"Mi punto débil sería decir que tengo punto débil"
Tal vez ése sea su secreto. Pese a ser tan rápido, David Villa, de 24 años, no tiene prisa. Ni para decidir que quería ser futbolista: empezó a destacar a los 16 años; antes se dedicó a divertirse y a hacer amigos. Ni para ser titular en el Valencia: le costó un mes convencer a Quique Flores. Ni en la selección: Luis Aragonés lo sitúa todavía como suplente de Fernando Torres. "Soy de una personalidad tranquila, me altero por pocas cosas", afirma poco después de recalcar que sus padres le inculcaron "el ser fuerte".
En efecto, detrás de su apariencia de osito de peluche y de su trato afable con quien se le acerque, hay una fuerza tranquila y una impresionante seguridad en sí mismo. Suma 13 goles entre la Liga -competición en la que es el máximo goleador español, con 11- y la Copa y, si se le pregunta si ha superado sus propias expectativas, se revuelve y responde tajante: "Nunca, porque quien más confía en mí soy yo. Siempre hay mucho margen de mejora con trabajo, humildad y entrega". Lógico, pues, que haya asumido el trago de lanzar los penaltis allí por donde ha pasado, el Sporting, el Zaragoza y el Valencia, pese a su juventud. "El que los tira tiene ventaja sobre quien debe pararlos. Sé que lo voy a meter, pero nunca comento cómo lo hago".
"No me siento peor físicamente que nadie. Nunca evito el choque. No tengo miedo a nadie"
"Nunca he superado mis expectativas porque quien más confía en mí soy yo"
No da pistas al contrario. Sabe cómo jugar dentro y fuera del campo. Así que, inquirido por su punto débil ahora que le llueven los elogios, el atacante responde con una frase que firmaría Groucho Marx: "Mi punto débil sería decir que tengo punto débil". En todo caso, su corta estatura le habrá condicionado de alguna manera. ¿O no? "En nada", responde otra vez con contundencia. "En el fútbol no es preciso medir dos metros y pesar 120 kilos. No me siento peor físicamente que los demás. No evito nunca el choque. No tengo miedo a ningún defensa. Hay otras cosas malas en la vida como para tener miedo dentro de un campo".
Su delantero ideal sería el holandés Van Nistelrooy, por rápido, rematador y hábil en el juego de espaldas a la portería. Es decir, por su variedad de recursos, parecida a la de Villa, a quien todavía le falta enseñar en Mestalla algunas de sus virtudes: "Siempre he metido muchos goles de falta, aunque aquí todavía no. Tampoco he podido lanzarlas". Puestos a buscar referentes históricos, y ahora que se acerca el Mundial de Alemania, ¿conoce a Gerd Müller? "Sí, por los vídeos, fue uno de los mejores por su pegada al balón y por su velocidad".
Aparte de valiente, Villa es laborioso. Barre todo el frente de ataque. La filosofía del esfuerzo está en su ADN. Su padre, minero, trabajó 25 años bajo tierra, hasta que se jubiló. "Mis padres me han transmitido ser humilde, no olvidarme de mis orígenes y trabajar día a día, pero no por ser mineros o humildes, sino por ser mis padres como son. Sin esforzarse, no se consigue nada, no sólo en el fútbol sino en la vida. Todos los que han llegado a un primer nivel, han tenido capacidad de sacrificio".
Padre de una niña que le ha llenado de "felicidad", Villa vivió de chico con su familia en un piso de 60 metros "como la mayoría de las familias" en Tuilla, una pedanía de 2.500 habitantes de Langreo. "Mi infancia fue muy feliz, volvería a ella si pudiera, con mis amigos, mis hermanas...". Sin precedentes deportivos, su padre nunca le presionó para ser futbolista. Casi al contrario. "Si a los 10 años ya quieres ser profesional, no llegas". A los cuatro años, se rompió el fémur y los médicos creyeron que se quedaría cojo. "Apenas me acuerdo, pero a mis padres sí que les marcó. La suerte es una aliada muy buena en la vida".
A los nueve años fue a probar al Oviedo, el equipo del corazón de su padre, que lo rechazó. "Decidieron que no estaba al nivel, no les gustaba, había otros mejores". Jugó al fútbol sala con los amigos del colegio, y, después, entró en alevín del Langreo. "Nos lo pasábamos muy bien, compartimos muchas risas, son amigos que conservo". Pasó por todas las categorías. Marcó cerca de 50 goles en la Segunda juvenil con el Sporting. Sólo quería divertirse. Hasta que llegó a la División de Honor juvenil con el Sporting, no pensó realmente en ser futbolista. Desde entonces, cosecha un promedio de 17 tantos por temporada (18 y 20 en sus dos últimos cursos en el Sporting; 17 y 15 en los dos del Zaragoza).
Y ya reflexiona como un veterano. Repite que lleva siete años de profesional. "Seguro que llegan los malos momentos, en los que se sufre mucho, y la torta será más grande si no somos humildes". Claro que no firmaría ganar la Copa del Rey y ser segundo en la Liga. "Aquí nadie te regala nada". Tampoco Quique Flores, que lo relegó al principio al banquillo. "A Quique le gusta mucho preparar un poco de todo en los entrenamientos, hablar mucho con todos y no se le escapa un error de nadie. Me costó convencerlo porque aquí había un bloque hecho, por mucho que llegara tras haber pagado el club por mí 12 millones [al Zaragoza]".
Ya ha soñado "muchas veces" con el Mundial de Alemania, "el máximo exponente para un futbolista". Y re1cuerda que, en su casa, todos estuvieron a punto de llorar de rabia cuando Tassotti le dio un codazo en la nariz a Luis Enrique, paisano suyo, en el Mundial de 1994. "Primero quiero estar en la lista: con trabajo, humildad, sin levantar el pie". Sin ninguna prisa.
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