Sentimiento
Me gustan las porras. Me gusta la porra mojadita en el café, cerrar los ojos mientras la saboreo, escuchar de fondo la musiquilla de las máquinas. Si el bar es feo me gusta aún más, mucho más. Me gusta el frío seco de Madrid. Me gusta que esa sequedad se contagia al espíritu de la gente, que es directa, que a veces mira de forma muy dura. Me gusta, como dice el doctor Trujillo, la inmediatez con que establecemos las relaciones. Para bien o para mal, en cinco minutos somos capaces de entablar una relación personal con cualquiera. Me gusta que los camareros te reconozcan como cliente habitual. Me gusta que te pongan la caña antes de pedirla, aunque ese día no quieras caña y te tengas que fastidiar; pero el detalle me gusta. Me gusta la tapa. Esa criminal costumbre americana de servirte primero la bebida sin tapas arrastra a las criaturas al alcoholismo. Me gustan los olores a comida de las casas a mediodía. En Nueva York lo que huele a comida son los ascensores. A la caída de la tarde, los ascensores apestan al glutamato de la comida china que reparten los mexicanos. Aquí el olor sale de las ventanas, el olor sutil, casero, de la comida no muy condimentada. Una cucharada de judías pintas me da la felicidad en estado puro. Me gusta también la cantidad de viejos que veo por la calle, algo sorprendente cuando se viene de América, en cuya idea de sociedad multicultural están excluidos los que dejan de producir. Me gusta la normalidad en el contacto físico entre las personas, que no tienen que pedirse disculpas continuamente por rozarse en el metro o en el supermercado. Me disgustan muchas cosas, pero estas que voy apuntando mentalmente en el viaje del aeropuerto a casa me gustan, me ponen sentimental. Sentimentalidad de anuncio de turrón. Qué se le va a hacer, la nostalgia siempre es cursi. Pero cuando estoy literalmente rendida a tan entrañables pensamientos, el taxista va y pone la radio. Después de un villancico vomitivo, sin solución de continuidad, aparecen tres políticos. Tres declaraciones seguidas hablando de sentimientos, de sentimientos colectivos, el gran tema español de los últimos tiempos. Total, que el anuncio del turrón se me derrumba, y me pongo a la tarea de imaginar un artículo que algún día escribiré en contra del sentimiento.
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