El erizo y el 'soufflé'
Casi en el mismo momento en que algunos celebraban los dos años del Gobierno tripartito catalán, empezaba a andar el nuevo Gobierno bipartito alemán. Casi en el mismo instante en que el presidente Maragall nos sumergía en la pantomima del más soporífero balance de gobierno de los últimos tiempos, Ángela Merkel definía, a pocos días de su toma de posesión como nueva canciller, el espíritu con el que la gran coalición que ella misma encabeza deberá impulsar el potencial económico y la cohesión social del gigante europeo, socavados por casi dos lustros de coalición entre socialistas y verdes.
El nuevo Ejecutivo alemán -ha dicho Merkel- debe concentrarse sobre todo en tres cosas: en generar confianza, en gobernar -es decir, en definir un proyecto de gobernación y tomar decisiones con responsabilidad y objetivos claros- y en decir siempre la verdad. Pues bien, a tenor de los resultados obtenidos en el ecuador de la legislatura tripartita, el Gobierno catalán no parece escatimar esfuerzos ni menospreciar oportunidades para hacer de los valores y las actitudes contrarias a esos tres pilares su misma razón de existir. El Gobierno de Maragall habrá sido un Gobierno incapaz de generar la más mínima confianza, incapaz de tomar decisiones cruciales para el progreso y el crecimiento de nuestro país, e incapaz de decir la verdad. Naturalmente, estas afirmaciones precisan un mínimo razonamiento y justificación.
Maragall no ha sabido generar confianza en los empresarios, las instituciones y el Gobierno de Zapatero
En primer lugar, resulta evidente que la fórmula tripartita ha sido incapaz de generar el necesario clima de confianza, básico para el buen funcionamiento de cualquier sociedad; entre el gobierno y el mundo empresarial -la amenaza de deslocalización se ha convertido en algo casi cotidiano-; entre el Gobierno y las diversas instituciones del país -un presidente sin autoridad alguna entre sus propios consejeros-; entre el Gobierno y los mismos ciudadanos y sus expectativas, e incluso, paradójicamente, entre el Gobierno catalán y Zapatero en un momento en que, con la propuesta de Estatuto sobre la mesa, la empatía es más necesaria que nunca.
El importante pensador liberal Isaiah Berlin dividió una vez a los humanos en zorros y erizos. Los primeros saben un poco de todo, los segundos reducen su saber exclusivamente a una cosa. En el esquema de Berlin el Gobierno tripartito es, sin lugar a dudas, un Gobierno erizo. Sólo sabe una cosa; nace con un único objetivo, sellado en el mismo texto del Tinell de hace dos años. No se trata de un proyecto de país ni de un programa de gobierno, ni siquiera de una conjura ideológica. El único fundamento, el único interés de ese matrimonio de conveniencia que es el tripartito, fue echar del gobierno a quien ganó las elecciones. Y un Gobierno de perdedores, que nace con ese único objetivo, que se muestra incapaz de generar la debida confianza general porque no se constituye él mismo a partir de esa confianza, sino de la pura y simple conveniencia, acaba instalándose en el recelo y la tirantez.
Otro teórico no menos célebre, hoy presidente de la Generalitat de Cataluña, es paradigma de un nuevo término que él mismo acuñó para la ciencia política: el soufflé. El tripartito de Maragall habrá sido una coalición soufflé por la rapidez con que se ha desvanecido cualquier expectativa. No podía ser de otro modo. Ha sido, hasta hoy, un Gobierno dubitativo e incapaz de tomar decisiones y resolver problemas con el temple necesario. Decisiones muy importantes y necesarias para el país, ya sea en el ámbito de las infraestructuras o la política energética, están siendo aplazadas simplemente porque ésta es una coalición con pies de barro, incapaz de afrontar y digerir las consecuencias, los temblores y las contradicciones que comporta para el equilibrio interno tripartitocualquier toma de decisión, excepto el constante incremento de la presión fiscal.
Más allá de la propuesta de Estatuto, lanzada casi por unanimidad por las fuerzas políticas presentes en el Parlament y en la que la presión ejercida por CiU ha tenido un papel destacadísimo, el vacío es colosal. Esta legislatura sólo habrá valido la pena si el proyecto de Estatuto de Cataluña sale adelante de forma satisfactoria y sin desnaturalizar sus fundamentos en su trámite en el Congreso de los Diputados, algo que por el momento el Gobierno de Zapatero no garantiza con su raquítica e inaceptable contrapropuesta, muy por debajo del texto aprobado en el Parlament.
Finalmente, este triparto no dice la verdad cuando no aparece por ninguna parte el tantas veces anunciado giro social. De las 42.000 viviendas de protección oficial prometidas para esta legislatura, tan sólo se ha dado salida a unas escasas 6.000 en dos años. Y el tripartito miente también cuando sigue achacando sus propias dificultades e incompetencias a los anteriores gobiernos de CiU. O cuando llega al extremo lamentable de hacer el juego a falsas acusaciones, sin veracidad alguna, sobre el 3% o la financiación ilegal. O cuando atiza aún sin medida la vieja retórica de derechas e izquierdas. O cuando sigue abusando del cansino deje del pacto CiU-PP para justificar sus propias incapacidades. O cuando esconde bajo un discurso supuestamente progresista la realidad del más duro intervencionismo y falta de transparencia. Hace unos días, un destacado dirigente socialista -en un agradable ataque de sinceridad- reconoció que la tendencia natural a la estatalización y al excesivo control y reglamentación configuran el particular triángulo de las Bermudas en el que con frecuencia el tripartito pierde el oremus.
Felip Puig es portavoz de CiU en el Parlament.
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