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Crítica:CANCIÓN / 'Cabelo branco é saudade'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Historias del fado

Con Cabelo branco é saudade, el fado sale de la taberna para dirigirse al teatro con sus mejores galas. Es un privilegio poder asistir a un espectáculo refinado y emotivo como el que propone Ricardo Pais: tres voces de una tradición relegada y una muy joven, que aprendió en la misma escuela. El fado presentado con amor y respeto.

Los tres guitarristas se sientan al fondo y empiezan a tocar. Lo harán todo el tiempo con notable musicalidad y una encomiable discreción. Por el lado derecho entran los dos hombres; por la izquierda, las dos mujeres. Cada uno ocupa su silla. Ellos fuman en un escenario despojado. Celeste Rodrigues (Já era tarde, Meu corpo...) lleva el peso de un apellido capaz de aplastar a cualquiera. Dos años más joven que Amália, y siempre a la sombra del gran mito universal del fado, esta discreta dama octogenaria de voz honda canta tal como solía hacerse.

Aunque estuviera acatarrada la noche del viernes, Argentina Santos conserva a sus 79 años una finura sorprendente en los requiebros como se pudo escuchar en Volta atrás vida vivida, Amar não é um pecado o Lágrima. Esta gran señora del fado lisboeta más castizo, quizá su última representante, se acomoda a diario a la entrada de la Parreirinha, su pequeño restaurante en el barrio de Alfama desde donde no pierde detalle de platos y comensales. Y cuando le apetece, que no es siempre -hay que tener un poco de suerte-, se arranca a cantar.

A pocos metros del negocio de Argentina Santos se encuentra el Clube do Fado, el muy recomendable local en el que suele cantar Alcindo de Carvalho (Partir é morrer um pouco, Não venhas tarde...). Hay un poso romántico, seductor y algo canalla en la voz nocturna de quien sospecha que su tiempo ya pasó. Ricardo Ribeiro, a sus 24 años, nada a contracorriente. La lista de mujeres jóvenes fadistas es hoy extensa, pero pocos son los hombres de los que se habla. Si acaso, Camané o Helder Moutinho. Una voz poderosa y lírica, con gusto y madurez suficiente en fados como Amor é água que corre.

Se dice que el fado no se canta, que sucede. Vive de la emoción y necesita de público. Los largos y cálidos aplausos con que los artistas fueron despedidos eran más que merecidos. "Fado es todo lo que digo y todo lo que no puedo decir", cantaba Amália Rodrigues. Una vez más ejerció su turbadora fascinación.

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