Zapatero en su mejor hora
No haré comentarios. El grado de bajeza a que se ha llegado en la retórica pública, tanto desde salmantinas gargantas, como desde los micrófonos que han puesto altavoces al despropósito, es de tal magnitud que no puede ser contestado desde la razón. La razón ampara un retorno legítimo de lo que fue un botín de guerra usado para denunciar, torturar, encarcelar y asesinar a republicanos catalanes. La razón ampara un proceso democrático con luz y taquígrafos que ha sido público desde los inicios. La razón ampara los motivos del acuerdo, tanto los técnicos como los simbólicos. Y es la razón la que ampara la razón del derecho. Y porque es la razón, la respuesta no ha llegado con la carga cualificada de los argumentos, sino con el estruendo de la demagogia, la manipulación y la distorsión de los hechos. Sólo desde el estómago podríamos responder a la esperpéntica rueda de prensa del alcalde Lanzarote. Pero, porque nos ampara la razón, dejaremos que el estómago se tome su tiempo para hacer esa pesada digestión. Sin embargo, ¡qué enorme fatiga!
Los hechos, a pesar de todo, obligan al optimismo y desmienten, con rotunda tozudez, el pesimismo ancestral de nuestras reivindicaciones. Ello si el Constitucional no se convierte en un muro de contención... Démosle tiempo. Pero, más allá de los malos augurios, hoy estamos de éxito. Personalmente me acuso, como tantos, de no haber creído nunca que nos devolverían los documentos de la Generalitat, e incluso cuando tuve el honor de protagonizar dos de los grandes debates parlamentarios sobre el retorno lo hice con más convicción simbólica que efectiva. Pero el tiempo pasa, los gobiernos cambian y a veces se deshielan los témpanos que impiden los grandes acuerdos. Cuando esto ocurre, una sociedad hace historia. ¿Estamos, ahora, haciendo historia? Por supuesto, si el único capital que esgrimimos es haber devuelto democráticamente lo que fue saqueado por las armas, más que hacer historia, lo que hacemos es pura justicia. Pero si la buena resolución del conflicto documental con Salamanca es el síntoma de una nueva manera de entender España, quizá sí estamos escribiendo los primeros apuntes de un momento histórico.
Al César lo que es del César, y de Zapatero es haber mantenido la palabra dada, haber aguantado las presiones hasta más allá de lo indecible y haber gestionado un conflicto larvado, con precisión, inteligencia y estrategia. El primer análisis en caliente de su gesto, desde Cataluña, pasa por el agradecimiento, la perplejidad satisfecha y la convicción de que Zapatero lo pagará en votos y en desgaste. ¡Tanta demagogia catalanofóbica hace su agujero! Sin embargo, pasada la página del estruendo, y mirado en frío todo el conflicto, quizá no seamos tan pesimistas. Tal vez lo que tenemos delante es una profunda e interesante crisis de crecimiento que obliga a levantar las piedras donde los debates y sus demonios dormían sus sueños. Zapatero empieza a demostrar, en la gestión interna (no tanto en la política exterior), una gran capacidad de liderazgo y una valentía considerable en asumir retos incómodos. Parece lo más similar a Manuel Azaña que hemos tenido por estos lares. ¿Será que ZP quiere ser el reformador de la España profunda, el líder de esa otra España que siempre cantamos en las gargantas de Víctor Manuel y poetizamos en los poemas de Machado, pero nunca tenemos quien nos la presente? ¿Será que estamos en un momento de la historia en el que puede que alguien quiera hacer historia? No se trata sólo de ser sensible a la reivindicación de unos papeles cuya carga simbólica bebe de la memoria trágica. Para eso sólo hacía falta sensibilidad democrática. Se trata de algo con mucho más calado y que ahonda en la forma de entender el diálogo entre pueblos. ZP ha recogido el guante del debate estatutario catalán, a pesar de estar padeciendo una campaña de tal deslealtad institucional que, sin duda, puede definirse como vergonzosa. Ha permitido que se abrieran los melones de unas negociaciones a las que nadie, nunca hasta ahora, les había puesto el cascabel, convergentes y Felipe González incluidos. Ha hecho pedagogía de la cuestión catalana en tierras difíciles, incluyendo el territorio abrupto de su propio partido. Y más allá de los rechazos que plantee al acuerdo, lo cierto es que ha dado todo su apoyo a un debate clave. Por el ruido ensordecedor que hace la otra España, resulta evidente que la valentía no reside en lo que consigamos, sino en lo que hemos conseguido: hablar seriamente de lo que queremos ser cuando seamos mayores.
Tiempo llegará para quejarnos de Zapatero y de las renuncias estatutarias. Sin duda. Pero hoy, mientras unas furgonetas hacen vía hacia Cataluña desde el pasado más negro -y a la espera de saber si torpedean su paso, Constitución en porra-, es el momento para expresar una serena satisfacción, la que surge de la convicción que, después de tantos anhelos, hoy tenemos un interlocutor con el cual medirnos las reivindicaciones, batirnos los proyectos y hasta negociar los acuerdos. Zapatero parece querer ser un líder para un proyecto regenerador de España, y ello es tanto como decir que quiere ser el líder de otra historia de España. Que lo consiga, lo dirá el tiempo y sus dificultades. Pero hay voluntades que merecen elogio incluso antes de tener éxito.
www.pilarrahola.com
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