Un laberinto sentimental

En el desfile de grandes intérpretes que figuran en la actual edición de la Mozartwoche, el festival de invierno en Salzburgo alrededor de la fecha de nacimiento del genio, hay también un huequito para la ópera. El título elegido -La finta giardiniera- está más o menos en mitad de la producción lírica mozartiana (se estrenó en Múnich cuando el autor tenía 18 años) y da pistas sobre muchos de los hallazgos que después se desarrollarían en las obras de madurez, especialmente en la convivencia de lo serio y lo cómico. En el festival de verano se repondrá esta producción a partir del 26 de agosto con el mismo reparto, dentro de la integral de las 22 óperas de Mozart.

El motor de la representación fue Ivor Bolton, con una lectura vibrante y apasionada al frente de la orquesta del Mozarteum. Los mayoritariamente jóvenes músicos encuentran en Bolton un confidente perfecto para desplegar su energía vital y así todo está infundido de una gran frescura interpretativa. La cineasta Doris Dörrie le ha cogido el pulso a la ópera y, a partir de un libreto mucho menos afortunado que el de Da Ponte para Così fan tutte (su primera incursión mozartiana en el género), consigue un retrato de situaciones muy desenfadado y con sentido del humor, y hasta de la ironía, ambientando la escena en un almacén y una tienda de objetos de jardinería, lo que le posibilita una gran cantidad de recursos plásticos para el desarrollo de los complicados juegos de sentimientos entre los personajes. El primer acto, por ejemplo, está lleno de inventiva y agilidad. Al final del segundo, la complicada evolución, o juego, de las parejas se resuelve con confusión, y el tercero es efectivo, lo que a esas alturas de la representación no es poco.

El público lo aplaudió todo, desde los hallazgos escénicos a todas y cada una de las arias vocales. Pero en el reparto estuvo quizá lo menos conseguido de la representación. Me refiero a la totalidad, porque a efectos individuales Véronique Gens tuvo una actuación muy completa de cantante-actriz, Ruxandra Ronose, en su papel masculino del Cavaliere Ramiro, consiguió uno de los momentos más bellos de la noche, Adriana Kucerova desbordó por simpatía y, en fin, los roles masculinos fueron resueltos con solvencia. La dirección teatral de Doris Dörrie fue, sencillamente, estupenda, y así, entre unas y otras cosas, la representación funcionó a una altura muy superior a la que se podía prever con los mimbres existentes.

Responsable de todo ello fue, sin duda, el maestro Bolton, un director que está haciendo milagros con el repertorio barroco en Múnich y que se ha propuesto ser el emblema de la "tercera vía" en esta espectacular Mozartwoche 2006.