Paga y calla
No hay nada en esta ciudad que reconozca como la ciudad en la que he habitado casi toda mi vida. El Retiro se ha convertido en un lugar ruidoso debido al intenso tráfico de máquinas cortacéspedes, sierras mecánicas, podadoras, camiones... No es algo puntual, lleva así, por lo menos, diez años.
Las calles están llenas de polvo de cemento, zanjas, bocinazos, atascos, humos y un constante estruendo que ya no mitigan los árboles talados.
Desvíos, estrechamientos, incorporaciones con trayectorias de colisión, curvas con peraltes que te echan de la carretera y líneas pintadas de las que nadie recuerda ya su propósito ni dirección. Los bancos, las compañías telefónicas, el Ayuntamiento, las instituciones autonómicas y estatales, las aseguradoras, los transportes públicos, las leyes, los políticos... te recuerdan constantemente que no eres nada, nadie: paga y calla.
Se persigue al artista callejero y al vendedor ambulante. El calendario cultural no le interesa a nadie. Se sataniza a los jóvenes, a los inmigrantes y a los catalanes. La Policía Municipal tiene a "todos sus agentes ocupados" cuando llamas.
Pero lo peor de todo, lo irreversible, lo que ha matado a mi ciudad, es saber que, aunque se acaben las obras, se cambien los políticos, funcionen los transportes públicos..., el carácter cosmopolita de sus habitantes, su amabilidad, su disposición a la alegría y a discutir de fútbol con un amigo del equipo rival tomando unas cañas, todo esto se habrá perdido en favor de un perpetuo estado de enfado y de mala leche.
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