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Tribuna:DEBATE | ¿DEBE LA UE APOYAR A UNA PALESTINA GOBERNADA POR HAMÁS?
Tribuna
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El segundo entierro de Arafat

Después de todo, Alá habrá sido clemente con Abu Ammar, el sobrenombre popular de Yasir Arafat: llevándoselo en noviembre de 2004 le ahorró la contemplación de la ruina política de Al Fatah, su criatura y su instrumento de poder desde que lo fundara en Kuwait allá por 1959. Imbatible en el manejo de la épica resistente -el icónico fedayin tocado con la kufia y empuñando el Kaláshnikov...-, el tándem Arafat-Al Fatah se mostró mucho menos eficaz cuando, a partir de 1994, tuvo que afrontar el desafío de la gestión cotidiana al frente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Ciertamente, Israel no les dio facilidad alguna, pero los 5.000 millones de dólares en ayuda internacional recibidos sólo entre 1994 y 2002 (sin contar las subvenciones de la UNRWA a los refugiados) permitían exigir resultados de cierto grosor. Sin embargo, éstos se han visto superados por la labor de Hamás, que, manejando con celo militante y proselitista recursos menos cuantiosos, desarrolla una formidable tarea asistencial en los campos alimentario, sanitario, escolar, etcétera.

La pregunta no es tanto qué hacer con Hamás, sino qué quiere hacer Hamás con su victoria
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A mi juicio, pues, los resultados de la jornada electoral del miércoles no traducen -o no principalmente- una victoria de los islamistas frente a los laicos, ni de los radicales frente a los moderados, ni de los pacíficos frente a los violentos; al fin y a la postre, fue Arafat quien ordenó desencadenar la segunda Intifada, y el líder más notorio de ésta, Maruan Barghuti -aureolado, además, por el cautiverio en Israel-, era ahora el cabeza de lista de Al Fatah, pero esto no les ha evitado la derrota. Los comicios del 25 de enero reflejan sobre todo el hastío acumulado durante más de diez años en la sociedad palestina ante la opacidad y la corrupción económica de la ANP: "Sólo Alá sabe lo que ocurre con el Tesoro público. El presupuesto real no lo conoce ni siquiera el ministro de Finanzas", declaró en 2002 el diputado Muawiya Al-Masri. El escrutinio de esta semana expresa la fatiga de ver al nepotismo erigirse en norma suprema de una Administración hiperburocratizada, la indignación frente al uso sectario y partidista de las instituciones nacionales, el disgusto social ante el desgobierno rampante en los territorios palestinos, sobre todo en la franja de Gaza: proliferación de milicias y feudos personales al amparo de la ANP, ocupación armada de edificios públicos como forma de reivindicación laboral, tiroteos y secuestros de extranjeros con cualquier pretexto... Es cabalgando hábilmente sobre esta ola de fondo y enarbolando, por contraste, su disciplina, su honestidad y su eficiencia como Hamás ha logrado el 57,5 % de la representación parlamentaria palestina.

¿Y ahora? Ahora, la pregunta no es tanto qué hacer con Hamás, sino qué quiere hacer Hamás con su victoria. ¿Se acomodarán los islamistas a una cohabitación -sin precedentes en todo el mundo árabe- con el presidente Mahmud Abbas, líder de Al Fatah y elegido hace sólo un año con el 62,5 % de los votos, o tratarán de forzar su renuncia? Si lo primero, ¿bajo el control de quién van a quedar los incontables cuerpos de seguridad de la ANP, reclutados desde 1994 con criterios de lealtad partidista y usados antaño para reprimir a Hamás? Habiendo asumido el poder institucional y, eventualmente, la dirección de las policías palestinas, ¿mantendrá en pie Hamás su ejército privado, las Brigadas Ezedín al Kassam, o lo integrará en las fuerzas armadas regulares del proto-estado palestino para moldearlas ideológicamente a su hechura?

Después de tres lustros largos instalado en las certezas de la catacumba y del martirio, el Movimiento de la Resistencia Islámica se halla en trance de perder la virginidad política. Pues bien, de cómo resuelva ese salto desde la oposición hasta el poder dependerá buena parte del futuro de Palestina y de la región entera: de cómo haga frente a las complejidades intrapalestinas, y más todavía al desafío de la coexistencia con Israel.

Si, según repitió aún en vísperas de las elecciones su número uno, Mahmud al-Zahar, Hamás mantiene el "no reconoceremos a Israel bajo ninguna condición. Israel no tiene derecho a existir"; si, todo lo más y como ya apuntó en 2004 el difunto Abdelaziz Rantisi, los islamistas están dispuestos a ofrecer a Israel -tras el regreso de éste a las fronteras de 1967- "una tregua a largo plazo" (hudna), una pausa temporal en el propósito de erradicar el Estado hebreo y reemplazarlo por una Palestina coránica desde el Jordán al mar, entonces la perpetuación del conflicto, y probablemente su escalada, son inevitables. ¿Qué país aceptaría de brazos cruzados estar condenado a muerte por el vecino, aunque éste tuviese el detalle de aplazar la ejecución de la pena 10, 20 o 25 años? Tal escenario, además, pondría a la Unión Europea y a toda la comunidad internacional frente a graves responsabilidades: ¿cabría seguir reconociendo y subvencionando a una Autoridad Palestina cuyo abierto objetivo estratégico fuese la destrucción de Israel?

Pero no nos pongamos agoreros, ni coloquemos la venda antes de la herida. Puede que, como pronostican estos últimos días diversos líderes y analistas, musulmanes o no, el poder metamorfosee a Hamás, le infunda pragmatismo y moderación, le empuje a buscar la respetabilidad internacional y el levantamiento del estigma de "organización terrorista". ¿Es eso lo que de veras desean sus líderes? Para averiguarlo serán decisivos los dos próximos meses, los 56 días exactos que faltan hasta las elecciones israelíes del 28 de marzo. Si durante este lapso crucial no se producen atentados o ataques serios -ni, por descontado, provocaciones hebreas-, es verosímil que los electores israelíes configuren una mayoría plural dispuesta a nuevas y grandes retiradas territoriales en Cisjordania, ya sean unilaterales o negociadas, que no serían la paz pero nos acercarían a ella. Si, por el contrario, Hamás aplicase ahora una receta de bombas como la que usó -por ejemplo- ante los comicios israelíes de 1996, el efecto previsible sería debilitar al Kadima del interino Ehud Olmert para engordar al Likud de Netanyahu y a la derecha aún más extrema. Una ecuación para la catástrofe.

Éste será el primer test sobre las nuevas intenciones de Hamás: saber si está aún, o no, por la teoría del 'cuanto peor, mejor'.

Joan B. Culla i Clarà es historiador, autor de La tierra más disputada (2005).

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