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Crítica:CANCIÓN | Van Morrison
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El león en invierno

A sus 60 años cumplidos, El León de Belfast no renuncia a sus rugidos extemporáneos, fruto de un proverbial mal carácter que le condujo, por ejemplo, a despedir hace poco tiempo a su fiel manager de muchos años, el enorme Willie, de una bofetada. Razón de más a la hora de comprender cómo Van the man construye en sus actuaciones una auténtica cuarta pared que le aísla del público y, gracias a la cual y a cierto y particular desprecio por la masa sin cara de espectadores que van a verle con reverencia religiosa y pagan además un pastón por ello, consigue esa espectacular concentración escénica que le ayuda a cantar con la fluidez más desinhibida.

En el invierno de sus días, los conciertos de Van Morrison suelen tener algo de ceremonia resuelta en piloto automático. El malencarado artista los ciñe a 90 escrupulosos minutos -parece ser que un reloj situado a un lado del escenario le avisa para no regalar un solo minuto-, a lo largo de los cuales ordena a sus músicos que se hagan los correspondientes solos a base de manotazos de abuelo cascarrabias y, cuando tiene que dar la bronca a alguno de los técnicos, lo hace ¡usando el micrófono! Debe pagar especialmente bien a su equipo, porque a veces parece preferible irse de voluntario a Irak antes de embarcarse en una gira con él.

Nada de esto importó a los embelesados espectadores que asistieron, como siempre, a la rueda de temas de rock, de soul, de blues, de rhythm and blues, de country -un disco en este estilo verá la luz en pocos meses-, que el maestro ejecutó alterando por impulsos el orden de canciones dispuesto por él mismo. Entraba en escena soplando la armónica a los sones de Mediocrity, bajo un sombrero blanco y con unas gafas con montura cuadrada y transparente.

La banda, dirigida por el guitarrista John Edwards, está sometida desde el primer acorde a la voluntad del cantante, pero sabe sacar momentos inspirados: sobre todo los proporcionados por el saxofonista Martin Winning y la nueva adquisición del combo, la bella percusionista Tina Lyle, que fue quien más aplausos logró cada vez que atacaba el vibráfono. En cuanto al repertorio, hubo de todo. Algunos temas quizá no brillaron como otras veces, pero otros como Little village, que terminaba con todos los vientos tocando junto a Van ante su micrófono, sí justificaban con vistas al espectador el dinero invertido. También Days like this, Cleaning windows o la siempre hermosa Brown eyed girl, con la que desaparecía unos instantes para, sin que nadie se lo pidiera, regresar a hacer dos temas. El segundo, Gloria. Después, sin decir adiós, el viejo genio se retiraba dejando a los músicos ante el ingrato papel de despedir un show que no es el suyo. El reloj marcaba el final de los 90 minutos y el león regresaba a sus cuarteles de invierno hasta su nueva aparición llena de rugidos.

Van Morrison, en enero del año pasado en Madrid.
Van Morrison, en enero del año pasado en Madrid.CLAUDIO ÁLVAREZ
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