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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Memoria de una librera

Ya debes de saber que la librería fue fundada el año 1925 por la editorial Herder de Freiburg, impecables (e impecados) editores de biblias. Buscaban establecerse en una gran ciudad española y hasta el final dudaron de si Barcelona o Madrid. La familia Herder (que nada tiene que ver con el filósofo) aún mantiene negocio abierto en la ciudad alemana y ya es la sexta generación, desde 1801. En cuanto a mí llegué, exactamente, el 2 de diciembre de 1974. Hasta ese día había trabajado en una editorial de aspecto dickensiano de la calle de Camp, y estudiaba COU por la noches. Fui a Herder a comprar un libro de Lázaro Carreter. Recuerdo que entré en la librería con mucha timidez, mostré un papel con el título anotado, como si de una receta se tratase, y el dependiente, muy amable, me entregó el libro. Era la primera librería de aquellas dimensiones que veía. Me fijé que un cartel que colgaba en una vitrina aseguraba: "Se precisa personal". Y me animé a llevarles mi desnutrido currículo. Me admitieron y fui muy feliz. En la editorial cobraba 2.500 pesetas mensuales y la librería pasó a pagarme 4.000 pesetas. Y un descuento sustancioso, me aseguraron, para los libros que comprase.

En los 80 años de la librería Herder han pasado muchos sabios maníacos, políticos engreídos e intelectuales con su estúpida vanidad

En los años setenta Herder era una librería de referencia, sobre todo por la sección de psicología, que llevaba el serio, culto, guapo y altivo andaluz Antonio España. Fue la primera librería española que reunió los fondos de Paidós, la gran editorial de Argentina. El arte de amar. El miedo a la libertad. Fromm. O quizá fuese El arte de la libertad y El miedo de amar. Son las seis de la mañana, y tampoco sé si estoy desvelada o en el duermevela, y ayer enterramos a Enrique Folch, que hizo Paidós, de Fromm a Pinker. O sea que Herder (hoy Alibri, que no me olvide) lleva 80 años. Es una librería con muchas capas. Estos días, revisando papeles para la fiesta de aniversario, encontré una especie de manual de la buena librera que está lleno de perlas. Lo que no sé ahora es dónde demonios lo he puesto porque te copiaría el párrafo en que prohíbe a los dependientes que atiendan con las manos en los bolsillos. Muy razonable. Sí tengo aquí otro muy parecido, que es del año 1963 y se titula, toma aire, Normas para el mantenimiento de la centralita y consejos para atender a la clientela con eficiencia y cortesía. Es de un Eduardo Fabregat. Y lleva consejos que aún me aplico. Te leo: "Aunque parezca no tener sentido acostúmbrese a sonreír antes de hablar por teléfono. Aunque usted no lo note su tono de voz resultará siempre más agradable".

Herder lleva 80 años y yo 31. He conocido muchos sabios maníacos. Y un cura cleptómano: sus hermanos en la fe devolvían (o a veces pagaban) los libros que robaba. Han pasado por aquí los políticos engreídos y los intelectuales, con su estúpida vanidad. Por supuesto, he visto robar libros a profesores ilustres, sin que pasaran a pagar sus hermanos en la fe. Pero, incluso, les he visto hacer algo peor: esconder los libros de sus hermanos en la fe en anaqueles remotos y extraviados. O algo inolvidable, y a lo que jamás supe encontrar explicación o motivo: les he visto arrancar determinadas páginas de un libro. ¿Por no pagar el total del libro? ¿Porque odiaban del autor esos párrafos, justamente? Luego la librera ha cogido el libro mutilado y ha procurado la devolución al editor: "Mal estado". O bien ha acarreado con la pérdida. Pero el misterio de esa conducta no he sabido aclararlo nunca.

Una vez vi algo extraordinario: dos hombres muy enemistados se encontraron en Herder. Uno estaba por marcharse: ya había acabado de cobrarle unos libros. El que llegó se encaró con él:

-¿Es qué después de tantos años todavía me guardas rencor y no vas a saludarme?

El otro le miró de una forma que no puedo describir y se largó sin que mediara más palabra. El que quedó deambuló durante un tiempo largo por la librería, como perdido. Ni siquiera sé si en su tristeza pudo darse cuenta de que yo había presenciado la escena. Al cabo de un buen rato tomó algunos libros y se dispuso a pagarme. Los cobré y se marchó. Afectada y curiosa, y sospechando lo que creía haber visto, comprobé los tickets de los dos hombres. ¡Efectivamente, habían comprado los mismos libros! Dos hombres enemistados, quién sabe por qué, amaban los mismos libros. Seguramente también ellos se querían, pero no sabían cómo reanudar su afecto.

Antes de ponerme a escribir daba vueltas en la cama pensando en todo esto, y pasó Senillosa, simpático, amable, comprándome unos libros un sábado y estrellándose horas más tarde en su coche. El lunes a primera hora liquidé el boleto de su Visa, no le fueran a cobrar los libros a su cadáver. Y he pensado en otras muertes. Los recuerdos, a veces, vienen a quitarme el sueño. No importa.

¿Una librera? Bueno, están esos versos de Thomas Hardy:

De viejos manuscritos con sentidas canciones / que brotaron de escenas y ensueños ignorados / yo extraeré arrebatos, como si fueran míos / pese a estar bien consciente de que son obra de otros

Besos.

M.

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