El ego del Virrey
Antes que con sus circunstancias, cada ser humano convive con su ego, que tiene tamaños variables en cada caso y cuyas ambiciones no siempre coinciden exactamente con los deseos más íntimos de su dueño. En septiembre de 2003, todavía como entrenador del Boca Juniors, Carlos Bianchi viajó a España para disputar un par de partidos amistosos contra el Barcelona y el Atlético de Madrid. Por entonces, concedió algunas entrevistas a medios españoles, en las que expresó con claridad que su proyecto vital, el día que abandonara el club de la Ribera porteña, no contemplaba trabajar en Europa, sino disfrutar de sus hijos y nietos en Buenos Aires. Más aún, se ocupó de remarcar su escaso aprecio por el fútbol que se juega a este lado del mundo e incluso puso en duda la eficiencia organizativa de los clubes españoles.
Su discurso sonó creíble porque parecía reflejar sus verdaderos sentimientos y, para quien lo hubiese escuchado, resultó sorprendente que, menos de dos años más tarde, aceptara la propuesta del Atlético para aventurarse lejos de su barrio y sus afectos.
¿Por qué lo hizo? El propio Bianchi se encargó una y otra vez de negar el factor económico como motivo. Y se antoja poco probable que una personalidad tan fuerte como la suya se dejara influir hasta tal punto por familiares, amigos o representantes.
¿No será acaso que, seguramente sin darse cuenta, permitió que fuese su ego el que tomara la decisión por él? Porque a ese ego apabullado durante años por los elogios en Argentina y Suramérica, sin duda le faltan, en el aspecto profesional, un par de condecoraciones para sentirse plenamente satisfecho. Una, dirigir a la selección albiceleste: sufrió una nueva postergación a finales de 2004, cuando desde la Asociación del Fútbol Argentino se le hizo saber que no era el hombre elegido para reemplazar a Marcelo Bielsa. Otra, tras su fracaso en el Roma en la temporada 1996-1997, es triunfar en un club europeo, y fue el Atlético el que le ofreció la revancha.
Pero, si el ego, incluso el más fuerte, tiene apetencias diametralmente opuestas a las de la persona que lo alimenta, suele plantearse una dura competencia interna que puede derivar en cortocircuitos de difícil resolución. Cómo explicar, si no, el errático e inesperado comportamiento de Bianchi durante sus meses en Madrid. Porque el ya ex entrenador del Atlético contradijo todos sus antecedentes. Si en Buenos Aires se mueve como pez en el agua, en Madrid se recluyó en su casa, sin que se le conociera ningún intento por integrarse en el entorno. Si en sus anteriores experiencias supo manejarse con maestría con los medios, aquí se mostró huraño, distante, intratable. Si una de sus bazas principales siempre fue la complicidad con sus dirigidos, en el Atlético se ganó el desprecio de buena parte de su plantilla. Si la claridad y firmeza en sus ideas le llevó a cosechar un sinfín de triunfos con otras camisetas, con la rojiblanca sumó una duda tras otra a la hora de dar forma al equipo. Si en Argentina nunca alardeó de sus éxitos, a este lado del Atlántico los usó como justificante para cada decisión tomada.
La impresión final es que este hombre gris que pasó por Madrid poco tiene que ver con el Virrey que gobernó un decenio de fútbol en Argentina. Tal vez, porque el verdadero Bianchi nunca dejó de jugar con sus nietos en su barrio de Buenos Aires. Aquí sólo conocimos a su ego.
es periodista.
Rodolfo Chisleanschi
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