Sembrando confusión
Es obvio que al señor De Azúa no le gusta ni Schoenberg ni el Estatuto catalán, a la vista de sus opiniones que sin duda merecerían todo su respeto en el transcurso de una tertulia en donde además podrían ser rebatidas. Lo problemático surge cuando un diario como EL PAÍS, el 9 de diciembre, dedica su tribuna de dos páginas a estas confesiones a mezza voce que generan no poca confusión: se dice en ellas que gusta más Prokofiev y Britten que Schoenberg; de qué público se habla, de qué programadores...; se dice también que el Estatuto catalán proviene de un "despotismo ilustrado"; acaso sugiere el autor que los representantes electos de la ciudadanía catalana son déspotas... ¿De qué estamos hablando?
Cuando el clima político y social que nos envuelve produce más que nada "ruido", cuando la ciudadanía está desapegada hacia lo "cultural" y prefiere pasarse un día entero comprando en el Ikea que ir a conciertos, y cuando campa a sus anchas el populismo y el pasotismo en lo que atañe a la responsabilidad democrática ciudadana, palabras como las del articulista profundizan el abismo, contribuyen a la desazón. El grave problema es que la mayoría de la gente ya no sabe quién es ni Schoenberg, ni Prokofiev, ni Britten y asimismo muy pocos al día de hoy se habrán leído el proyecto de ley llamado Estatuto catalán.
¿No correspondería pues a la prensa, en sus artículos de opinión,enfriar el ambiente, informar y ofrecer instrumentos de análisis, y ampliar la sensibilidad cultural ya de por sí denostada, en vez de entregar sus páginas a plumas ogrescas para las que "todo vale" y que, con cuatro zarpazos -por cierto "despóticos" e "ilustrados"- pretenden sentar cátedra arruinando el verdadero debate.
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