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Columna
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Estrellarse

Manuel Vicent

Cuando esta noche suenen las doce campanadas de año nuevo, media humanidad fiará sus deseos a los astros; la otra media dará saltos de mono con una narizota de cartón, haciendo sonar una trompetilla bajo una lluvia de serpentinas. Esos gritos de alegría que unos darán al sorprenderse vivos todavía o las preguntas que en silencio otros formularán a las estrellas no serán sino los anillos de la serpiente que en Nochevieja se expande por el universo a la velocidad de la luz desde este planeta. En algún punto de las galaxias estarán viajando las promesas que se establecieron el año pasado y por mucho que uno se esfuerce, no logrará alcanzarlas, por eso hay que renovarlas siempre. Un año tarda la Tierra en dar una vuelta al sol; un año suele emplear también cada persona en dar una rotación alrededor del propio hígado, donde se asientan todos los humores. Al final de este viaje de 360 grados uno se detiene en el punto inmutable en que se inició el círculo, pero en el espejo han quedado las marcas que en el rostro ha fijado el tiempo. Sólo existen dos salidas para eludir la maldición del espejo: aturdirse hasta alcanzar la inocencia del mono o esperar que el destino sea conducido por tu constelación preferida hasta el fondo del universo. En el primer caso, cuando más te aproximes al chimpancé, más feliz serás, de modo que una nariz de cartón será poca cosa si uno no acude a la llamada de la selva. Mientras rueden los astros por su lado, ese viaje alrededor de uno mismo será otro regreso a Itaca. Están ya creciendo los días. A mitad de enero te sorprenderá el sol extasiado en las cortinas cuando a esa hora de la mañana la cama estaba a oscuras todavía y esa luz de tortilla será la más apropiada para que sobre ella se desperece el gato que llevas dentro; la savia que comienza a agitar las gemas de los árboles también subirá por tus piernas hasta alcanzar el huesito de la risa y a partir de ahí rodarán las horas. Para ti Dios será un whisky a media tarde, morder una sandía en verano, un paseo sobre las hojas amarillas de otoño en un rincón secreto de la montaña, el perfume del jersey de lana que expele al armario donde lo guardó Penélope, ese camino hacia la guarida para explorar una vez más el deseo de perpetuarte en la memoria del amante. No hay que pedir a los astros nada que ya no tengas, que no merezcas, pero si esta vez quieres alcanzar un deseo más allá de tus fuerzas y te das un golpe contra el destino, en el fondo de la oscuridad verás las estrellas y esa será la mejor forma de estrellarse.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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