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Reportaje:

El triunfo del maldito

El gol al Betis sirve a Cassano para estrenarse con el Madrid y cerrar su conflictivo pasado romano

Diego Torres

El destino ha hecho de Cassano un futbolista de oídos sordos. Se despidió del Roma bajo el coro de insultos de su propia curva de fanáticos, y el miércoles se presentó en España, con el Real Madrid en Sevilla, donde la hinchada bética le cantó a su sobrepeso: "¡Gordo, gordo!". La intimidación, sin embargo, no hizo efecto. Ni ayer ni hace dos meses. Cassano dijo adiós a sus tifosi marcando al Lecce. Ayer, en Sevilla, volvió a marcar. Un gol de los suyos. Mezcla de audacia y talento. Dos condiciones que no impidieron su huida de Roma bajo el signo de maldito.

Cassano huyó de Roma de la misma forma accidentada en que se presentó allí en el año 2001, con 18 años. Para la historia quedará su encuentro con Gabriel Batistuta en la cafetería de Trigoria. El argentino, por entonces máximo goleador del Roma, era junto con Totti el líder de aquel vestuario. Era un hombre hosco y pudoroso que conservaba el mismo aire introvertido desde su infancia en un pueblo de la Pampa. En Roma, a Batistuta le llamaban Rey León. Pero eso no le importó a Cassano cuando se acercó a él mientras tomaba un café. Para romper el hielo, el chico de Bari le saludó sin palabras ceremoniosas. Le echó un saquito de azúcar en la taza y se lo revolvió con el dedo índice derecho. Batistuta, espantado, estuvo a punto de darle un puñetazo.

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Criarse en las calles más deprimidas de Bari, lejos de la mirada de su madre y de su padre, no blindó a Cassano con las más tradicionales normas de gentileza ni suavizó su carácter indómito. El chico hizo oídos sordos a los peligros y enfiló hacia la pelota como se persigue a la vida. Muchas veces, Cassano ha recordado esos años de formación con agradecimiento. Está convencido de que, sin el fútbol, en el mejor de los casos, no habría sido más que un delincuente.

La llegada del media punta al Roma de Capello supuso un triunfo personal y el inicio de un difícil proceso de aprendizaje. Para acomodarse a las nuevas costumbres no pudo tener un cicerone de más rango. Fue el propio capitán, Francesco Totti, quien le hospedó en su casa familiar.

Figura venerada como ninguna otra en Roma, el diez de la selección italiana amparó a Cassano bajo su techo durante semanas. Cassano fue considerado como uno más de la familia Totti. La convivencia transcurrió en armonía hasta el día en que el destino volvió a señalar al jugador de Bari con malos modos. Fue durante un almuerzo. Y fue ante la persona más reverenciada -y temida- por Totti: su madre Fiorella, cuyo mayor orgullo culinario eran los bucatini alla amatriciana. Un plato típico romano. Un manjar, y una cocinera, que el ídolo de la ciudad juzgó dignos de una defensa heroica.

Sentado a la mesa, Cassano no midió las consecuencias cuando despreció el plato con ademán rudo y palabras malsonantes. Los bucatini alla amatriciana no resultaron de su agrado y Fiorella fue la diana de su disgusto, para sorpresa de Totti, que presenció la escena aturdido. La reacción del capitán fue la de un hombre que no duda de que lo que tiene ante sí es una amenaza real a los fundamentos de su cultura. Cassano fue expulsado de casa de los Totti con carácter irrevocable. Sus días en el Roma estaban contados. Cinco años más tarde, en Sevilla, el italiano comenzó su era madridista con un gol de pillo. El gol del triunfo.

Por otra parte, Diego López, el segundo portero madridista, será baja seis semanas por la rotura fibrilar sufrida ante el Betis.

Cassano protege el balón ante Rivera.
Cassano protege el balón ante Rivera.REUTERS

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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