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La ceremonia de la confusión

No de otra forma puede definirse el espectáculo al que estamos asistiendo los ciudadanos españoles con motivo de las reprobables declaraciones del teniente general Mena sobre el proyecto de Estututo catalán. Porque los portavoces políticos y los comentaristas profesionales aprovechan la ocasión para, en una forma descarada e impúdica, arrimar el ascua a su propia sardina, aunque sea a costa de la más flagrante incoherencia con su propio pensamiento y anteriores afirmaciones. Veámoslo.

La confusión entre el contexto de explicación y el contexto de justificación es ya vieja, a pesar de que se trata de una distinción obligada en todo discurso racional. El Partido Popular ha venido confundiéndolos sistemática y pertinazmente cuando acusaba a los nacionalistas de justificar a ETA por el hecho de que éstos la explicaban como consecuencia de un conflicto previo. Pues bien, en este concreto caso los populares han hecho uso de esa distinción (que tan aberrante les resultaba en otros casos) y han explicado las palabras de Mena poniéndolas en relación con la inquietud social existente por un concreto asunto, aún sin justificarlas. Primera incoherencia, como subrayaba Ignacio Sánchez Cuenca en una carta a este periódico. Pero la cosa no acaba ahí, sino que los demás partidos políticos acusan seguidamente a los populares de justificar y apoyar al militar por el mero hecho de haber explicado su reacción ilegal como fruto de un contexto determinado, incurriendo entonces en una incoherencia simétrica con sus propias posiciones anteriores.

Quienes recuerdan el "ruido de sables" no dicen nada del ruido de bombas que ambientó la génesis y desarrollo del Estatuto
La confusión entre el contexto de explicación y el de justificación es ya vieja, pese a ser una distinción obligada

Rodríguez Zapatero no justifica el terrorismo musulmán cuando lo explica como fruto de la injusticia mundial. El PNV no justifica el terrorismo de ETA cuando lo explica como consecuencia de un conflicto político de largo recorrido. Explicar no es justificar. Pero este principio vale siempre, no sólo cuando nos conviene.

Es triste tener que decir que en algunos comentarios parece latir un inconfesado deseo de asociar a los populares con una extrema derecha golpista, recurriendo al esquema simplista y obsoleto de dividir a la sociedad española entre demócratas y autoritarios. Se entiende el interés táctico de esta asimilación en el corto plazo electoral, pero resulta asombrosamente torpe de cara al futuro ¿Han oído hablar nuestros aprendices de brujo de la self fulfilling prophecy?

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También forma parte de la ceremonia de la confusión el sacar a la procesión el artículo 8 de la Constitución Española y señalarlo como culpable de la intromisión del militar en la política. De ahí sólo queda un paso a la pura y simple reclamación de modificaciones constitucionales. Sin duda debo ser muy torpe, pero no entiendo la lógica que se supone existe en esta reclamación. Desde luego, el artículo 8 C.E. fue una concesión al contexto histórico en que se gestó la norma, y a muchos no nos gusta nada en absoluto. Pero, ¿alguien cree seriamente que suprimir ese artículo nos protegería de un posible golpismo militar? ¿Es que le sirvió a la República para evitarlo el hecho de que su Constitución no contuviera un precepto semejante? Si llega a existir golpismo en España (hipótesis bastante improbable), no necesitará desde luego de la Constitución para actuar.

Y, ya puestos, no podían faltar quienes nos recordasen el "ruido de sables" como supuesto factor que limitó la libertad de la sociedad española a la hora de redactar su Constitución. Un pecado que sólo podría subsanarse, según ellos, dando ahora rienda suelta a los deseos confederales de la respectiva nacionalidad. Sin entrar ahora en el análisis de la supuesta verdad de aquella afirmación, lo que de nuevo resulta incoherente es que tales voceros no dicen nada, en cambio, del ruido de bombas que ambientó la génesis y desarrollo del Estatuto y el Concierto. Un ruido bastante más estruendoso, por cierto, que el de los supuestos sables, y que justificó tantas y tantas concesiones a lo nacionalistas, que no dudaron en utilizarlo como argumento en las negociaciones del Estatuto, como reconoció en su día Manuel de Irujo.

Pero no se trata ahora de volver sobre la historia, sino sólo de mostrar la asombrosa inconsecuencia de quienes escuchan tan selectivamente el ruido del pasado y, sobre todo, la de quienes nos están proponiendo ahora negociar un nuevo texto político en paralelo y sintonía con un proceso de desarme de una organización terrorista ¿O es que eso no es pactar con ruidos de fondo? ¿No es eso rendirse al contexto?

Y aunque sea más liviana e intrascendente, incoherencia es también el criticar un supuesto militarismo en la Constitución Española y, al mismo tiempo, copiar en un patético remedo sus rasgos más castrenses en el Estatuto vasco. Así, ya que el artículo 62 de la Constitución dice que al Rey le corresponde el "mando supremo de las Fuerzas Armadas", nosotros decimos que al lehendakari le corresponde el "mando supremo de la Ertzaintza" (artículo 52 del proyecto de Nuevo Estatuto Político de Ibarretxe). Porque no se concibe un Jefe de Estado (aunque sea asociado) que no mande personalmente a quienes tienen las armas.

Hasta en esto somos incoherentes deudores de nuestra común historia española.

José María Ruiz Soroa es abogado.

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