Maestro Trillo
En ocasiones, el cronista se abstrae, y va por la ciudad ajeno al tráfico y a la estética a crédito del escaparatismo, y, en otras, camina, con la vista muy alta descubriendo la azulejería de los aleros de las viejas casas. En uno de esos trances andaba, allá por octubre de 1989, cuando al cruzar un paso de peatones, por la ventanilla de un coche, que se le figuró grande y oscuro, lo llamó un edil conservador y alborozado: "Solo un minuto, que quiero presentarte al maestro". El cronista se acercó al coche, y estrechó la mano que le tendía un hombre de aspecto campechano. Como el semáforo se había puesto en verde, el cronista le dijo con cortesía y prisas: "Que tenga suerte, maestro". El coche, grande y oscuro, giró a la derecha y enfiló una avenida que lleva a la plaza de toros. Pero como al cronista no le iba lo de la taleguilla y aún mucho menos el horror del degüello, continuó su marcha. Sólo al día siguiente, lo supo por los periódicos: el presunto maestro de su evanescente tauromaquia era el cunero Federico Trillo, candidato al Congreso de los Diputados, por Alicante. O sea, que no, pero, sí, porque en cualquier caso, había que echarle un capotazo. Meses después, el cronista coincidió, en el vestíbulo de un hotel, con el maestro Trillo y con un Mariano Rajoy, en estado de merecer gaitas, y aun de inflarlas, en llegando los días de la ira. Y los tres comentaron, con humor, el patinazo, Por aquel tiempo, el maestro Trillo, ya presidía la Cámara baja, y no paraba de destripar, con toda aplicación, al fugitivo Shakespeare. Viéndolo así, en medio de una racha académica, no le pareció capaz de desollar un toro bravo, ni tan siquiera una vaquilla. Y, sin embargo, años después, ungido de ministro, descorchó toda una épica pinturera, se enfrentó a un rebaño de chotas, y le echó un remiendo al imperio. "Al alba y con tiempo duro de levante", conquistó el islote de Perejil. Y tanta hazaña, ¿para qué?. Ya no es la oposición, sino la ejecutiva alicantina de su partido quien le saca la tarjeta del Yak-42 y pretenden desahuciarlo. Entre la faca de Zaplana y la melancolía de Camps, siempre la quedará el lance de don Tancredo, maestro Trillo.
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