Marc Coma conquista un sueño
El 'Lobo de Avià', como apodan en su pueblo al motorista, cumple en el Lago Rosa el reto que ha marcado su vida
Poco se imaginaba Moisés Gangolells que aquel chico del pueblo que se agenció su viejo sidecar por 5.000 pesetas se encaramaría a lo más alto del podio en el Lago Rosa 15 años después como flamante ganador del Rally Dakar. Sin quitarle el ojo a su compañera de batallas, la KTM 660 Rallie naranja chillón, el rostro de Marc Coma (Avià, Barcelona; 7 de octubre de 1976) rebosaba esplendor ayer a lo largo de los 200 metros que le separaban del podio. Estalló entonces de alegría el español tras vivir dos semanas de nervios e intensas emociones, contenido todo ello.
A pesar de no haber vencido en ninguna de las 15 etapas, el piloto de KTM ha exhibido un nivel y una concentración encomiables, ha encabezado la prueba desde la cuarta jornada y ha conseguido el segundo mejor tiempo en ocho etapas. "El Dakar es un rally de eliminaciones y yo no quería eliminarme a las primeras de cambio", afirmó Coma a la conclusión, con el gesto más relajado. "Si cometes un error, esta carrera no te perdona. Por eso hemos estado muy alerta", añadió el segundo español, tras Nani Roma, en asir el cetro de ganador de la carrera africana.
Hijo de un corredor de motocross, a los ocho años ya pilotaba la Cota de su tío
Más frío y calculador que en ediciones anteriores, cada tarde, al descabalgar de su moto en el campamento, Coma se dirigía a Jordi Arcarons, director del equipo, para comentarle sus sensaciones al manillar y repasar los elementos que reparar para, acto seguido, introducirse en los oídos los auriculares de su iPod, en el que tiene almacenadas canciones de Coldplay, Andrés Calamaro o Els Pets. La primera canción en sonar era siempre la misma: You"ll never walk alone, el himno adoptado por el Liverpool, por aquello de las largas jornadas con la única compañía acústica del motor de cuatro tiempos de su KTM.
A miles de kilómetros de distancia, su esposa, Queralt, se desgañitaba ante la pantalla del ordenador para, con las herramientas vía satélite, tratar de conocer el paradero de su marido segundo a segundo. A su lado, los amigos del Lobo, como conocen todos en Avià a Coma, compartían las horas de sufrimiento sentados en el gran sofá en el que el catalán juega interminables partidas al Pro Evolution Soccer de la PlayStation.
Criado en el seno de una familia de moteros, su padre, Ricard, ex alcalde de Avià, llegó a clasificarse en quinta posición en el Campeonato de España de motocross.
Con ocho años recién cumplidos, echó el ojo Coma a la Montesa Cota 348 con la que su tío Toni, gran aficionado al trial, salía de excursión. Al mínimo despiste, bien fuera en la hora de la siesta o cuando su tío estaba ocupado en cualquier asunto, se subía a la moto y se perdía durante horas por los caminos que rodean Avià. Aun ahora, cada sábado desayuna con sus amigos en el bar El Padró.
Tenía apenas 10 años y no cesaba de incordiar a sus padres hasta que le compraron una Puch 74, con la que participó en algunas carreras de pueblo. Como ocurre en infinidad de hogares, los Coma supeditaban los deseos de su hijo a los resultados académicos y fue cuando aprobó la EGB cuando Ricard y Montserrat jubilaron la destartalada Puch y le regalaron una Honda CR 125 de motocross, con la que comenzó a competir en algunas carreras de ámbito regional y provincial. Tras comprobar que sus características de pilotaje se adaptaban mejor al enduro, un punto menos agresivo que el motocross, Coma se aplicó en esta especialidad y pronto despuntó hasta entrar a formar parte del equipo nacional de la especialidad. Tras alcanzar la medalla de Plata en el Mundial de Enduro, su progresión fue meteórica, al tiempo que en su mente se definía el reto en torno al cual giraría su vida: el Rally Dakar.
En 2002, el ex piloto Carlos Sotelo ofreció a Coma la posibilidad de inscribirse en la carrera africana a los mandos de una CSV, ensamblada por el mismo Sotelo. La frágil mecánica artesanal se quebró y no consiguió pisar las playas de Dakar en su debut. Pero el tesón y la maestría exhibidos le abrieron las puertas del equipo KTM como escudero de Nani Roma e Isidre Esteve, sus dos maestros. A su rueda maduró Coma hasta ocupar el asiento que dejó vacante Roma al pasarse a los coches.
Este año, con el título mundial de raids en el bolsillo, se personó el piloto de Avià en Lisboa como uno de los tres principales aspirantes al triunfo final. Primero fue Esteve, ex compañero de equipo, quien tuvo que abandonar tras sufrir una caída que le costó el bazo. Cyril Despres, ganador por delante de él en la pasada edición, se mostró más nervioso que en años anteriores y, tras accidentarse y perderse en dos ocasiones, se convenció de que nada podía hacer para evitar que Coma levantara el trofeo dorado. A su lado, en el podio, Gangolells, fisioterapeuta del equipo ahora y hace 15 años propietario del sidecar con el que Coma comenzó a brincar por los caminos de alrededor de Avià. El campeón no olvida sus raíces.
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