Un rally que trae y quita vida
El piloto y los dos niños fallecidos en África enturbian el futuro de la carrera
Cuando Thierry Sabine imaginó el rally Dakar en 1977, el ex piloto francés, fallecido en África hace 20 años a bordo de un helicóptero un día de carrera, deseaba hacer partícipes de la magia de los paisajes africanos a quienes participaran en su nueva aventura. En la edición que conmemora los 20 años de su muerte, otros tres fallecidos han empañado, de nuevo, la prueba por etapas más famosa del mundo.
Tras la muerte del motorista australiano Andy Caldecott, el pasado lunes, a consecuencia de un accidente cuando trataba de adelantar pilotos a gran velocidad, dos niños, uno de 10 años y uno de 12, fallecieron como consecuencia de violentos impactos con vehículos de la carrera. El primero de ellos se encontraba el pasado viernes a seis kilómetros de su poblado, por lo que en aquel lugar no era vigente la prohibición que impide a los participantes circular a más de 50 kilómetros por hora. El coche del piloto letón Saukans Maris arrolló al muchacho, que murió minutos más tarde en el helicóptero de la organización que lo trasladaba al hospital de Labé.
"Que alguien de un poblado muera por culpa del rally es inaceptable", asegura Juan Porcar
Dos días más tarde, el día en que la caravana llegó a Dakar, otro niño, éste de 12 años, fue atropellado por el camión de asistencia del equipo holandés Yamaha cuando circulaba por una pista reservada a los vehículos de asistencia. El niño murió como consecuencia de las heridas provocadas por el camión, y las autoridades de Senegal abrieron una investigación para esclarecer los hechos.
Consciente del peligro que suponen los rápidos y pesados vehículos que toman parte en la carrera, Sabine alejó en un principio la competición de las zonas pobladas y la civilización para tratar de evitar los accidentes como los que en esta edición se han producido. En las vastas extensiones del desierto, los vehículos pueden rodar al máximo régimen sin peligro de colisión alguno. Las primeras ediciones, con interminables etapas por los desiertos del Teneré y el Níger, eludían los peligros de los poblados. Ahora, en busca de etapas con más navegación y más complicaciones para los pilotos, la ruta del rally pasa por Guinea y Mali, y allí, en la selva, hay vida.
"La organización lamenta profundamente las pérdidas humanas", afirma Etiene Lavigne, director de la carrera, "pero el riesgo siempre existe en una carrera como ésta", abunda el francés, en su segundo año al frente de la prueba. "Lo que debemos tratar de hacer entre todos es reducir al máximo el riesgo que existe de que muera gente", reflexiona Lavigne.
"Lo que no se puede permitir es que muera gente ajena a la prueba", afirma Joan Porcar, ex corredor del Dakar y actualmente vinculado a la organización. "Que muera un piloto es muy triste, pero quien se inscribe en la prueba es consciente de los riesgos que corre. Que alguien de un poblado muera por culpa del rally es inaceptable, debe ser evitable al 100%", apostilla Porcar.
Arremolinados alrededor de los miembros de la organización que controlan el paso de los pilotos, los lugareños cantan y bailan delante de ellos en señal de agradecimiento. "Para nosotros, cuando el rally pasa por aquí es un día de fiesta", afirmaba un aldeano de Djalon, un poblado guineano cercano a Labé. La organización reparte unos carteles basados en cómics la jornada antes de la llegada de los vehículos, pero al parecer esta medida es insuficiente. "La carrera nos trae vida al pueblo", afirmaba ensimismada una lugareña de un poblado cercano a Bamako. En ocasiones, también se las cobra.
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