_
_
_
_
Reportaje:POBREZA EN ESPAÑA

Los nuevos 'sin techo' tienen título

Cambia el perfil de las personas sin hogar. Cada vez son más jóvenes, con estudios y un 11% tiene empleo

Ricardo tiene 41 años, una barba mal recortada y una nariz roja surcada por venillas. Pegado a su cartón de vino y a una bolsa de plástico con sus pertenencias, deambula desde hace más de cinco años por las calles de Madrid durmiendo en los cajeros, bancos y marquesinas de la capital esperando, como él dice, que la vida le "consuma".

Su amigo, Jesús (nombre ficticio), un ecuatoriano llegado a la ciudad hace tres meses, le acompaña a veces en su recorrido, aunque no prueba ni gota de alcohol. Trabaja vendiendo pilas o paraguas en la boca del metro, lleva un tupé cuidadosamente peinado y duerme en uno de los centros de acogida que el Ayuntamiento de Madrid dispone para las personas sin hogar. "Estoy sin casa, pero espero encontrar trabajo pronto y meterme en un piso. Mientras, como y duermo en los albergues para seguir tirando. No me veo reflejado en los mendigos, pero ahora estoy tan necesitado como ellos".

Un ecuatoriano dice que no se siente un mendigo, pero que está tan necesitado como ellos
En los centros duermen personas que en la calle nadie creería que carecen de domicilio
Un 'sin techo' asegura que los problemas que le llevaron a la calle "los puede tener cualquiera"
Más información
Víctimas de la violencia

Ambos responden fielmente a la definición de persona sin hogar, pero mientras el primero refleja el estereotipo que normalmente maneja la sociedad, el segundo es una muestra de que no todas las personas que carecen de hogar son mendigos o vagabundos.

La Encuesta sobre las Personas sin hogar del Instituto Nacional de Estadística (INE) publicada la semana pasada describe el panorama de este grupo de población y rompe ciertos tópicos que el imaginario colectivo tiene fijados desde hace años. El trabajo aporta datos como que el 30% de los ciudadanos sin techo es abstemio y nunca ha consumido drogas. Además, el 11,8% tiene trabajo y el 13,2%, estudios superiores.

La imagen que reflejan las cifras no son nuevas para los que trabajan en los centros de acogida. María Jesús Utrilla, subdirectora del Centro de Acogida de San Isidro, el mayor de España, señala que "entre las personas sin hogar hay gente de muchos niveles culturales distintos". "La idea que tenemos de ellos está bastante desajustada respecto a la realidad porque causa rechazo, pero esa definición de sin hogar es mucho más amplia y comprende muchos tipos según el grado de desestructuración del individuo, desde el alcohólico al parado que no tiene suficiente dinero para encontrar una casa".

Vagabundos, mendigos, indigentes, transeúntes, desheredados... El vocabulario se ha quedado antiguo para describir una realidad social que nada tiene que ver con el antiguo tópico de vagos y maleantes y que no recoge los múltiples perfiles de aquellos que no tienen hogar. "La definición de persona sin hogar es comprensiva con el fenómeno porque explica tanto la falta de un techo bajo el que dormir, como la carencia de un lugar donde sentirse acogido".

Pocos minutos antes de las nueve de la noche, en el centro de Mayorales, en la madrileña Casa de Campo, un grupo de personas charla fuera antes de entrar a dormir. La mayoría son hombres de mediana edad, donde se distingue a un buen grupo de inmigrantes, muchos de ellos procedentes de África y Europa del Este.

Según la encuesta del INE, casi la mitad de los sin techo son extranjeros que llevan, de media, tres años y siete meses en España. Añade que el 82,7% de las personas sin hogar son varones y que la edad media del colectivo es de 37,9 años. La explicación para Jesús está muy clara: "Los hombres ahora estamos solos. Las mujeres son más prácticas, se evitan los problemas y son más listas para encontrar a alguien que las cuide".

Un total de 21.900 personas sin hogar acude a este tipo de centros que reúnen características muy distintas para atender la vasta tipología de ciudadanos que pernoctan en ellos. El Centro de Acogida de San Isidro, por ejemplo, es más estricto en sus reglas: los sin techo tienen que acudir puntualmente a las nueve de la noche si no quieren quedarse fuera.

El Centro Abierto situado frente a la Iglesia de San Francisco el Grande es más flexible y pueden ir a dormir a la hora que quieran. "Lo que se busca es que haya posibilidades para todos, que nadie se quede fuera, pero que se atienda a las características de cada persona, porque las exigencias de una persona que está enganchada al alcohol no son los mismas que las del que ha empezado ya a dejarlo y necesita una disciplina más estricta que le ayude a seguir en su intento", explica una de las trabajadoras del establecimiento.

El INE calcula que la población sin hogar atendida en este tipo de centros es de 21.900 personas y que un 70,2% de ellas duerme todas las noches en el mismo lugar. Sin embargo, la encuesta no refleja la realidad de todo el colectivo, porque los datos han sido recabados durante cuatro semanas en febrero pasado mediante entrevistas personales. Es decir, que quedan fuera del estudio todos aquellos que pernoctan diariamente en la calle.

