Sin gomina desde Tan Tan
La dureza del rally africano empuja a Sainz a un cambio de hábitos dentro y fuera del coche
Al anochecer de la quinta etapa del rally Dakar, en la localidad marroquí de Tan Tan, en el límite con el Sahara, Carlos Sainz se visitió como un gentleman y se peinó con gomina para debutar en un biouvac que se parecía mucho a un campamento beduino. De rodillas pero tieso como un guardia real, el astro español se hincó en una de las alfombras. Era la hora de la cena y aquello no era un hotel de cinco estrellas. Al llegar debió esperar paciente su turno en la generosa y serpenteante cola de la vianda. Delante de él, un piloto de motos, sucio y medio cojo por una mala caída, recibía la ración de pan, pasta y carne guisada con verduras salteadas. Detrás, un miembro de la organización aguardaba a que el español hiciera lo propio y se recostara en el suelo para comer. No hubo caso.
Tumbados sobre magnas alfombras, comen, ríen y comparten batallitas los Peterhansel o Nani Roma con los muchos pilotos anónimos inscritos en esta prueba. Noche tras noche, la interrelación es total entre ellos y sus gestos, acostumbrados ya a las rutinas del rally, transmiten tranquilidad. Todo menos eso denotaba Sainz en Tan Tan. Pero en los días subsiguientes, el madrileño aflojó la guardia. Ayer sus hombros habían perdido rigidez. Sólo su mirada inquieta continuaba registrando sucesos nuevos.
Cuando Thierry Sabine concibió el rally Dakar, su mente se encaprichó en crear una carrera cuyos principales valores fueran el sacrificio, la superación y la igualdad entre sus participantes. No importa si uno es banquero, electricista o bicampeón del mundo de rallies, los elementos que el Dakar baraja humanizan a quienes lo comparten. Si bien existen emplazamientos donde los equipos más potentes consiguen alquilar habitaciones de hotel o casas a lugareños, también hay paraderos en la ruta del Dakar que obligan a dormir en el campamento a los participantes. Sólo una noche, en Tan Tan, durmió Sainz en una tienda de campaña. Desde los doce años no dormía en una de ellas. Y ya ha cumplido los 43. La falta de práctica se hace evidente cuando uno pretende armarla o, como en su caso, batallar con las varillas que deben mantenerla en pie. "La tienda de Carlos la montó Andy Schulz, su copiloto", afirma con media sonrisa Andrea Voigt, miembro del equipo alemán. "Al día siguiente comenzó a desmontarla él, pero, como tenía ciertas dificultades, Schulz les encomendó a los mecánicos que la plegaran", asegura un tanto sonrojada Voigt.
La imposibilidad de gozar de asistencia en la etapa del jueves obligó a muchos pilotos a arreglar ellos mismos los desperfectos ocasionados en sus vehículos. También tuvo que arremangarse Sainz para dar un repaso a su Touareg. "Andy!", se quejaba amigablemente a quien le canta las notas en carrera, "todos los manuales están en alemán. No entiendo nada". Schulz sonreía.
No ha demandado ningún elemento especial el piloto español dentro del equipo Volkswagen. Posee el mismo espacio para guardar sus enseres en el camión de asistencia que Bruno Saby, otro de los pilotos de la escudería alemana. "Su trato con nosotros es el mismo que el de los otros pilotos", asegura Keneth Richardson, ingeniero de carrera. "Nuestro equipo es alemán, y allí el Campeonato del Mundo de Rallies se vive como una especialidad más", abunda este joven, prendado de los conocimientos de Sainz en materia de reglajes.
Todo en este rally precisa de experiencia. Y Sainz carece de ella aunque -como ha demostrado sobradamente en carrera, donde ha conseguido cuatro victorias de etapa- aprende rápido. Anteayer, en el bivouac de Labe (Guinea), el madrileño se medio tumbó. En su pelo no había rastros de gomina.
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