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Columna
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El amor de mi vida

Por dentro, Juan Urbano no estaba allí, justo enfrente de la Plaza de la Villa, parado en medio de la noche sin saber muy bien si lo que sentía en el corazón era una rosa o un cuchillo; ni tampoco era exactamente el hombre que detuvo un taxi, le dio unas señas y quince minutos después caminaba por la calle de Zurbano, hacia un bar donde lo esperaban unos amigos. No, eso sólo era su parte de afuera y aquel Madrid estaba en otro lugar, por dos motivos: porque estaba enamorado y porque iba escuchando su MP3. Había puesto un disco llamado The wind que grabó Warren Zevon poco antes de morir, y oía una y otra vez la canción "El amor de mi vida". Iba muy despacio, viendo a la misma mujer en todas las personas con las que se cruzaba, y se movía al ritmo lento de la canción, lo mismo que si anduviese por dentro de ella. Se estremeció cuando Warren Zevon dijo: "Cierro los ojos y tú reapareces / siempre te llevo aquí, conmigo. / Me duermo y vienes a mí / y nuestro amor es otra vez real"; y más aún cuando añadió, en español: "Tú eres el amor de mi vida / si sólo te pudiera encontrar / con todo el corazón te diría: / tú eres mi amor de verdad".

Juan adoraba los reproductores de MP3, porque en su opinión habían conseguido cambiar completamente el ritmo de la ciudad. ¿Se han fijado en lo distinta que es la gente que va por Madrid con unos pequeños auriculares en el oído? Parecen personas más felices y más inmunes que las demás; viven ajenas al ruido del tráfico o de las obras y sus pies no se mueven al ritmo frenético de los días laborables, sino al de la música que oyen. Juan se divertía al ver las cosas que hacían algunas personas, sin darse cuenta, al dejarse llevar por el oleaje de la música: alguien que, de pronto, toca una batería imaginaria en el respaldo del asiento de un autobús; o hace un solo de guitarra, con dedos de Eric Clapton, mientras aguarda su turno en una sala de espera; o alguien que, como ocurrió justo en ese momento, unos segundos antes de que él llegara a su destino, canta a pleno pulmón desde su coche, parado en un semáforo. Juan le vio mover la boca, pero no oyó lo que decía, sino a Warren Zevon, que susurraba en su oído: "Miro por la ventana y sé que estás ahí / y que has encontrado alguna nueva vida en alguna parte. /Ojalá fuese la nuestra / pero de todas formas, me alegro de tu felicidad. / Tú eres el amor de mi vida...". Sintió cerrarse en su interior la puerta de una cárcel.

Si le preguntásemos a Juan de qué hablo en aquella cena, no sabría qué responder, porque su pensamiento estuvo todo el tiempo en otro lugar. De lo único que se acuerda es de que en un momento, se habló precisamente de los MP3, de lo distinta que era la ciudad desde que miles de personas los usaban, de lo mucho que le había gustado esa iniciativa del Ayuntamiento de poner música en algunas paradas del autobús -esas tomas para altavoces en la que puedes enchufar tus cascos mientras esperas- y de lo bonito que sería que Madrid tuviera por fin en sus calles un carril para bicicletas, porque eso también cambiaba el ritmo, lo hacía más pausado, más armónico. Juan se había dado cuenta de eso en un viaje que hizo por Suecia y Dinamarca, y mientras sus amigos seguían dándole vueltas al tema, soñó que bajaba pedaleando por la Gran Vía, con su chica tal vez imposible al lado, sintiendo el viento en la cara y cantando "tú eres mi amor, / tú eres mi amor, / tú eres mi amor de verdad".

Vas por la calle con tu MP3 encendido y la vida se parece a una canción, le pones la banda sonora que quieres y dejas que otro hable por ti. O lees y todo lo que está fuera del libro desaparece. A Juan, que como ustedes saben también es un buen lector, también le gustaría que el Ayuntamiento de Madrid hiciera lo que han hecho, con un enorme éxito, los de Granada, Málaga y Córdoba, que es publicar una colección de relatos, especialmente escritos para la ocasión por algunos novelistas de primer orden, para regalarle a los viajeros del transporte público que se los pidan a los conductores. La música, la lectura, las bicicletas... ¿Y si ésas fueran, siendo tan sencillas, las mejores soluciones a los problemas de la gran ciudad?

Juan Urbano volvió a casa andando. "Cierro los ojos y tú reapareces / siempre te llevo aquí, conmigo. / Me duermo y vienes a mí / y nuestro amor es otra vez real", cantó a dúo con Warren Zevon, mientras miraba fijamente al final de la calle, como si creyese que el futuro estaba allí.

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