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A PIE DE PÁGINA

La travesía de las iguanas

El día cero. El río tropical desemboca en la costa del oeste americano. En las orillas varias iguanas inmóviles recortan su orgullosa silueta contra el cielo gris. El cielo gris claro pasa a gris oscuro hasta que, súbitamente, se pone negro. Sólo el horizonte se ilumina de vez en cuando con diminutos relámpagos mudos. La tormenta está lejos, pero cada vez menos. Viene hacia aquí. Ya está aquí. De repente, un trueno desgarrador estremece hasta las raíces de las plantas. Y se desploma un diluvio. En pocos minutos el río monta en cólera. Sus aguas se retuercen y muerden grandes pedazos de tierra firme. Meandros, playas e islas fluviales serán irreconocibles cuando vuelva a salir el sol.

Se sabe que las focas comen nieve, pero ¿beben las ballenas?

Un día después. El sol brilla sobre un mar en calma trágica. Los restos de la colosal riada se dispersan a la deriva: troncos, arbustos, hojas, animales muertos, amasijos de raíces... y, en medio de todo ello, una pequeña isla flotante, un pedazo de orilla de río con vegetación y todo. Sobre ella tres iguanas, aparentemente impertérritas, recortan su silueta antediluviana (nunca mejor dicho) contra el azul del cielo.

Varias semanas después. Con cada ola la isla pierde peso y forma. Pero las iguanas, cada vez más juntas, resisten sin comer ni beber. Con la cabeza alta otean el horizonte en busca de una buena noticia. Por fin ¡Tierra! Los dos primeros islotes volcánicos pasan de largo, pero a la tercera va la vencida. Cerca de la costa, el agua turbulenta acaba por devorar la improvisada embarcación con su rabiosa espuma blanca. Las tres iguanas se quedan sin suelo y no tienen más remedio que nadar hacia las rocas más próximas. Sin demasiados problemas se encaraman a una gran losa negra de lava. Las iguanas dudan pero no saben bien de qué dudan. No hay decisiones inmediatas que tomar. ¿Cómo sobrevivir aquí? Apenas hay vegetación para comer y el agua disponible es espantosamente salada. Esto no se parece nada al añorado río tropical donde nacieron y donde vivieron durante milenios.

Cientos de miles de años más tarde. Las iguanas campan a sus anchas por todo el paisaje. Podía muy bien no haber sido así. Era mucho más probable morir de sed y de inanición. La selección natural casi siempre castiga. Muy pocas veces favorece. Pero en este caso tocó favorecer. Las iguanas aprendieron a comer algas en las frondosas praderas submarinas. Eso significa bucear más de una hora sin respirar. Pero ¿cómo consiguen deshacerse de la sal que ingieren al comer? (El mismo problema tuvieron las aves y los mamíferos que se hicieron a la mar. El contenido de sal en su sangre es tres veces inferior al del agua marina. ¿Cómo se liberan del excedente de sal? Se sabe que las focas comen nieve, pero ¿beben las ballenas? ¿Qué beben? ¿Beben cuando llueve? ¿Beben directamente el agua del mar? ¿Qué clase de riñón puede aguantar tal paliza?

... quizá beban cuando comen. Pero no está claro del todo, es muy difícil seguir el comportamiento de un mamífero marino). En el caso de las iguanas de las islas Galápagos no hay duda: tienen una glándula junto al ojo por donde excretan la sal con un gesto a medio camino entre el escupir y el estornudar. No es raro encontrar ejemplares con un bloque de sal incrustado en la cabeza. Ciertas aves marinas disponen de mecanismos similares.

No queda resto ni rastro de cómo ocurrieron estas formidables adaptaciones. Uno tiende a pensar que el tiempo necesario para adaptarse es mucho mayor de lo que el individuo puede resistir sin haberse adaptado. Esta aparente contradicción se resuelve distinguiendo entre la selección natural y la selección cultural. En la selección cultural el problema precede a la solución. Primero se plantea el problema, luego se busca una solución. Pero para ello se necesita tiempo, mucho tiempo, tiempo para plantear la buena pregunta, tiempo para investigar, tiempo para probar, tiempo para equivocarse, tiempo para corregir, tiempo para cambiar de idea...

Todo se invierte en el caso de la selección natural donde primero es la solución y luego el problema. El primer pájaro que voló ya tenía plumas cuando levantó el vuelo por primera vez. Las plumas ya habían sido bendecidas por la selección natural como protección contra el frío y la humedad.

A lo largo de la historia ha habido muchas tormentas con la violencia suficiente para arrastrar iguanas lejos de sus queridos ríos. Pero muy pocas veces un grupo de iguanas ha alcanzado tierra firme, una tierra firme radicalmente diferente en la que lo más probable no es sobrevivir. Quizá sólo sobrevivieran una única vez a la aventura.

El día cero. Estamos en el Amazonas cerca de su desembocadura. Una fortísima tormenta sorprende a unos pacíficos pescadores en una frágil canoa mientras regresan a casa. Hoy, excepcionalmente, va una niña con ellos. Cuando la lluvia cede y la atmósfera se hace transparente, la canoa está en el centro del infinito. En la canoa hay pescado para sobrevivir unos pocos días.

Pocos días después. ¡Tierra a la vista! Regresar a casa es impensable. Pero quizá encuentren la manera de sobrevivir en este extraño paisaje. Ni siquiera descartan la idea de volver a jugar a la pelota y de recitar poemas.

Mil años después. Todo lo que empieza acaba. O se transforma.

FERNANDO VICENTE

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