Tres Traviatas
Violetta vestida de noche, deslumbrante entre las luces de esta Navidad de 2005: la fiesta del primer acto de La traviata, una ópera sobre la vida y muerte de una mujer que encarna la condición generosa de media humanidad, podría hoy celebrarse en cualquier principal ribereño del río de oro que es el nuevo paseo de Gràcia. Y como el lujo, siempre descarado, se deja ver desde la calle, no me asombra que unas docenas de jóvenes bulliciosos hayan vuelto de mi juventud lejana para protestar contra algo que ni ellos mismos saben todavía exactamente qué es, algunas travesías más abajo, en la platea del Liceo, junto a La Rambla. A ellos dedico mis tres recomendaciones de hoy, tres Traviatas inolvidables, protagonizadas por tres mujeres fascinantes en sendas tomas en directo -dejo de lado las grabaciones en estudio-. Puede que haya errado en mi elección y me convierta en el blanco de su renovado enfado, pero, siempre malévolo, sé de sobras que los más listos y sensibles de entre ellos se rendirán tras ver y oír el milagro de Verdi. Vamos con la primera.
Toda una generación fue literalmente raptada por el talento de la Callas
Cada década tiene su Traviata. La de ésta, que ya va mediada, probablemente será una que se puso en escena en Salzburgo el verano pasado y que exhibe, ejemplar, la gran ilusión de una cultura cosmopolita y levemente fraternal: una joven soprano rusa e increíblemente hermosa, Anna Netrebko, canta y se mueve en escena extraordinariamente bien dirigida por el alemán Willy Decker, quien hizo girar toda la producción en torno a Violetta, como debe ser. La acompaña, correcto, Rolando Villazón, un tenor mexicano, cuyo padre en la obra, el barítono estadounidense Thomas Hampson, madura en el tercer acto cuando reniega de su hijo y brama: "De desprecio digno se vuelve quien, incluso en la ira, a una mujer ofende". El italiano Carlo Ricci dirige la Orquesta Filarmónica de Viena. Encontrarán el CD en cualquier buen comercio de discos, pero sugiero que sepan esperar al DVD: a la Netrebko, hay que verla.
El anciano maestro Georg Solti dirigió, a sus 82 majestuosos años, la Traviata de la década pasada, protagonizada por la entonces joven soprano rumana Angela Gheorghiu, quien, hipnótica en sus dúos de amor con el tenor, corta la respiración del oyente: compren el DVD de la grabación en directo en La Scala de Milán en 1994 si no quieren esperar a Netrebko, aunque tampoco sabría a qué carta quedarme si tuviera que decidirme por cualquiera de ellas. A Gheorghiu, Violetta le llegó en el momento justo, pero no le cayó del cielo, pues merecía un papel que se gana a pulso en cada gesto.
Mi tercera Traviata es la primera, la mejor de la historia, pero en ningún caso debería ser su elección prioritaria, pues las grabaciones existentes -siempre en directo- oscilan entre lo malo y lo mediano. En cualquier caso, Maria Callas fue, sin discusión, la Traviata del siglo XX: este año ha hecho justamente 50 que cantó una Violetta transfigurada en La Scala, bajo la dirección musical de Carlo Maria Giulini. El hiperestésico director de cine Luchino Visconti -envidiada mezcla de aristócrata, homosexual y marxista- se encargaba de la escena sin permitirse un fallo, mientras que una increíble Lila de Nobili iba vistiendo a Violetta, primero de negro, claro; luego en tonos apagados de verde y azul; de satén rojo en el tercer acto, y, al fin, de blanco. Toda una generación de artistas e intelectuales catalanes fue literalmente raptada por el talento dramático de la voz rara, imperfecta e irrepetible de la Callas, por la inmensidad de su rostro y por la elegancia de su delgadez estrenada y suicida. Gentescomo Lluís Pasqual o Terenci Moix han sabido ver que La traviata culmina en la escena tercera del segundo acto, cuando Violetta se despide de su amante sin contarle lo que está haciendo, extraviándose para siempre y arriesgándose a morir sola, como un perro: "Ámame Alfredo, ámame tanto como yo te amo, ámame Alfredo, siempre, siempre, siempre".
Si ustedes se empeñan en hacerse con una versión de las tres o cuatro grabaciones en directo de las Traviatas de Maria Callas, la más potable es una de 1958, tomada en el Teatro Nacional de San Carlos, de Lisboa (Franco Ghione, director).
Hoy, a diferencia de lo que sucedía en los años cincuenta del siglo pasado, prima la dirección escénica, a veces en detrimento de la calidad musical y vocálica, pero una de las ventajas de La traviata es que exige cantantes muy polifacéticas y, a ser posibles, creíbles en escena: cualquiera de las tres que les he seleccionado resultan modélicas. En La traviata, Verdi todavía no es el compositor de Otello, entre otras cosas porque ni su libretista de la época -Piave- era Arrigo Boito, ni Alejandro Dumas hijo era Shakespeare. Pero aun así, su música consigue condensar en cada frase emociones dramáticas que, en una buena novela, necesitan varias páginas, y si a ello se suma la magia del buen teatro, el resultado es literalmente espectacular. Un buen ejemplo colateral es Match point, la última película de Woody Allen, en la cual su director puntúa sin descanso el ritmo narrativo de la acción con una frase de Donizetti, cantada por la voz inmensa de Enrico Caruso, hará casi 100 años. Si se fijan bien, también allí sale una Traviata a quien cantan su amor un buen día. Un día todavía feliz.
Pablo Salvador Coderch es profesor de la Universidad Pompeu Fabra.
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