Tradición
La Novena es, desde hace años, una tradición de la Sinfónica de Madrid, una posibilidad de acercarse a un público más numeroso que el de sus conciertos de abono, celebrar la Navidad, desear próspero año nuevo y probarse a sí misma en una obra que por mucho que parezca dominarse siempre ha de parecer nueva. No es uno muy partidario de estas costumbres que, cuando las temporadas son cortas -como la de la Sinfónica-, dejan fuera de la programación otras cosas quizá menos sublimes pero seguramente interesantes. Como en todo, hay opiniones, pero la de los sinfónicos parece clara, pues llevan ya 16 años con un hábito que, está claro, la audiencia agradece.
El caso es que siempre es un desafío enfrentarse a la Novena y este año la prueba ha sido superada con nota alta. La orquesta está en muy buena forma, suena bien empastada, se ve que López Cobos la trabaja a fondo y, como es un excelente maestro, los resultados se notan enseguida. Esta vez han sorprendido especialmente las maderas, no sólo ese fenomenal clarinete que es Vicente Alberola sino también sus vecinos de atril. Y a esa forma de destacar colaboró, desde luego, la claridad expositiva de su director, una de las características de esta versión en la que todo estuvo bien expuesto y que supo pivotar sobre un tiempo lento dicho con naturalidad aunque faltara ese último punto de emoción que lo es también de riesgo. No era el miércoles la Sinfónica esa orquesta lanzada que nos daba hace algunas semanas una Vida de héroe al rojo vivo, sino la formación segura de sí misma que sabe que va a llegar al final sin sobresaltos.
El coro anduvo sobrado, no sé si demasiado. Cantaron bien -no en vano los prepara un experto como Jordi Casas- pero en algún momento tendieron a un exceso que rozaba el grito. Es música que galvaniza a cualquiera pero no hay por qué exagerar el mensaje de su letra. Los cuatro solistas vocales se defendieron -Beethoven les reserva aquí un buen trago- sin destacar especialmente ninguno de ellos. Attila Jun dijo el inicio del Himno a la alegría con más potencia que expresividad y el tenor Klaus Florian Vogt se metió demasiado en el coro en el durísimo final de su parte, previamente amenazada por un teléfono móvil. No hay quien pueda con ellos.
Babelia
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