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Columna
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Asesinadas

Sólo unas horas después de haber empezado el año nuevo un hombre mató a una mujer en la provincia de Granada. Seguramente no sería la primera vez, que diría Max Aub, porque cuando una mujer muere, víctima de la violencia machista, ha sufrido antes muchas otras muertes. Su asesino, que la última vez le disparó como un cobarde, por la espalda, habría ensayado el final tantas veces como ella hubiera intentado ser ella misma y tomarse su derecho a vivir sin pedir permiso.

Él acabo haciéndole un agujero de última muerte, en la demostración final de su poder macho, de su fuerza salvaje, de su ansia irracional de dominación. Fue en Granada y podía haber sido en cualquier otro lugar de Andalucía, de España o del mundo, porque desde que las mujeres quieren decir, ni la última ni la primera, pero sí su palabra, muchos hombres han decidido pasar al ataque, que es todo lo que les permite su temor a no saber mirar de igual a igual a las mujeres, que han alzado la cabeza para no volver a bajarla nunca más.

Como la marroquí de 30 años que fue la segunda víctima de 2006, la segunda mujer eliminada por el terrorismo machista, esta vez en Marbella. 2005 había acabado con 62 mujeres asesinadas por hombres delirantemente inferiores, enfermos de temor a la libertad de ellas, violentamente inseguros; hombres acostumbrados a ser obedecidos, a ser temidos, a ser servidos en un ejercicio de imposición, cuyo incumplimiento hacen pagar con la muerte.

La sangrienta manera en la que hemos empezado el año alimenta la idea de que va a ser largo, duro y triste el camino que tengamos que recorrer hasta que lleguemos al final del triunfo de la razón sobre la barbarie; tan lento y tan duro que ya hay algunos cayendo en la tentación de desconfiar de la capacidad de la ley integral contra la violencia de género. Será largo pero ahora tenemos un instrumento para combatir esa lacra, no sólo en las medidas que contempla de protección de las mujeres y de castigo de los terroristas de género, sino, y es tan o más importante, en las encaminadas a educar para la igualdad, algo cuyo cumplimiento tiene que ser vigilado y exigido sin descanso, por todas las mujeres y por todos los hombres, sin miedo a la libertad de las mujeres y contra los que, como también diría Max Aub, las matan, no porque son suyas, sino porque NO son suyas.

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