El letón Mariss Jansons triunfa en el Concierto de Año Nuevo
Viena abre el año Mozart con la obertura de 'Las bodas de Fígaro'
El esperado debú de Mariss Jansons en el tradicional Concierto de Año Nuevo en Viena se ha saldado con un triunfo personal para el director letón. Junto a los habituales valses, marchas y polcas de la familia Strauss, la obertura de Las bodas de Fígaro inauguró simbólicamente las celebraciones del 250º aniversario del nacimiento de Mozart. Cien millones de espectadores siguieron el espectáculo por televisión en casi 60 países.
El director ha demostrado que tiene ese algo vienés que no todo el mundo posee
La Filarmónica de Viena invita a dirigir el Concierto de Año Nuevo a maestros a los que quiere de manera especial. Y eso explica la presencia en el podio de la Musikverein de nombres a los que no se les asocia especialmente con el vals -Riccardo Muti, por ejemplo-, otros que están de vuelta pero que ahí reviven -Lorin Maazel- o aquellos que, tras las apariencias, guardan aún buena parte de lo que fueron -Zubin Mehta, el año próximo-. Al letón Mariss Jansons (Riga, 1943) no hay orquesta que no le adore y los vieneses no iban a ser la excepción. Además, en un momento en el que a la industria discográfica le hacen falta caballos ganadores, ahí tienen un pura sangre para firmar el disco y el DVD que, recogiendo el concierto, aparecerán este año en un tiempo récord: a partir de los días 6 y 13 respectivamente.
Cualquier aficionado sabe que Mariss Jansons es hoy uno de los directores de orquesta más interesantes de cuantos están en activo. Pero los valses, las polcas y las marchas del primero de año requieren, además de saberse las notas, un espíritu muy especial, ese algo vienés que no todo el mundo posee. Pues bien, el letón ha demostrado que lo tiene y que, además, sabe exponerlo a su manera, con personalidad, "con la cabeza, el corazón y el cuerpo", como declaraba días antes. Su magnífica relación con la orquesta, que comenzara hace 13 años, era una baza que ha funcionado sin duda, pues la Filarmónica de Viena tuvo ayer uno de sus grandes días. No cabe tocar mejor ese repertorio ni plegarse con más disciplina -trufada de un placer inocultable- a las indicaciones de su conductor. Las flautas en Elogio de las mujeres o los violonchelos en el Vals de las lagunas nos llevaron a ese séptimo cielo en el que hay tan poquitas orquestas y ésta, cuando quiere, es la primera.
En cierto modo, Jansons fue la contrafigura de Harnoncourt, quizá quien -Carlos Keiber fue un caso aparte- ha sabido dar a estas músicas una nueva dimensión, desde el análisis, si se quiere, pero también sin ocultar ninguna de las gracias que conllevan. Su prestación fue la de un verdadero conocedor dispuesto a que ninguna de sus características personales se las llevaran por delante unos ritmos de los que cada cual tiene su traducción ideal. Auf's korn -quizá un algo espectacular su lectura- o Diplomáticos -metida de lleno la polca en el mundo de la opereta- pudieron suscitar algunas reservas más de concepto que de ejecución, pero el resto fue de altísima categoría interpretativa. Brillaron de manera muy especial las piezas más rápidas, por ejemplo la marcha de El barón gitano o Mensaje de amor. En Furioso orquesta y director se lanzaron en una apabullante demostración de seguridad mutua, como en Saludo a Hungría, otro de los momentos culminantes del concierto. La citada Elogio de las mujeres se convirtió en un delicioso retrato y la Marcha española se dijo con la elegancia que corresponde a una pieza dedicada a una reina regente -María Cristina-.
De los grandes valses, y a pesar de unos estupendos Voces de primavera y, sobre todo, Du und Du, uno se quedaría con El bello Danubio azul, del que se han escuchado en los últimos años muy pocas versiones como la de Jansons, tan cuidadosa y a la vez tan personal, como si su carácter de propina, ya con el concierto bien rematado, no influyera para nada en un maestro que no posee precisamente una salud de hierro. Como curiosidades, propias del año Mozart que se avecina, la obertura de Las bodas de Fígaro y Los mozartianos, de Lanner, una deliciosa olla podrida que recoge temas de La flauta mágica y Don Giovanni con momentos de verdadero genio. La Quadrille de los artistas fue otro momento memorable, con su sucesión de temas de Mendelssohn, Mozart, Paganini, Weber, Meyerbeer y Beethoven en un carrusel de los que acaba por embriagar a quien había empezando contando citas.
Cien millones de espectadores de casi sesenta países -por vez primera unos cuantos de África y América del Sur- se calcula que vieron por la televisión este Concierto de Año Nuevo. El trabajo de Brian Large fue, como siempre extraordinario. El veterano realizador británico, número uno en lo suyo, volvió a demostrar que el evento no tiene secretos para él y este año, además, se recreó menos en las vistas de la audiencia -con trato especial para la canciller alemana Angela Merkel-, lo que es de agradecer. También lo fue el papel mínimo concedido a las filmaciones de la naturaleza y al ballet. Ya se sabe que el coreógrafo John Neumeier no suele ser muy original ni las huestes de la Ópera de Viena -que compartían cartel con las de la Ópera de Hamburgo- la quintaesencia del virtuosismo, así que cuanto menos salgan pues mejor. La Televisión Austriaca dedicaba el intermedio a Mozart pero los espectadores españoles debimos conformarnos con el principio y el final del documental, poco más de tres minutos. Nuestra Primera Cadena prefirió someternos a una dosis equina de anuncios de juguetes y pastillas para la tos. Esperemos que convincentes por la felicidad de nuestra infancia los unos y por lo beneficiosas que han de resultar al público de nuestros auditorios las otras. Un año más, José Luis Pérez de Arteaga aportó sus comentarios conocedores e ilustrativos.
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