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Columna
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La segunda vida

Sólo se vive una vez... siempre y cuando no te atrevas a vivir dos, se dijo Juan Urbano mientras conducía hacia un lugar llamado Belvis del Jarama que, dentro de poco, iba a desaparecer. Había leído en los periódicos que el ruido que sufrían los habitantes de ese desdichado pueblo era terrible porque que los aviones que entraban y salían del aeropuerto de Madrid pasaban tan cerca de las casas que si te asomabas al balcón podías contar los guisantes de la ensaladilla rusa de los viajeros.

Imagínense: cristales que se agrietan, un cortante olor a queroseno en el aire, vajillas que tiemblan, lámparas que se mueven, soperas que palpitan lo mismo que si tuviesen en el fondo una rana epiléptica... Un horror que, sin embargo no era más que el principio, porque dentro de muy poco, en el instante en que se abriera la quinta pista de Barajas, la cosa iba a ser mucho peor: si quieren hacerse una idea, enciendan la lavadora, metan dentro la cabeza, pongan un discurso de Hitler en su MP3 y suban el volumen. Qué desastre.

Pero lo que le había llamado la atención a Juan Urbano fue que, por lo visto, el Ministerio de Medio Ambiente y la empresa pública que gestiona los aeropuertos (AENA), pensaban proponer a los trescientos vecinos de Belvis del Jarama trasladar sus casas a otro lugar. Ellos no quieren irse, naturalmente, sino que se cierre la pista por la noche, que los aviones no se salgan de sus rutas y que se aíslen las casas. Pero, ¿y si lo hicieran? Juan Urbano se dijo que a veces cambiar de vida es empezar a vivir de verdad, y como buen aficionado a la filosofía, mientras contemplaba las casas de Belvis se acordó de un relato que en una ocasión quiso escribir y no pudo, que trataba de una mujer que robaba una moneda de una fuente y, al hacerlo, se veía obligada a cargar con los deseos de la persona que la había tirado al agua.

Pues eso podía ser parecido: te llevas tu casa a otro sitio y el primer día que abres la puerta eres otra persona, alguien que tiene la oportunidad rara de que sea otra vez la primera vez, de que el cuentakilómetros vuelva a estar a cero.

Igual al nuevo Belvis del Jarama tenían que darle la vuelta al nombre, ponerlo boca abajo, como la bandera de Bolivia que llevaba el avión del presidente de Chile cuando aterrizó el otro día en La Paz, que iba del revés, con los colores cambiados de orden, lo mismo que si en lugar de la bandera de Bolivia fuese la de Aivilob. Aunque, claro, Belvis del Jarama, leído de atrás adelante es Amarajledsivleb, que tiene pinta de significar "me cago en todos tus muertos" en urdu. Así que mejor dejarlo.

Juan pensó en el precio del futuro, que siempre es difícil de pagar para determinadas personas que en lugar de ser sus beneficiarios, son sus víctimas. Las ciudades crecen, las necesidades de muchos se hacen tan grandes que los derechos de algunos se vuelven más y más pequeños. Pero, ¿qué hacer? Seguramente, no parar los relojes, porque eso es imposible, pero al menos intentar ser justos con las personas a las que avasalla el porvenir.

El aeropuerto de Barajas no podrá dejar de crecer, como no deja de hacerlo el resto de Madrid, pero a las personas que viven en Belvis del Jarama no se les puede ofrecer simplemente otra vida, sino una vida mejor. Que el Ayuntamiento les dé casas superiores a las que ahora tienen; que el Ministerio les indemnice de modo generoso y, puestos a pedir, que AENA les regale un viaje al sitio al que siempre soñaron ir. Eso parece razonable.

Sentado en un bar de Belvis del Jarama, Juan Urbano veía pasar los aviones y otra de las noticias del periódico le llamó la atención: la de una mujer inglesa, ciega desde hacía 25 años, que acababa de recuperar la vista tras sufrir un ataque al corazón.

"Justo lo mismo que yo, aunque de otra manera", se dijo, mientras acababa los últimos versos de un poema que le había escrito a la mujer que, a él también, le había mandado cambiar vida de lugar: "Nunca se va a rendir / quien sabe que no hay muerte más hermosa / que morirse sin ti, mientras te espera".

Después, Juan Urbano se subió a su coche y condujo de regreso a Madrid.

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