El talento discreto

Algunas músicas populares cuentan con dúos de compositores de la talla de John Lennon y Paul McCartney, y la cançó de los años de la resistencia tenía a Lleó Borrell y Josep Maria Andreu. Y a mucha honra. Andreu arrastraba un pasado como poeta laureado: había ganado la primera edición del Premi Carles Riba con un título que resumía su tendencia a la humildad y la discreción (Intento el poema). Eso provocó en sus tardíos admiradores la búsqueda desesperada de sus libros. Yo fui uno de ellos y recorrí todas las librerías de la ciudad, sin éxito, por supuesto (siglos más tarde, me tropecé con una antología editada, creo recordar, por Columna). Mientras duraba la búsqueda, me consolaba tarareando las canciones adaptadas o escritas por el maestro, un ejemplo de sencillez y sensibilidad. No era un letrista comprometido ni politizado. Quizá por eso nunca figuró en las filas cero solidarias ni en la lotería de los poetas nacionales de una cultura en la que pesaba más una gallinita respondona que, pongamos, la monumental vaca ciega.

Andreu escribió canciones estupendas para esa parte mayoritaria del mundo que relacionaba la música más con la ciclotimia emocional que con la revolución. Entonces cantar en catalán ya era delito. Entre los que se atrevieron a hacerlo, sin embargo, hubo quien tuvo el acierto de elegir el indispensable camino de adaptar clásicos de Broadway o escribir una de las canciones decisivas (con una letra que podría sugerir la aventura de una humana con un extraterrestre) para demostrar que eso de cantar en catalán se podía hacer incluso en un festival hortera: Se'n va anar. Habrá quien crea que el intimismo o el optimismo melódicos son géneros menores. En los sesenta, en los ambientes donde el catalán seguía sobreviviendo gracias a la subterránea tenacidad de un ejército de voluntarios (desde los que mantuvieron escuelas privadas hasta el clero más comprometido, pasando por el asociacionismo y la burguesía menos corrompida), la nova cançó pura y dura consiguió encontrar su público fiel. Si te subías a un tren que te acercaba a Montserrat o Figaró, rodeado de xirucaires y escaladores temerarios, circulaban unos cancioneros de acordes fáciles que, para los guitarristas aficionados, fueron un filón para confraternizar con las chicas. No es un tema menor: L'estaca o Què volen aquesta gent, aunque no lo parezca, fue la excusa reivindicativa para facilitar más de un acoplamiento carnal. En catalán, por supuesto. Y en ese contexto, de vez en cuando había alguna alma sensible que prefería el intimismo al tono mitinero. Y entonces había que apostar por Temps i temps, escrita por Andreu para Lluís Llach, con sus arreglos de cuerda y su envolvente romanticismo. Siguiendo la cruel tradición de nuestra cultura, Andreu se suma a la larga lista de talentos silenciados y ninguneados. De vez en cuando, le han reivindicado Núria Feliu, Josep Maria Espinàs, Jordi Sarsanedas o Toti Soler. Y ya se sabe que el trámite que culmina toda una carrera de olvidos es el homenaje. Que sea para bien.