Belén
Hay montados en Madrid más de veinte belenes públicos durante estos días. Uno de ellos se anuncia como "el mayor de Europa". Está en el complejo de Azca y ha sido sufragado por una potente entidad bancaria. Se puede afirmar sin sonrojo, pues, que nuestra capital es el más grande belén existente en esta parte del mundo civilizado. No hacía falta que llegara Navidad para percatarse de tamaña constatación: esto es un cacao perenne en cualquier época del año.
La palabra 'belén', según el diccionario de la RAE, tiene varias acepciones, de las que sólo una es evangélica ("representación del nacimiento de Jesucristo"); las demás nada tienen que ver, o eso parece, con la llegada del Mesías: "Sitio donde hay mucha confusión... Negocio o lance que puede ocasionar contratiempos o disturbios". También sugiere la Academia que es mejor no "meterse en belenes" y que "estar alguien en un belén" es lo mismo que "estar embobado, en Babia". Habida cuenta del significado oficial de 'confusión' ("perplejidad, desasosiego, turbación del ánimo, equivocación, error, abatimiento, humillación, afrenta, ignominia..."), limpiamente se colige que el diccionario ha definido con certeza a esta ciudad y a los que en ella sobrevivimos.
Hoy cumple 47 años el alcalde, edad magnífica para escuchar el clamor del pueblo: Madrid necesita constantes obras, es cierto, pero no las realice usted todas de golpe, don Alberto, porque nos amarga la vida a los presentes con la disculpa del futuro pluscuamperfecto. Trabajar para el más allá no justifica en absoluto el abatimiento y la turbación de los que estamos en el más acá.
El belén es un invento italiano. Lo montó por primera vez San Francisco de Asís en 1223. Llegó a España en el siglo XVIII con Carlos III. Los belenes más exquisitos son los napolitanos, que se pueden visitar estos días en el Museo Municipal, en el Museo de Artes Decorativas, en el Palacio Real y en las iglesias de San Ginés, San Andrés o San Antón.
Don Alberto, no nos meta usted en más belenes. Felicidades, señor.
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