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Reportaje:

Miedo y duda en Patraix

Los vecinos afectados por la subestación eléctrica en el barrio valenciano exigen que la instalación se aleje de sus casas

Sara Velert

Elia Marco tiene prisa, su hijo la espera en la guardería. Sale del portal de un edificio de la calle de Campos Crespo cuya fachada hubiera pasado desapercibida hasta hace unos meses. Pero ahora es diferente. De los balcones de este inmueble, y de muchos otros, cuelgan retales, trozos de tela que proclaman miedo, enfado. "Iberdrola, no nos mates"; "subestación=leucemia"; "aquí no hay quien viva"... Son balcones con vistas al solar en el que Iberdrola construye una subestación que atenderá el consumo del barrio de Patraix con dos transformadores de 50 megavatios cada uno y una línea de 220 kilovoltios. "Cuando nos mudamos nos dijeron que se haría un jardín", se lamenta Elia, de 32 años, mientras señala la obra que centra la preocupación de numerosos vecinos de la zona de Gaspar-Aguilar y Patraix. "Temo las consecuencias sobre la salud", dice esta mujer, que este mes espera a su segundo bebé. "¿Es legal que instalen la subestación tan cerca de las viviendas?", pregunta.

Sus dudas y miedos sobre supuestos efectos en la salud de la radiación electromagnética que emanará de la infraestructura los comparten muchos vecinos, que se han unido en la Comisión para el traslado de la subestación de Patraix. "Nos da miedo, la gente dice que no es bueno", dice Máximo López, de 78 años, vecino de Elia. "A mí me dijeron que ahí iba una biblioteca, y también un parque", añade. Sin embargo, el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de Valencia prevé desde 1989 una infraestructura básica como la subestación. El consumo eléctrico en el distrito de Patraix ha aumentado un 9% en los últimos cinco años, se han creado nuevos barrios "y las líneas actuales están sobrecargadas, no aguantan", afirma Iberdrola. La empresa insiste en que la instalación es "inocua, necesaria y tiene todos los permisos".

Los vecinos no se fían. Han buscado informes médicos, contactado con expertos, con otras plataformas contrarias a la instalación de cables de alta tensión y han llegado a la conclusión de que nadie les garantiza que no sufrirán enfermedades por la exposición a los campos electromagnéticos de la subestación, en algún punto a 13 metros de las viviendas. "Por eso pedimos que se aplique el principio de precaución, que ante la duda se traslade la subestación fuera de la zona residencial", defiende Javier Gonzálvez, uno de los portavoces.

El Gobierno y el Ayuntamiento de Valencia, y los partidos políticos, no han logrado despejar las dudas. Al contrario, han causado desconcierto y decepción al centrar sus esfuerzos en atribuir a la otra parte la concesión de las licencias a Iberdrola, se quejan los vecinos. El Ministerio de Industria, el Consistorio y la Generalitat se apoyan, cada cual, en los procedimientos reglados o informes preceptivos para dar licencia a la instalación de la infraestructura, mientras que el Ministerio de Sanidad ha remitido a petición de Barberá un informe sobre las emisiones radioeléctricas que tampoco convence a los afectados porque está centrado en la telefonía móvil. "Este asunto no es nuestro", ha dicho, por su parte, la Consejería de Sanidad. "Se pasan la pelota unos a otros", resume Montse Pérez, de 36 años, que, como muchos y a falta de informes oficiales que respondan a sus interrogantes, se apoya en los datos que ha reunido la comisión.

Iberdrola, por su parte, insistió el pasado jueves en que los valores de los campos electromagnéticos de la subestación y del cable de alta tensión que la alimentará son "muy inferiores al límite de 100 microteslas [la unidad de medida] que establece la Recomendación del Consejo de la Unión Europea", avalada por Sanidad. Un microondas emite 30 microteslas, una lavadora 16, más que la subestación, según Iberdrola. Las licencias avalan la seguridad para la salud, defiende la empresa, que recuerda que en muchas ciudades españolas hay subestaciones de este tipo, también en Valencia, "pegadas a viviendas" o debajo de ellas. El teléfono de información que habilitó la empresa al iniciarse las protestas apenas ha recibido llamadas. Los vecinos recelan.

