¿Qué hiciste, abusadora?
YO QUISE CASARME con Dios, pero me duró un mes. Un mes; cuatro domingos; cuatro misas; cuatro hostias; cuatro porlaseñaldelasantacruz; cuatro desasosiegos, los que me provocaba ya de niña el mal gusto, las vidrieras yeyés de los años setenta, las canciones que hundieron a la Iglesia -"¡una espiga dorada por el sooool!"-; cuatro sermones, y cuatro daosfraternalmentelapaz. En uno de esos actos de fraternidad religiosa, mi mano infantil, temblorosa, se encontró con la mano de mi profesor de Ciencias Naturales, y ese contacto me provocó tal desvanecimiento que me sentí santa Teresa, La Regenta, Lolita y la niña de El exorcista. Todas dentro de mí pidiendo auxilio. Abandoné los hábitos (vamos, el proyecto-de), me subí las falditas del uniforme y me puse en la puerta de la escuela comiéndome un donut a esperar a que saliera el de Naturales. No es que lo hiciera yo, lo hacían muchas niñas. Lo cual me hizo probar lo dura que es la competencia en el mundo femenino. Quince niñas siguiendo a ese individuo hasta su casa. Él abría su portal y ese pequeño ejército lolitero esperaba un adiós, una sonrisa, ¡un algo!, y luego se dispersaba. Qué pensaría el hombre, no lo sé. Sé que acabó casándose con una alumna, o sea, que no andábamos descaminadas. El hombre, de piedra no era. Las mujeres tampoco son de piedra. A veces las profesoras, aunque tienen claro que un chaval de 17 años es sólo un proyecto de ser humano, sienten las palpitaciones del deseo. A Sandra Beth Geisel la contrataron hace un año en un colegio católico de Nueva York. No sé cómo serían las clases de Sandra Beth, pero sí sé, por las fotografías del periódico, que Sandra Beth está como un queso. Sandra Beth es el tipo de americana que ha comido mucha carne roja y ha bebido mucha leche de niña, y tiene esas carnes blancas, esas piernas dóricas, esos pechos que entran a la sala del tribunal 30 segundos antes que el resto del cuerpo, cuando ya todos los ciudadanos han exclamado: ¡oooooooh!, porque los pechos de Sandra Beth rompen el prototipo estético de la modelo esquelética y parece que van a romper la tela de la blusa. Los pechos de Sandra Beth responden al sueño de todo adolescente: unos pechazos entre los que morir asfixiado (como siga así voy a firmar este artículo con el nombre de Luis María Ansón). Sandra Beth ha aparecido en los periódicos con su cuerpo de valquiria, pero, ay, esposada. Sandra Beth se acostó con dos alumnos. Primero, Sandra Beth se lo montó con uno de 17, que ya estaba en la edad del consentimiento, pero no se sabe cómo se unió al grupo uno de 16, y éste, después de consumar con Sandra Beth, se chivó. A este último hay compañeros que le han puesto el sobrenombre de cretino (es una pequeña licencia mía no contrastada; pero si no se lo han puesto, deberían). Los padres denunciaron a Sandra Beth porque dicen que sus hijos son unas víctimas y que eso les marcará. Pues claro que les marcará, no te digo. Lo novedoso es que el juez del asunto ha dicho: "Hombre, señores, tanto como víctimas...". Los padres han puesto el grito en el cielo ante las dudas morales del juez. Yo creo que incluso se podría ir más allá, y que a esos padres, dolidos por la pérdida de la inocencia de sus hijos, debieran unírseles los padres del resto del alumnado, dado que puedes imaginar que aquellos que no tuvieron la suerte de consumar con Sandra Beth volverían a casa y se entregarían a la frenética masturbación. El juez ha dicho: "Aplico la ley porque tengo que aplicarla, pero que de victimitas, nada". Y vaya que si la ha aplicado. La reina del sexo Sandra Beth, la que practicara el ménage à trois con sus dos alumnos favoritos, tendrá que cumplir seis meses de cárcel. "Vale que la echen del colegio, vaya que ella se pasó tres pueblos", dijo el juez, "¿pero a la cárcel?". A los colegios católicos americanos les crecen los enanos. Todo hace aguas: cuando estaban tapando el boquete de los curas abusadores aparece el asunto de las mujeres. Ya van varias. Algunos grupos reclaman, en aras de la igualdad entre hombres y mujeres, la misma pena para una mujer que para un hombre abusador, pero ¿quién se cree que una mujer puede violar a un tanque de 17 añazos? Para colmo, tampoco quieren que se desfoguen entre ellos, y este año muchos colegios católicos se han propuesto acabar con las fiestas fin de instituto, donde lo habitual era perder el conocimiento y perder la virginidad. Lo inaudito es la facilidad con que pasan aquí de la represión al desmadre. Habría que ver lo que esconden los padres acusadores. En este momento de acercamiento a Dios que estamos viviendo en el mundo, algunas muchachitas americanas han encontrado la solución: un anillo en el que está grabada una frase: "Me estoy reservando para ti". Una especie de voto de castidad hasta el matrimonio. Pero yo no me creo nada. Lo que menos, la promesa de virginidad del anillo. Es más, creo que la que lleva el anillo sabe que le está echando más morbo a la cosa, que va por la vida calentando las mentes. Yo soy materialista histórica; yo sólo creo, como Juan Cueto, en el dinero, el comercio y los grandes almacenes. Y si no que le pregunten a Mary Kay Letourneau, aquella bella profesora (¿recuerdan?) que pasó seis años en la cárcel por liarse con su alumno de 13 años. Ahora, ocho años después, con dos niños nacidos de semejante relación y con ella convertida en la mujer más morbosa de la tele americana, se casan. La lista de bodas la han puesto en Macy's. Y al final votarán al Partido Republicano, que es donde acaban, dando lecciones morales, los que fueran descarriadas ovejas. Amén.
DON DE GENTES. Sandra Beth es el tipo de americana alimentado con carne roja, ha bebido de niña mucha leche y tiene esos pechos que entran en una sala 30 segundos antes que el resto del cuerpo. Por Elvira Lindo
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