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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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El factor francés

1En la plaza de Saint-Sulpice, sentado en el café desde donde Georges Perec espiaba horas y horas lo que allí podía verse (Tentativa de agotar un lugar parisino), no lo que ya había sido antes catalogado o inventariado de esa plaza, "sino lo que generalmente no se anota, lo que no se nota, lo que no tiene importancia: lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes".

Como tengo la iglesia delante, entro un rato en ella a la hora de la misa porque sé que hoy ha de tocar el órgano el magistral monsieur Roth, un virtuoso. Saludo una vez más los dos impresionantes Delacroix que hay en la entrada del templo, a la derecha. Los turistas norteamericanos, enloquecidos por El código Da Vinci, pasan de largo ante Delacroix y van a lo suyo, a su mundo merluzo, y entran como centellas en busca del bellísimo obelisco que fue construido para determinar científicamente la fecha del equinoccio de primavera. Para los merluzos, el obelisco sólo es una pista del Santo Grial y también la prueba de la existencia del priorato de Sión, secta secreta de los descendientes de Jesucristo y María Magdalena. En la placa que el sensato párroco de Saint-Sulpice ha colocado junto al obelisco puede leerse: "Contrariamente a las alegaciones caprichosas contenidas en una reciente novela de éxito, la línea meridiana de Saint-Sulpice no es ningún vestigio de ningún templo pagano. Tened en cuenta que las letras P y S sobre las ventanas circulares, en las dos extremidades del crucero, se refieren a San Pedro y San Sulpicio, los dos santos patronos de la iglesia, y no a un priorato de Sión imaginario".

Un párroco luchando contra la ignorancia y "la nueva religiosidad" que ha estallado con el presidente Bush y Dan Brown. Es doloroso contemplar con una mínima lucidez lo que va del gran Perec al señor Brown y sus oscuros signos medievales para peregrinos americanos. Una nueva sensibilidad literaria florece.

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Ya de nuevo en la terraza de Perec espero, en vano como siempre, a que pase Catherine Deneuve, que vive en la plaza. Pero, una vez más, ella no aparece. Me sorprende algo más tarde leer en la revista Lire que Vargas Llosa también vive en esa plaza, tiene un dúplex en un inmueble del siglo XVIII: "En este barrio me siento como en casa. Es un barrio muy literario. Umberto Eco también vive en la plaza. Hace 15 años que espero ver a Catherine Deneuve, pero ella no aparece nunca".

En ese momento aparece Deneuve. Quedo mudo de la sorpresa y me pregunto si por unos momentos Deneuve no ha sido "lo que pasa cuando no pasa nada".

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La duquesa de Metternich, cortesana de Bonaparte. Un día, le preguntaron si le molestaba el tabaco. "Lo ignoro, monsieur. Nadie hasta ahora ha osado fumar en mi presencia", respondió.

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Días aparentemente tranquilos, entre Montparnasse y Saint-Germain, en París, con incursiones extrañas en el histórico hotel de Sully, que parece estar comunicado secretamente con la casa de Víctor Hugo en la plaza de Vosgues. Hablamos en un café de la plaza acerca de muchas mujeres de los bulevares periféricos que están perdiendo a toda velocidad derechos adquiridos. Hélène Orain, involucrada en el manifiesto Ni putas ni sumisas, nos explica que la sexualidad ya era un tema tabú para las familias que practican el islam, pero que desde hace años asistimos a la llegada de imanes procedentes de otros países, que van implantando una versión muy tradicional de la mujer musulmana: velada, en casa, sumisa, que sufre todas las humillaciones que se le impongan. Es un discurso extremadamente patriarcal, machista y reaccionario.

Estas mujeres, expulsadas en la práctica de las zonas y actividades de ocio, obligadas por los hombres de la familia a llevar velo, víctimas en miles de casos de violencia sexual y poligamia, observan asombradas cómo se reconstruye el poder machista en los guetos. En este contexto, el polémico Alain Finkielkraut sugiere llamar a las cosas por su verdadero nombre y dice que los incendios de las banlieues no fueron motivados -como intentan hacernos creer- por la pobreza y la marginación, sino por el odio radical a Francia que crece inmensamente en esos lugares. Y afirma que, por parte de la prensa, existen muchos escrúpulos a la hora de llamar a las cosas por sus nombres: "Son una revuelta de carácter étnico-religioso, un hostigamiento antirrepublicano. Se tiene miedo al lenguaje de la verdad y, por diversas razones, se prefiere decir jóvenes a decir negros o árabes. En las banlieues existe odio al imperialismo francés y se olvida que el proyecto colonial intentaba educar llevando la cultura a los salvajes". Palabras, por supuesto, polémicas, pero que quizá orientan dentro de la confusión y el caos general. Finkielkraut, que está en contra de todo tipo de hostigamientos raciales (incluidos los de los árabes o negros de las banlieues) y que dice no olvidar el renacer brutal del antisemitismo, nunca ha votado a la derecha, pero nadie puede asegurar que siga siendo de izquierdas. Laure Adler, biógrafa de Marguerite Duras, fue jefa de Finkielkraut en France Culture. Preguntada por la posición de su amigo, le defiende diciendo que para ella ya va siendo hora de que comiencen todos a plantearse dónde debería estar realmente situada la izquierda de hoy. Finkielkraut predice que el antirracismo será en el siglo XXI lo que fue el comunismo en el XX.

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¿Y Sophie Calle? He aceptado su propuesta de escribirle una historia que ella luego tratará de vivir. Se lo he prometido en medio de esa extraña oficina de Correos que hay en la Rue Littré: oficina de relajada atmósfera, potente calefacción, cordialidad... y Billie Hollyday como portentosa música ambiental.

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