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Crónica:BARCELONA MUSEO SECRETO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Del fondo del río

El miércoles pronunciará una conferencia en Barcelona uno de los hombres más influyentes del mundo: James Testa.

El señor Testa señorea el ISI, Institute for Scientific Information, ahora Thomson Scientific, que publica la web of Science; o sea que es él quien indirectamente determina qué tiene interés científico y qué no lo tiene, a escala mundial. En su conferencia explicará los criterios por los que se rige el ISI y a los que el resto del mundo científico se pliega mansamente. Su posición privilegiada me recuerda a Francisco José, emperador de Austria-Hungría. Se dice que estaba pasando revista al ejército y susurró a sus generales: "¿No os parece raro que ellos sean tantos, nosotros tan pocos, y nos obedezcan?".

Seguramente algún historiador o publicista hostil le colgó a aquel santo la anécdota, y es falsa, pero no se me olvida. Sacármela de la cabeza es tan imposible como cuestionar los criterios de valoración del ISI sobre los descubrimientos científicos, o su autoridad, sólo comparable a la de fray Tomás Roca, censor de la orden de los dominicos a principios del siglo XVII.

He observado con gran placer el rastro del señor Roca en el ejemplar de la Obra Completa del botánico, alquimista, farmacéutico y filósofo renacentista Arnaldi di Villanova, de 1533, que figura en la biblioteca del Gabinete de curiosidades de la familia Salvador, en el Instituto Botánico (confer El Gabinete Salvador, EL PAÍS, 7 de enero); fray Tomás tachó, recortó y comentó profusamente las amarillas páginas.

Es curioso que al principio del tratado Expositio visionum qui fiunt in somnis, el censor tachó y escribió a pie de página: Nos per llegir pena de excomunió. El mismo lacónico rigor merece el apartado De iudicis astronomica: Lo mateix aquesta, también excomunión al que lea esto, sentencia fray Tomás el desabrido, el fulminante. En cambio no pone reparos a De lapide philosopharum. Es decir que tanto las fantasías oníricas y los discursos alegóricos a los que pudieran dar pie como las investigaciones astronómicas le parecían al saber académico y ortodoxo de la Iglesia materias extremadamente peligrosas (peligrosas para su monopolio interpretativo), mientras que en la búsqueda de la piedra filosofal no veían anatema.

En el Gabinete Salvador los libros conviven con las colecciones de fósiles, de conchas, de minerales, como es lo propio de las wunderkammern, que reunían los fenómenos naturales con los logros de la humanidad. Lo que más interesaba a los coleccionistas del Renacimiento tardío eran los artículos curiosos, lo raro, lo remoto, lo exótico, lo híbrido, los caminos cegados de la evolución, en donde querían hallar huellas, rastros de Dios. Uno de los Medici del siglo XV pagó por una Adoración de los magos de fra Angelico 100 florines, y compró un van eyck por 30, mientras que un cuerno de unicornio (que sería más bien un colmillo de narval) le costó 6.000. Al editor del inventario Medici, hombre del XIX, plenamente moderno, la desproporción de estas sumas le parecía aberrante.

La anécdota viene en The origins of museums: The cabinet of curiosities, de Impey y Mc Gregor, libro que me recomendó Salvador Pérez Moreno, taxidermista de profesión, hombre culto y curioso, tras leer el referido artículo. En respuesta a su amable carta yo le recomendé Cabinets, de Patrick Mauries, en editorial Thames and Hudson. Y a propósito de Thames: la última persona viva que sigue componiendo gabinetes de curiosidades es, que yo sepa, el artista Mark Dion. La Tate Modern tiene una habitación consagrada a su pieza Thames dig (excavación, dragado del Támesis), mueble clasificador maravilloso cuyos delgados cajones he abierto no pocas veces para admirar, cuidadosamente dispuestos, todos los objetos y fragmentos de objetos que Dion y su equipo de colaboradores rescataron del lecho del río a su paso ante el museo, en un alarde de investigación antropológica o de subversión antiantropológica o de chaladura clasificatoria. El mueble, el gabinete en sí, es funcional, parecido a esos tan corrientes y útiles para guardar planos o láminas. Las colecciones de reliquias que Dion arrancó al lecho del río son mínimas, insignificantes, casuales, anónimas, sin valor comercial o artístico ninguno, pero componen un conjunto inquietante y misterioso. Suelas de zapatos. Huesos de animal. Huesos de ser humano. Anillos. Cuchillos. Botellas. Loza. Botones. Había de todo. Había mucho de casi nada.

"Se dice / que tales constituciones de imágenes al borde horroroso de la prehistoria y del concepto mágico son pobres / sucedáneos de lo sobrenatural. / Sí, / pero a veces... Etcétera". (Cirlot).

museosecreto@hotmail.com

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