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Columna
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Inocentes

La llamada telefónica a las diez y media de la noche de un amigo me ha inspirado estas líneas. Alarmado, me informaba de que había visto en televisión al diputado general de Vizcaya, tras haberlo pactado con el presidente del Athletic, manifestar que San Mamés de ahora en adelante se iba a llamar Bizkaia Maitea. La noticia venía avalada por el hecho de que el campo del Osasuna, el Sadar, va a ser rebautizado con el rimbombante nombre de Reino de Navarra. Según lo íbamos comentando -son muchos años de San Mamés, dónde iban a quedar los leones que se comieron al santo niño mártir, la Catedral dejaría de serlo, teniendo además en cuenta el penoso año que soporta el Athletic,...- íbamos cayendo en la cuenta de que podía tratarse de una inocentada. ¿Pero eran inocentadas todo lo que se comentaba en los medios de comunicación ese mismo día? ¿Era una inocentada lo de la fragata española en misión de escolta del portaviones Roosevelt? ¿Lo era el secuestro de Olentzero por una pareja de la Guardia Civil? ¿Será una broma la noticia de que los intereses de las hipotecas van a subir entre un seis y un ocho por ciento? ¿No habría sido un montaje, en estos tiempos de boicoteos, la jura de banderas, la española también, en la puerta de la Moncloa para que el presidente Revilla promocionase las excelentes anchoas de Cantabria? ¿No dejan de ser una inocentada las 500 enmiendas que el PSOE ha presentado al proyecto del Estatut?

No les quiero aburrir. Hay muchas más informaciones que parecen inocentadas. Confieso que alguna no la declaro por prudencia, para no transformar la sonrisa en el inicio de un profundo proceso depresivo. Lo cierto es que distinguir hoy en día lo que es verosímil de lo que no lo es resulta muy difícil, porque todo es hoy posible, sobre todo, y mucho más, en el espacio de la política.

No le echemos la culpa a los medios de comunicación. Ellos trasladan los hechos que se fabrican en la realidad. Es cierto que la avidez de una información suele jugar a veces malas pasadas, pero no son los medios. Es este cúmulo de realidades contradictorias lo que produce una confusión tal que cualquier cosa puede ser creíble. ¡Qué ingenuos los norteamericanos que se creyeron la invasión de los marcianos tras el programa de ficción de Orson Welles! Lo que ocurrió es que tras la depresión económica que habían padecido, la confusión les hacía permeables a cualquier patraña que surgiese. La confusión les convertía en unos inocentes. Fue el gran momento de la influencia de la radio en las conciencias y en el comportamiento político de los ciudadanos. En Europa fueron las vacías y exageradas, pero emotivas, arengas de los fascismos y el periodismo totalitario, cuyo maestro fue Goebbels, lo que movilizó a las masas.

Me temo que algo parecido nos pasa a nosotros ahora. Somos manejables cual niños inocentes. Las frustraciones ante las grandes expectativas que se crean artificialmente desde las esferas de los poderes son asumidas acríticamente. Si éstas no se ven alcanzadas, las frustraciones hacen mella en la sociedad y el efecto defensivo de cada individuo de refugiarse en un círculo cada vez más cerrado le hace todavía más vulnerable a ese tipo de propaganda, hasta la enajenación total cuando la frustración se hace patente. Así, el ciudadano piensa que todos son iguales: todos los políticos son iguales, todos los medios dicen la misma cantidad de mentiras,...

Me podía haber creído lo de San Mamés así como que el diálogo fuera hacer posible una aprobación del Estatut sin problemas o que las condiciones para que ETA desaparezca estaban maduras. Luego viene la realidad y nos produce estupor. Estupor porque en ningún momento se tuvo una actitud crítica hacia ese tipo de mensajes, aunque también es cierto que en una sociedad uniformizada el criterio personal hay que sostenerlo con bastante esfuerzo y a expensas de que le tachen a uno de vinagrillo.

No se lo crea todo. Lo único cierto es que el Sadar se va a llamar Reino de Navarra, quizás porque el Osasuna esté hoy en día en el reino de sus mejores glorias.

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