Lo que se mueve
Más allá de las palabras, la política parece encontrar unos cauces que poco tienen que ver con aquéllas. Los fuegos de apenas hace unas semanas tienden a apagarse, y es que el país no ofrece en realidad mucha leña para tanto fuego. Los ciudadanos, la leña, estamos a verlas venir, un poco sorprendidos ante la certeza de que algo está ocurriendo y carentes de elementos de juicio que nos permitan valorar lo que pasa. Sumidos en un ruido ensordecedor que pretende alertarnos de peligros sin cuento, la realidad transcurre en una relativa calma, ajena a tan malos agüeros, de modo que la alarma acaba convirtiéndose en desconfianza ante las noticias y en recelo hacia quienes las alientan. Es el inconveniente de hacer sonar las cacerolas en la calle equivocada: los acontecimientos transcurren por la calle buena sin que nadie les preste atención. Acallado el estruendo, y tras ver pasar al ratoncito que parió la montaña, ni nuestros ojos ven, ni nuestros oídos oyen, ni nuestras glándulas segregan. Lo que en verdad ocurría nos ha pasado de lado y, en esa noche de los sentidos, no nos hemos enterado de nada.
Si me atengo a mi pequeño país, parece haberse convertido en el reino del no pero sí, o a la inversa. El país de las expectativas es, de momento, el país de la lítotes. Pues pocos lugares habrá como éste en los que se espere que vaya a ocurrir algo, y seguramente no habrá muchos en los que como en él el sigilo parezca contravenir al deseo. Lo que se espera, lo que se desea, es el final del terrorismo, un acontecimiento que sin duda puede requerir mucho silencio. El peligro de tanto sigilo reside, sin embargo, en que se imponga sobre acontecimientos que nada tienen que ver con lo que demanda el deseo, mientras a éste se lo oscurece con un estruendo banal atento a otros intereses. Lo que quiero decir, y perdonen tanto rodeo, es que aquí no sólo se espera que pasen cosas, sino que están pasando cosas, y que un bullicio interesado y miope está impidiendo que veamos lo que ocurre. Demasiado atentos a los misterios de ETA, creo que se están produciendo una serie de cambios en la realidad política del país a los que no les prestamos la atención debida. No pretendo entrar a valorarlos, pero sí considero que conviene apartarlos del ruido y del silencio.
Cuando el PNV asegura que su apoyo a los Presupuestos Generales del Estado no supone un compromiso de apoyo al Gobierno, no hace sino desmentir los hechos mediante un discurso que trata de amparar una determinada estrategia. Su apoyo al Gobierno sería fruto de una transacción comercial ajena a cualquier connivencia política, transacción que pretende además vendérnosla con una campaña propagandística bastante estrambótica. Conviene destacar, sin embargo, que el contenido de la transacción lo aproxima, lo que abunda en la evidencia de los hechos, a ese Gobierno del que dice desentenderse y lo aleja de sus aliados en el Gobierno de su comunidad. Y destaquemos igualmente que resulta cuando menos curiosa esa reducción mercantilista de la política, presentada como encomiable y que no es más que una operación de divertimento para dar a entender que la política está en otra parte, es decir, que ellos no están con los que están y que sí están con los que no están. Extraña operación, en la que la asepsia a la que se reduce la política se convierte en señal y contenido de un mensaje político destinado a otros pagos: aunque comercie con el enemigo por interés, no por eso deja de ser mi enemigo. Los socialistas vascos, por su parte, parecen dispuestos a negociar los Presupuestos de la comunidad sin dejar de vocear su vocación de alternativa al actual Gobierno, aunque esperamos que su pudor político les impida presentar el acuerdo, en caso de que lo haya, en términos tan descaradamente mercantiles.
Todos los indicios apuntan a un acercamiento entre el PNV y el PSOE para la gobernanza tanto del país pequeño como del grande, acercamiento que se producirá con los ojos puestos en la pacificación del país, a la que tratará de no perjudicar; es decir, lo harán de forma que no suscite reacciones negativas en los movimientos que se están dando en el nacionalismo radical. ¿Son buenas o malas estas tomas de posición? En principio ni lo uno ni lo otro, y todo dependerá de cómo se desarrollen y de cómo concluyan. Entregarse al escándalo, haciendo sonar las cacerolas de la traición, quizá no sea la vía adecuada para impedir que se produzcan y sí para dar licencia a sus protagonistas para iniciativas que se puedan lamentar. Hay que hacerse valer y estar en ello.
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