Sir John, España y los bichos
"Sir John, las cosas que hemos visto". Eso dice el anciano que acompaña a Falstaff en su camino hacia la muerte. Son palabras de Shakespeare que Orson Welles convirtió en el pie rítmico de su película Campanadas a medianoche. Si no la han visto, búsquenla y presten atención a ese discurso en el que el amor a la vida y la sabiduría de saberse abandonado abren la puerta del consuelo único y último de la piedad.
"Sir John, las cosas que hemos visto". Hemos visto, por ejemplo, a la nueva extrema derecha española desencadenando una campaña de insidias que inunda Internet de avisos alarmantes según los cuales el gobierno de España y el de Andalucía estarían preparando leyes que los habilitarían para censurar e incluso cerrar canales de comunicación de radio y televisión desafectos a lo que esta gente llama, en un alarde de cinismo propio de un católico envenenado de la peor fe, nada menos que la verdad. Pero la verdad de la que hablan y para la que piden patente de corso no es más que injuria y calumnia. Y lo que están buscando es que Consejos Audiovisuales como el que ya existe en Andalucía y el que se propone crear el proyecto de ley del Consejo Estatal de los Medios Audiovisuales queden atados de manos ante el atraco de mentiras e insidias a que esta gente ha reducido su discurso político. Para medir la altura de sus miras basta con el ejemplo del inútil de Javier Arenas azuzando a los suyos para que arremetan contra un programa de nochevieja en el que el presidente Chaves, el pobre, aparecerá al lado de Juan y Medio y unos niños. Lo mejor que se puede decir de esta nueva extrema derecha es que es tonta.
Pero en el fondo hay algo serio. La ínfima calidad de la televisión pública, que está al mismo ínfimo nivel de las televisiones privadas, es un problema del que cada día es más difícil hablar. No podemos esperar demasiado de la autorregulación: sería como creer, a estas alturas, en la utopía de las bondades de la autorregulación del mercado. Pero la autorregulación hace falta: un canal de televisión tiene que hacer públicos los criterios con los que trabaja, y sería deseable que los que hacen los informativos de cada cadena dijeran bajo qué principios hacen su tarea: eso nos permitirían elegir. El problema de la autorregulación es que es un recurso corporativo y lleva todas las papeletas para resolver en favor de la corporación. Por eso hace falta algo más, algo de carácter público. Y los instrumentos de carácter público, como son los Consejos Audiovisuales, tienen a su vez el riesgo de ejercer un paternalismo protector de la audiencia que reduce al público a una minoría de edad incompatible con la democracia.
Por eso hay que situarse en una doble línea de resistencia: frente a la restauración de la censura que está pidiendo la extrema derecha, hay que hacerse fuertes en la defensa de la libertad de expresión que ella odia; y frente al paternalismo de un poder que decide por nosotros lo que nuestros ojos pueden ver hay que hacerse fuertes en la intangibilidad de nuestras libertades. Hoy por hoy, la peor amenaza que tenemos encima es el poder de esta canalla de curas y señoritos que moja su pluma en el rencor de su derrota. No pierdan de vista su facha: bicho malo nunca muere.
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