Informes que desmienten la relación del cáncer con la alta tensión, informes que hablan de una mayor probabilidad de contraer leucemia, estudios de unos organismos, de otros... El caso es que la incertidumbre impera entre los vecinos. "Las autoridades deberían informar más, yo tengo un bebé de dos meses y te hace pensar", cuenta Yolanda Navarro, de 31 años, que no confía mucho en que se logre parar el proyecto porque "Iberdrola paga la Copa del América".

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Hasta en los colegios se trata el asunto, explican "preocupadas" Sara y Elena, del instituto Juan de Garay, frente a una papelería del barrio. Dentro atiende Francisca Cerdán, de 53 años, que ha recogido firmas contra la subestación y tiene sobre el mostrador una hucha para contribuir a los gastos de la comisión. "Es el miedo a lo desconocido, no sabemos hasta qué punto es perjudicial. Yo me moriré antes de vieja que de leucemia, pero en este barrio hay muchas criaturitas", advierte. La alarma alcanza a gente de todas las edades, como muestra el caso de Manuela Galván, de 67 años, activa en caceroladas y que se plantó ante un camión que finalmente entró en el solar. Llora al contarlo y dice que tiene miedo. Al salir a la calle se topa con la obra con sólo cruzar a la otra acera. Eso la "desquicia".

En calles más alejadas, los vecinos se muestran "solidarios" con aquellos cuyas casas rodean la subestación, pero también se alzan voces que preguntan, como Juan Hernández, de 63 años: "¿Si no existiese, tendríamos las comodidades que tenemos?". "En algún sitio la tienen que poner", añade.

En una inmobiliaria de la zona admiten que la gente ya pregunta si el piso que verá está cerca o no de la subestación. Hay incluso vecinos que quieren someterse a análisis. La comisión peregrina por los despachos para insistir en un traslado y recurre las licencias e Iberdrola calcula que acabará las obras en pocos meses. En un solar rodeado de miedo y duda.

Plataformas por doquier

Los proyectos de instalación de líneas de alta tensión y otras infraestructuras eléctricas topan con la oposición de plataformas ciudadanas por doquier. Los detractores de la línea de 400.000 voltios que se pretende tender entre España y Francia congregaron hace escasos días en Girona a entre 20.000 (según los organizadores) y 12.000 personas (según la Policía Local) en contra del posible trazado y sus repercusiones sobre el medio ambiente. Más cerca, del rechazo a la línea de alta tensión entre Vilanova de Castelló y Gandia, que promueve Iberdrola, han nacido varias asociaciones y el asunto está en manos de los jueces. En Patraix y otros muchos lugares los afectados han salido a la calle, y desde sus páginas web informan de sus actividades, ofrecen noticias relacionadas con su preocupación e informes y documentos. Es el caso de ¡Fuera cables!, un colectivo de afectados de Pozuelo de Alarcón (Madrid); la Plataforma Kontra l'Alta Tensió (valenciana); la Plataforma Vecinal pro desvío líneas de alta tensión de Arroyomolinos (Madrid), la Plataforma Vecinal y Amigos de las Regueras (Asturias)... y muchas otras relacionadas con planes de las eléctricas y de la telefonía móvil. Todos exigen seguridad, respuestas.

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Sobre la firma

Sara Velert
Redactora de Internacional. Trabaja en EL PAÍS desde 1993, donde ha pasado también por la sección de Última Hora y ha cubierto en Valencia la información municipal, de medio ambiente y tribunales. Es licenciada en Geografía e Historia y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS, de cuya escuela ha sido profesora de redacción.

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