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Entrevista:RICARDO RODRÍGUEZ DEL RÍO | Escritor

"El verdugo intelectual de lo de Atocha o Vitoria no está preparado para recordar"

La moral del verdugo es la primera novela publicada de Ricardo Rodríguez del Río (Cabezamesada, Toledo, 1968), un rojo ex profesional de la política que adora la poesía. Tras una historia sencilla -un verdugo escribe a la hija del hombre al que va a ejecutar, un amigo de su infancia- explica como el protagonista "construye una moral que justifica su acción como verdugo". En realidad, una tapadera para huir de la libertad y de la responsabilidad que debería ejercer simplemente por su condición humana.

Pregunta. ¿Es posible la redención del verdugo, del torturador o del terrorista si me apura?

Respuesta. Es muy difícil, aunque nunca diría, de ningún ser humano, que es imposible.

P. ¿Tal vez puede ayudar el sarcasmo y la ironía?

R. A veces es un escudo. En este caso, la novela contiene bastante sarcasmo. Es un recurso que el verdugo utiliza para protegerse, pero que también le hunde en la miseria, porque es el último instrumento que le queda. He eliminado cualquier limitación de la libertad en el verdugo para que él se plantee su tragedia personal abiertamente y sin excusas.

P. ¿Es verdad que la novela surge tras los atentados del 11-S?

R. Había empezado hasta seis novelas, pero no había encontrado el personaje central. Cuando se produce la atrocidad del 11-S, todo lo que tenía guardado se desencadena. El 11-S y todo lo que ha venido después. Cuando escribí la novela, temí estar exagerando. Pero después he visto que no he exagerado nada.

P. Ahí está Guantánamo, o los vuelos ilegales de la CIA.

R. Lo que me más ha inquietado es el nivel de justificación de muchos ante la falta de libertad. El ciudadano libre no tolera nunca que el poder condene a un conciudadano sin un juicio a la luz pública con plenas garantías. Que eso, cada vez importe menos en los debates públicos, me inquieta.

P. ¿Le han acusado de cierto oportunismo por la novela?

R. Fue en una de las presentaciones en Madrid. Y explique que cuando comencé la novela, no existía lo de Guantánamo. En la época del macarthismo, incluso un senador demócrata presentó alguna iniciativa proponiendo campos de concentración para utilizar en periodos de crisis. Así que no todo es nuevo. Siempre hay dos caras: la parte oculta del poder político, que si esconde algo es autoritario aunque sea formalmente democrático y, por otro lado, la responsabilidad de los ciudadanos que dejan hacer. Lo que se ha discutido tantas veces de la Alemania nazi.

P. Es un año de recuerdos luctuosos: los sucesos de Vitoria o Montejurra, los asesinatos de Atocha, ¿está el verdugo intelectual preparado para recordar la ignominia, la infamia?

R. El verdugo intelectual no. Y ese es el problema. En este país tendríamos que mirarnos todo a la cara. A mí, por mi origen ideológico, no me duelen prendas reconocer los crímenes de los regímenes totalitarios del Este. Pero a ver si a parte de los comunistas hacen autocrítica algunos más. El problema es que ese sector entiende que no tiene que hacer ninguna autocrítica. La novela no habla de estas cosas, pero está en el fondo de lo que a mí me obsesionaba mientras la escribía.

P. ¿El verdugo de su novela alcanza la redención a través de la amistad?

R. En realidad, hay una redención a medias. Pero es claro que el pilar de la redención que pueda existir es gracias a la amistad.

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