -fenómeno que no es sino una devolución de visita pacífica, a la que las potencias europeas hicieron a los países a los que los inmigrantes pertenecen, sometiéndolos y explotando sus riquezas naturales en su propio beneficio, sin que las independencias fueran para ellos adelanto alguno dado el estado en que quedaron- ha aumentado el número de xenófobos, racistas y el de jóvenes violentos que, o bien pertenecen ya a organizaciones nazis -ese es el nombre adecuado-, o son carne de cañón para caer en sus redes.

Hace tan solo unos días recibimos la información de que existe entre los jóvenes españoles un 11% que, de una forma u otra, defienden la violencia y son xenófobos. De confirmarse, debemos efectivamente preocuparnos, pues aún siendo una minoría no deja de ser un tanto por ciento inquietante. Pero esa violencia no se dedica unicamente a los inmigrantes, sino que ofrece lamentables variantes como la que acaban de padecer los habitantes de Ayamonte.

Así es en efecto. Unos menores de edad la emprendieron con un indigente, parece que de nacionalidad española, aunque sea eso lo de menos, que suele dormir al cobijo de un cajero de una entidad que, paradojas de la vida, se dedica, como todas, sean Bancos o Cajas de Ahorros, a conceder créditos y préstamos a quienes los necesitan, aunque no, claro está, a los pobres alejados o excluídos por tantos motivos de nuestra sociedad que no acaba de ser todo lo justa y solidaria que debiera.

La emprendieron con él a golpes propinándole una gran paliza sin que existiera provocación alguna por parte del mendigo. Es lo que se conoce como una auténtica canallada, doliéndome más que sus autores sean menores de edad, los cuales han declarado una vez localizados y detenidos que lo hicieron por divertirse.

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Tan deliciosas criaturas no disponen, al parecer, de entretenimientos satisfactorios para su edad. ¡Qué lástima! De no ser corregidos debidamente al aplicárseles la legislación vigente, en sus ratos libres podrán en el futuro, ya más mayorcitos, divertirse con un negro -si es inmigrante mucho mejor- o con un marroquí, peruano o un natural de Ucrania, pues, pensarán ellos, de alguna forma hay que matar el aburrimiento.

De caer con el transcurso del tiempo en las redes a las que anteriormente me refería, no se sabe el número de hazañas que les podrían sus militantes enseñar. Sus profesores les enseñarían nuevos métodos, no ya para entretenerse sino para cumplir la misión que las democracias impidieron culminar al ya citado dios y a Göebels, Himmler, Göering y demás ejemplares da la vileza que el hombre, incomprensiblemente, puede llegar a adorar. Esos grupos han tenido y tienen existencia en España, como se comprueba con las detenciones que de vez en cuando se llevan a cabo por la policía, si bien debemos tener la esperanza de que los protagonistas de esta reflexión, no otra cosa se pretende, se vean libres de caer en tan peligrosas manos, sin que sea un día necesario aplicarles el Código Pernal. Ese es mi deseo.

Pero mientras ese feliz desenlace se produce, considero imprescindible continuar con la reflexión. Los padres o tutores de esos menores, tal como la ley establece, han de responder solidariamente de los daños y perjuicios infligidos al indigente. Seguro estoy de que esos padres, así debo creerlo, habrán quedado abochornados de la infamante conducta de ellos y que, en lo sucesivo, pondrán el debido cuidado para velar por los juegos de sus hijos en los ratos libres, divirtiéndose como la mayoría de nuestros jóvenes sin practicar violencia de clase alguna.

Eso es de esperar y desear. Han de tomar conciencia de que prevenir hoy es preferible a lamentar mañana si sus hijos no reciben el correctivo adecuado, sin ninguna clase de rencor. Debe tal deseo resaltarse, sobre todo si se tiene en cuenta que, con gran preocupación, lee uno -todos los días desgraciadamente uno lee noticias de esta clase- que la policía local malagueña se ha dirigido el pasado año a 279 padres informándoles con detalle de que sus hijos han sido identificados en plena calle tomando drogas o alcohol. Pues bien; ante empeño tan loable de esa policía municipal, los padres miran hacia otro lado y no se interesan lo más mínimo por lo que a sus hijos pueda pasarles en un futuro. No contestan en su inmensa mayoría, haciéndolo tan solo un 5%, la mayoría de los cuales se sienten más preocupados por el importe de la multa que puede imponerse. Mucho más lamentable es la conducta de esos padres que la de sus hijos.

Cierto es, de otro lado, que la presencia de mendigos en la calle resulta molesta a una buena parte de la sociedad, aunque no se dediquen sus miembros al deporte de esos muchachos. Ahora bien: en Andalucía, que tanta pobreza y miseria tuvo que soportar en los años cuarenta y cincuenta, debido en buena parte a la feroz represión y castigo sufridos por la saña de los vencedores en la guerra fraticida, tras el triunfo de los golpìstas contra la legalidad republicana, el cambio experimentado en los últimos años ha sido espectacular y sin duda alguna continuará en ascenso. Pero para que esa molestia desaparezca totalmente, es imprescindible que las instituciones adopten las medidas necesarias para conseguir esa erradicación, apoyaas por las conciencias de todos los ciudadanos.

Nada difícil de conseguir en no mucho tiempo, así hemos de esperarlo, por un pueblo sabio, inteligente y solidario, como sin duda es el andaluz y como sin duda es Ayamonte, que por haber padecido esa al parecer diversión -lo que por desgracia acontece diariamente en cualquier lugar de España-, no por ello han de temer sus habitantes por su imagen, pues mucho más pesan sus virtudes y valores que un hecho como el que comentamos, por muy reprobable que el mismo sea.

No se ha publicado hasta el momento si se han adoptado medidas cautelares a esos menores. Pero respetando el criterio del ministerio público y el del juez, si fueren condenados a una medida de internamiento, pensando en el interés de ellos, lo que siempre ha de prevalecer y en lo mejor para su futuro, considero como más adecuado que tal medida, transcurrido un tiempo razonable, debiera ser sustituida por la de libertad vigilada, atendiendo al comportamiento que en ellos se observe, estableciendo como regla de conducta la de acudir diariamente, durante el tiempo que necesario fuere para su reinserción, al establecimiento de acogida de indigentes que se señale.

En tales centros, los pobres de solemnidad ingieren, entre otras cosas, sopa caliente y los menores bien harían en servírsela. Sería ello una prueba de humildad, nada desdeñable a esa y a cualquier edad, al tiempo de convivir con ellos y comprobar las diferencias que, al menos hasta hoy, los separan, averiguando a un tiempo las razones que inducen a alguno de ellos a dormir a los pies de un cajero que de almohada les sirve. No atenta tal medida a la dignidad del hombre. Muy al contrario, lo enaltece y dignifica. Tal vez, transcurridos unos años y convertidos los menores -¡ojala!- en buenos padres de familia, necesiten una noche acudir a un cajero a retirar fondos, encontrándose, quien sabe, a un mendigo soñando a su vera con los ángeles. Si tal ocurriera, seguro estoy que no le daría una patada sino que le diría ¡buenas noches!. Y recordando sus antiguas andanzas y el tiempo pasado en el centro de acogida hasta podría darle unos euros o proporcionarle una manta para mejor soñar. Y desde luego más vale la medida indicada para conseguir su reinserción que acabar por ejemplo en las redes a las que anteriormente me refería y levantar el brazo como las juventudes hitlerianas hacían, al tiempo de gritar: ¡Heil Hitler!.

Juan José Martínez Zato fue Vocal del Consejo General del Poder Judicial y Teniente Fiscal del Tribunal Supremo.

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