Una de esas personas era María Rosario Endrinal. El pasado 15 de diciembre, en el espacio de tres horas, tres jóvenes de entre 17 y 18 años la insultaron y golpearon para finalmente rociarla con un líquido inflamable. Murió abrasada en un cajero de Barcelona. María Rosario falleció dos días más tarde en el hospital.

El suceso es una llamada de atención sobre la peligrosidad de la calle que no sorprende a quienes ocupan espacios públicos o los alojamientos de fortuna, es decir, puentes, marquesinas o cajeros. Pedro Cabrera, sociólogo y corresponsal del Observatorio Europeo de los Sin Hogar, es uno de los firmantes de un comunicado que varias entidades que trabajan con personas sin hogar han elaborado para exigir a las administraciones que "adopten medidas urgentes destinadas a prevenir este tipo de agresiones y a impedir que nadie se vea obligado a dormir en la calle". "La calle mata", señala Cabrera, "la esperanza de vida de una de estas personas puede ser de menos de 30 años. Sin embargo, la sociedad sigue marginándoles y colocando la etiqueta de peligrosos a aquellos que en realidad son víctimas".

Más víctimas. Fernando, de 50 años, con una discapacidad física en su mano izquierda desde que nació, dos relojes en la derecha y la piel pegada al rostro como un adhesivo, cuenta que durante años sufrió el abuso de dos jóvenes enganchados a la droga que le robaban lo que obtenía de la mendicidad y que le pegaban palizas continuas. "Lo pasé muy mal. Yo nunca me meto con nadie. Me sé comportar. En la noche te puede pasar de todo y a mí me arreaban y me quitaban todo lo que conseguía. Pero hace un mes llegué aquí y las cosas ahora me van bien. Trabajo en un aparcamiento llevando cajas".

La vida en la calle es dura y si no te gusta, te la inventas. Esto, que el sociólogo canadiense de origen ruso Erving Goffman explicó en su obra La presentación de la persona en la vida cotidiana (1959) para señalar que todo ser humano utiliza un relato de su propia biografía para presentarse ante los amigos, parejas o jefes, resulta mucho más exagerado en la gente que vive en la calle y se convierte a veces en un arma de supervivencia. Los testimonios de algunas personas sin techo están sacados a todas luces de la imaginación, de algo que han visto o les han contado, o de alguna película. Peco, como él se hace llamar, es un hombre de 33 años que asegura haber sido apresado en el aeropuerto de Estambul cuando intentaba pasar hachís y haber sufrido en la cárcel las "peores torturas que uno se pueda imaginar".

Peco ha sacado su historia de la película de Alan Parker El expreso de medianoche (1978), pero le sirve para ser respetado por sus colegas que le creen un líder que además sabe idiomas, aunque Peco chapurree sólo unas cuantas palabras en inglés. "No sólo es para hacerse respetar, sino para vivir otra vida. A veces esas historias son también producidas por problemas mentales, que en ocasiones pueden ser originados por el alcohol", explica María Jesús Utrilla en su despacho del centro de San Isidro.

El 41,5% de los encuestados por el INE confesó haber consumido drogas alguna vez y un 10% tiene un nivel alto o excesivo de consumo de alcohol. Pese a todo, un 52,7% dice tener buena o muy buena salud. Rosa, de 35 años, ocupa la cama H de la habitación de 12 personas en la que duerme desde mayo de 2005.

Lleva metida en la droga desde los 12 años, aunque ahora está con la metadona. "Me quedé en la calle cuando mi marido quedó preso por unos atracos. Lo pasé fatal porque me cogió la ola de frío y cuando la chapa del coche en el que vivía se helaba no había quien pudiera dormir", comenta esta madre de un niño de siete años que vive con la abuela. "Pero desde que duermo aquí estoy mejor, pronto empezaré a trabajar de jardinera y ahora quiero salir de todo lo malo que he vivido en el último año", añade.

Rosa confía en que con lo que gane podrá cuidar de su hijo, irse a un piso de protección oficial y esperar a que su marido salga de la cárcel para rehacer su vida junto a él. Esta mujer pertenece a la minoría de personas sin hogar que mantiene una relación estable con una pareja, el 17,4%. El 82,6% restante es un extenso grupo de solteros, viudos o divorciados. "Si estás solo, estás jodido", dice Javier, un ex alcohólico que lleva cinco meses sin probar gota y que ahora vive en un piso de reinserción. "Todos los problemas que puedas tener son pocos si estás solo. Ése es el principal problema de la calle o de la gente que vive en los centros de acogida, la soledad", explica.

Javier no está solo. Sus hijos han intentado varias veces que viviese con ellos pero, tras algunos intentos, él prefirió moverse al piso de reinserción. "Les he defraudado. Cuando pierdes la estima personal no haces nada, te abandonas y te dejas a tu suerte, mirando como pasa la vida pero sin sentirla. Puede que no estés solo realmente, puede que tengas toda la ayuda pero de nada sirve si tú no lo ves", explica.

