Tragedia y esperanza
En apenas una semana las estadísticas del tráfico han pasado de un balance relativamente esperanzador en los primeros días de la Navidad, acorde con la reducción de un 5% del número de muertes en la carretera durante todo el pasado año, a un súbito empeoramiento en el conjunto de las vacaciones. En estos 16 días han muerto en las carreteras españolas 169 personas, lo que supone un espeluznante aumento del 25% respecto a la temporada anterior. Las cifras de fallecidos y heridos, familiares e implicados, han roto drásticamente la tendencia a la baja que se mantuvo durante 2005 y que venía a alimentar la confianza en que las nuevas medidas de seguridad y sancionadoras estuvieran comenzando a reducir de forma consistente ese parte de guerra que se emite cada fin de semana.
Se han tomado en los últimos años muchas medidas para combatir imprudencias, abusos y casos de absoluta temeridad dolosa en nuestras carreteras, y todas parecen apuntar en la buena dirección. Sin embargo, pese a la mejora de las infraestructuras y del parque móvil, de la concienciación de los conductores y de la actuación de las fuerzas de seguridad, especialmente de la Guardia Civil de Tráfico, en ocasiones se dispara la cifra de víctimas y es preciso reabrir la reflexión de la sociedad entera sobre los motivos de tanta tragedia gratuita y los métodos para evitarla. Porque todos los expertos convienen que la mayoría de los accidentes son evitables. En julio entrará en vigor el carné de conducir por puntos, que quizá logre un mayor grado de disuasión para los conductores temerarios e infractores habituales. Sólo la erradicación del abuso del alcohol en la conducción podría, dice la Dirección de Tráfico, evitar más de un millar de muertos al año.
Pero el auténtico cambio vendrá cuando cada conductor tome conciencia de los peligros que entraña la conducción temeraria sobre terceras personas, sean ocupantes del propio vehículo o quienes se desplazan por la misma carretera. Cada conductor, como el piloto de un avión con centenares de pasajeros a bordo, ha de asumir que de su responsabilidad al volante depende la seguridad de miles de personas que se cruzan en su viaje. Esto sí sería un salto cualitativo en la ciudadanía. Pero depende de todos y cada uno de los ciudadanos que conducen.
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