La explosión latina del barrio de Orriols
La parroquia de Santa Mònica i El Salvador de Valencia cuenta desde hace varias semanas con una nueva y exótica inquilina: la Virgen de El Quinche. Esta iglesia es el templo de referencia de la mayoría de los inmigrantes del barrio de Orriols, en el que se ha asentado buena parte de la comunidad latinoamericana de la ciudad. Los propios inmigrantes trajeron la imagen desde Ecuador, donde se venera por su leyenda de milagrosa y cuya romería atrae a decenas de miles de devotos. Hace varias semanas los inmigrantes reprodujeron en el jardín del río Turia esta tradición con una pequeña procesión a cuyo término alojaron la imagen sobre un altar de la parroquia. "Vienen ríos de gente a rezarla", comenta Edison Pérez, misionero comboniano destinado en Valencia para auxiliar a las comunidades de inmigrantes.
"Si queremos una sociedad cohesionada hay que empezar por la escuela y desde la primaria; en la adolescencia es más complejo intervenir"
Orriols, con un 16,3% de población extranjera, es el segundo barrio con mayor porcentaje de la ciudad, según datos de enero de 2004. El primero es La Roqueta, con un 17,6%, aunque es mucho más pequeño, y el tercero es Russafa, con 15,6%. Los tres están en primera línea de riesgo de "segregación espacial", como apunta el Observatorio Valenciano de las Migraciones. En otras palabras, si no se toman medidas, el barrio va camino de convertirse en un gueto de población latina. Y el asentamiento de población inmigrada continúa, de forma especialmente acelerada en Orriols.
Nuevos vecinos
Hay varios factores que explican esta situación. Se trata de un barrio obrero con abundantes bloques de viviendas de protección oficial, prácticamente aislado del centro hasta hace unas tres décadas. Los trabajadores de los años 1960 y 1970 que por entonces compraron sus casas han ido aumentando su nivel de renta. Esta circunstancia, unida a la aparición del nuevo Orriols, unas zonas residenciales próximas recién urbanizadas, ha dado como resultado un "proceso de sustitución étnica por la movilidad ascendente" de los vecinos de siempre que se han desplazado a los nuevos barrios, como apunta Francisco Torres, profesor de Sociología de la Universidad de Murcia en su tesis Ámbito urbano, sociabilidad e inserción social de inmigrantes, que estudia el caso de Valencia.
El cambio de residentes va unido a una nueva fisonomía del barrio -nuevos comercios, cambios en la vida social-, lo que estimula la salida de los vecinos tradicionales que aún no lo han abandonado y provoca un descenso del precio de la vivienda que actúa de acicate para la llegada de más extranjeros. El resultado ha sido que en los últimos años, especialmente desde 2002, ha habido un vuelco de buena parte de la población, con la particularidad de que ha sido "un proceso muy rápido", como apunta un especialista de inmigración del Ayuntamiento de Valencia. Tanto, que están buscando fondos europeos -"aquí no tenemos"- para desarrollar un programa de integración.
Testigo directo de esta evolución es Alejandro Tello, director del colegio público Miguel Hernández. "La vida en el barrio ha cambiado mucho; está más deteriorado", comenta, "la gente se va, dice que no aguanta más". "Se nota incluso en la participación en el colegio: de 700 padres que podrían votar en las últimas elecciones sólo lo han hecho 70".
Pero la verdadera medida del cambio es la tasa de escolares hijos de extranjeros. Al colegio acuden 600 niños de entre tres y 12 años. Uno de cada dos alumnos de las líneas de enseñanza en castellano son inmigrantes de 18 países diferentes, la mayoría ecuatorianos. Frente a esta concentración, la línea en valenciano, como el resto de centros públicos que absorben el 82% de los inmigrantes, se ha convertido en un reducto de niños nacionales. Mientras al otro lado de la calle una escuela concertada apenas cuenta con población extranjera, la pública se satura y reproduce la segregación del barrio en las aulas. "Si queremos una sociedad cohesionada hay que empezar por la escuela y desde la educación primaria; luego, en la adolescencia es más complejo intervenir". La profusión de alumnos hijos de inmigrantes "por la selección del alumnado en los centros concertados" hace que "ni siquiera se pueda integrar la segunda generación". "Aún no hay Latin Kings, pero ya llegarán", advierte Tello.
El misionero Edison Pérez, peruano de 33 años que asiste a los inmigrantes de la zona en la iglesia de Santa Mònica i El Salvador, coincide en este juicio. Existe una "desestructuración personal, afectiva y religiosa" en los recién llegados que viven "una especie de luto" por el choque cultural y el desarraigo que suele durar dos años. Pero el problema de la segunda generación "será aún más fuerte", comenta el responsable en Valencia del programa de atención social y pastoral al inmigrante. "Una de las grandes preocupaciones en este momento" es la falta de "atención adecuada" a los jóvenes inmigrantes en las escuelas, señala, y apunta el riesgo de la aparición de episodios de violencia como muestra del rechazo a la situación en la que se encuentran. Más pronto o más tarde "se plantean el problema de su identidad: son gente nacida aquí, pero sus orígenes están allá", apunta. Y llegan a la conclusión poco esperanzadora de que son "ciudadanos de nadie".
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