Jugar en la Barcelona romana
Más de 40 niños participan en un taller del Museo de Historia para conocer las actividades infantiles de hace 2.000 años
Publius es un patricio romano orgulloso de su ciudad natal: Barcino. Octavia, una resuelta ciudadana que defiende con arrojo la supremacía de la capital imperial: Roma. El peculiar antagonismo de estos dos actores del Museo de Historia de la Ciudad sirve de hilo conductor para más de tres horas de intensa actividad. Hacia las diez de la mañana, unos 20 niños de entre 6 y 10 años empiezan a ocupar el vestíbulo del museo.
Ataviados con togas de colores, Publius y Octavia se disponen a introducir a los pequeños en la civilización romana. Y lo hacen enseñando cómo eran los juegos infantiles hace más de 2.000 años. El taller, titulado ¿Juegas con Lucius? es una de las cerca de 100 actividades que los museos de Barcelona programan estos días para evitar que los niños se queden encerrados en casa por Navidad.
La inmersión en el mundo antiguo exige rebautizar a los niños con nombres paganos. Joan será Iulius; Enric, Emilius; Mariona, Marcia; Pau, Pompeyo. A otros como Sílvia y Claudi, la etimología ya les es favorable de entrada. Claro que la imaginación de los monitores también tiene límites. A un niño llamado León le dan el curioso nombre de Leónidas, rey de Esparta en el siglo V antes de Cristo. Publius sabe del anacronismo histórico y sonríe.
"Ya sois ciudadanos romanos", proclama el joven animador, que extiende un enorme mapa de la Barcelona romana para mostrar el esplendor de la ciudad. Octavia replica: "De todo eso no quedan más que cuatro piedras". La monitora denosta así, de un plumazo, el patrimonio arqueológico de la ciudad e insta a los niños a unirse a la rebelión. La visita se convierte entonces en una guerra entre los partidarios de Barcelona y los de Roma. A través de un ascensor que los monitores quieren hacer pasar, infructuosamente, por una máquina del tiempo, los niños acceden al subsuelo del museo. Y saludan con energía a los visitantes, la mayoría turistas extranjeros: "¡Ave, ave!". Publius y Octavia les muestran la lavandería, la tintotería y la fábrica de vino. De repente, uno de los pequeños, no en vano rebautizado como Polemicus, espeta: "Pero los romanos mataron a Jesucristo". Se hace el silencio. Octavia se repone y relata cómo elaborar una deliciosa salsa romana: el garum.
Después de sentarse en un triclinio imaginario y de beber un vino convertido en mosto para niños, llega la hora de los juegos. Octavia les explica que cosas similares al yoyó o la peonza ya existían en tiempos de los romanos. Sentados en círculo, los niños prueban suerte con la alea. O sea: el juego de dados. De paso, aprenden matemáticas. La rivalidad entre capitales ya la han olvidado. Ahora sólo juegan.
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