Toallas, un pijama y la niebla
Hay que regalar. Debe irnos en ello algo muy importante, porque no paran de decirlo. Cierto que empiezan a notarse unas ciertas cautelas, pero la mayor nadie la niega: nosotros no podemos dejar de regalar, gastar y consumir, y la televisión no puede dejar de anunciar lo que no tenemos más remedio que comprar para regalar y así gastar y consumir.
Las cautelas van de lo políticamente correcto a lo humanamente insultante. Veo en los informativos autonómicos talleres y experiencias en los que se enseña a los niños a preferir juguetes no bélicos, no sexistas, etcétera. Se trata -intuyo- de que los niños no pidan los juguetes indeseables; y no sé si se opta por eso porque se renuncia a que sean los padres los que orienten las preferencias de sus hijos. En la pasada Navidad, presencié la bronca que una señora le echaba a un dependiente de los grandes almacenes; el buen hombre se había atrevido a indicarle que el videojuego que quería comprar no era conveniente para la edad del niño destinatario del regalo. El otro tipo de cautelas sonroja: la radio repite con la suficiente frecuencia una publicidad en la que la señora de Papá Noel o uno de los Reyes Magos ridiculizan a gente que escribe cartas pidiendo regalos como un pijama, toallas o calcetines color beige, en vez de pedir lo que hay que pedir, infinitamente más caro y más moderno. Pero en todo caso, la cuestión es esa: hay que regalar, y la televisión no para de decirlo.
¿No podría la televisión pensar en regalarnos algo a nosotros? Sería de ilusos pedir una reorientación en los contenidos de la programación porque tengo la impresión de que no hay una instancia localizada y localizable que decida esos contenidos, sino que estos fluyen hasta nuestros terminales por canales tan anónimos como eficientes, tan sutiles como poderosos, tan irreconocibles como verosímiles. El paso a través de los despachos de descargas de influencia que acaban formando decisiones es al mismo tiempo microscópico y burdo y tiene, finalmente, una extraordinaria facilidad para revestirse con los artificios retóricos más resultones. Confuso, ¿verdad?
Por eso mismo Canal Sur podía tener el detalle de regalarnos estas fiestas algo tan escaso (y por eso mismo muy caro, tanto como un tesoro) como un poco de claridad. Podrían explicarnos una obviedad (sí: lo obvio es lo que más necesita ser aclarado) como la diferencia realmente existente entre la Junta de Andalucía y Canal Sur. La semana pasada yo incurrí en la confusión de ambas instituciones, y atribuí a los que daban el premio Andalucía de periodismo (la Junta) una fechoría de la que es responsable Canal Sur. ¿Por qué será? La institucionalización (el partido que se convierte en Estado, como el PRI mexicano; o el organismo público que sirve intereses partidistas, como las televisiones de Berlusconi) es un riesgo del que es muy difícil escapar cuando se tiene mucho, muchísimo poder.
La confusión en estos asuntos es la niebla que separa el Palacio que ocupan los que mandan y la plaza en la que vivimos los que no mandamos. En la niebla no se ve, sólo se oye este mensaje abrumador de la necesidad del regalo: y ese mensaje es la niebla. ¿Para cuándo la visibilidad? ¿Por qué no hay días claros?
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