Junto a Javier, Nelly, una mujer de 67 años que no recuerda su edad mira a la tele con el único ojo que tiene con visión sin prestar atención a la película Gangs of New York que a esa hora ponen en el Centro Abierto. "No sé que edad tengo, 80 o 90 años, como Fraga. Ya estoy muy vieja. A los viejos se nos cae todo, hasta el apellido. Las piernas te las regalo si quieres, a mí ya no me sirven". Nelly asegura que no le gusta tener casa y que prefiere andar por los centros de acogida. Rehúye todas las comodidades y en lugar de dormir en la sala habilitada para ese uso prefiere apoyar la cabeza sobre una mesa y echarse un rato hasta que logre descansar un poco. Pese a que la típica imagen del sin techo es la del anciano, lo cierto es que la edad media del colectivo es de 37,9 años y que sólo un 2,8% supera los 65 años, según el INE.

Las formas de acabar en la calle son muchas, pero de los testimonios se deduce que más que un problema determinado es una acumulación de acontecimientos lo que lleva a muchas personas a quedarse sin hogar. "Es lo que se suele llamar un suceso vital estresante", explica María Jesús Utrilla. "La muerte de una madre, un accidente de tráfico grave, la separación, estar en paro durante mucho tiempo, quedarse en bancarrota, tener problemas con la policía, algún juicio... Todo esto puede empezar a desestructurar la vida de una persona. La mayoría podemos sobrellevar uno o dos de estos problemas, pero en su caso se ve que muchas veces fue la suma de varios de estos sucesos lo que empezó a desestructurar sus vidas", afirma esta experta.

Ésa es la opinión más extendida en la calle, que se repite como un lema de campaña institucional: te puede pasar a ti. "Claro que le puede pasar a todo el mundo", afirma Lorenzo Argüelles Silva, un drogodependiente que intenta dejarlo con la metadona y que duerme desde hace tiempo en el Centro de Acogida de San Isidro. "Los que hemos pasado mucho tiempo en las calles sabemos que no somos especiales, aunque la gente nos vea raros y tenga miedo, pero todos podemos caer en algo así. Yo he visto a cantidad de gente con estudios, con familia, muy inteligente que, por una cosa o por otra, acabó tirada en la acera", asegura.

Lorenzo lleva mucho tiempo buscando a su familia. A los tres años se fue a Lisboa, pero lleva 20 en Madrid y desde hace algún tiempo perdió el contacto con los suyos. "Mi madre se llama Belmira María y mi hermano Fernando. Trato de buscarles porque ahora estoy mucho mejor y quiero recuperarles".

La falta de afecto es el principal escollo que encuentran muchos sin hogar para rehacer sus vidas. "Antes estaba el colchón familiar", dice María Jesús Utrilla, "y ahora eso ya no existe". "Todos necesitamos afecto y eso es lo que muchos de ellos no tienen. El tiempo que se necesita para salir de esa actitud pasiva ante la vida, para reinsertarse, es casi siempre mayor que el que se necesita para entrar en el deterioro".

La falta de afecto es algo que los especialistas y los encargados de los centros no pueden resolver, pero sí pueden proporcionar a los sin hogar las herramientas para dar autonomía a la persona y que ésta desee intentar su reinserción en la sociedad. La ayuda se concibe como un circuito en el que el afectado debe dejar la calle, pasar por varios centros de acogida, desde los menos exigentes a los que establecen más reglas y horarios de entrada y salida para, en el final del proceso, conseguir una vivienda de protección oficial, trabajar y empezar a llevar una vida más ordenada.

Ése último paso es el que está a punto de dar una mujer apodada La China. Un tercio de sus 38 años los ha pasado entre la calle y los centros, tratando de encontrar el equilibrio. "Soy esquizofrénica, pero hasta hace tres meses no empecé a seguir un tratamiento razonable. Me han concedido un piso aunque mantengo el contacto con San Isidro. Poquito a poco voy saliendo. Sigo mendigando, pero tengo una ayuda con la que cubro los gastos de mi piso y he aprendido cosas en talleres y actividades", relata.

La China no habla mucho de su vida, la cuenta con un poema. "Se llama Historia de una hoja", dice mientras va escribiendo sobre el papel los últimos versos: "Me aferraba a la rama mientras sentía abandonarme las fuerzas / me dejé caer / y rodé y rodé / y esperé y soñé / y morí y renací". Para contar cómo han sido sus últimos años en los centros no necesita versos. Cuenta que éstos han cambiado para mejor, no sólo por las instalaciones y los medios, sino por la gente que en ellos duerme. "Creo que hemos cambiado. Antes había gente más difícil y del mismo tipo. Ahora te ves a algunos que pasarían inadvertidos en la calle pero que vienen aquí todas las noches".

Personas sin hogar en el comedor del centro  de acogida madrileño de San Isidro.
Personas sin hogar en el comedor del centro de acogida madrileño de San Isidro.BERNARDO PÉREZ
Un grupo de personas sin hogar aguarda para acceder al comedor del centro de acogida de San Isidro (Madrid).
Un grupo de personas sin hogar aguarda para acceder al comedor del centro de acogida de San Isidro (Madrid).BERNARDO PÉREZ

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_