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Reportaje:

OMC: echar las puertas abajo

Joaquín Estefanía

La casualidad ha querido que en los mismos días de mediados de este mes de diciembre coincidan dos reuniones, cuyos resultados serán determinantes para la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos en sus respectivos ámbitos de trabajo: el Consejo Europeo, que convoca a los principales mandatarios de la Unión Europea (UE) para abordar sus presupuestos a medio plazo, y la Organización Mundial de Comercio (OMC), que acogerá a 148 países de todo el planeta para liberalizar el comercio de bienes y servicios.

Aparentemente ambas asambleas no tienen nada que ver entre sí, pero en la práctica están imbricadas de modo directo: los 25 países europeos van a discutir cuánto se gastan y en dónde, en el periodo de los años 2007 a 2013, sin haber afrontado la reforma de la Política Agrícola Común (PAC), principal política económica de la UE, que se come el 42% de sus recursos anuales. La permanencia de la PAC, que conlleva el proteccionismo de los países europeos frente a los productos de los países más pobres, condicionará la coherencia de la reunión de la OMC, en Hong Kong.

Cuatro quintas partes de los 148 socios actuales de la Organización Mundial de Comercio (un país, un voto) son países en vías de desarrollo
En la liberalización del comercio también se utiliza la 'contabilidad creativa': engañar a costa de la amplitud de lo que se cede a los oponentes
Las tres grandes citas del año, el G-8 (condonación de la deuda), la asamblea de la ONU (objetivos de desarrollo del milenio) y la OMC, han parido un ratón
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Cumbres del Consejo Europeo hay al menos una cada semestre del año, mientras que las conferencias ministeriales de la OMC son más excepcionales. La última, en Cancún (México), fue en el año 2003 y acabó con un sonoro fracaso: fue la primera vez en la historia de esta organización multilateral en que los principales países emergentes, aliados con los países más pobres del planeta, se unieron para contestar las cuotas de poder en el comercio internacional de los países más desarrollados, fundamentalmente EE UU y Europa, y para hacer del funcionamiento de la OMC -un país, un voto- una realidad.

La mayor apertura del comercio mundial a la que se ha de llegar en Hong Kong se decidió en la ciudad de Doha (Qatar) el año 2001, poco después de los atentados terroristas de Nueva York y Washington. En aquellos momentos EE UU estaba sufriendo una recesión económica después de los esplendorosos ocho años de la etapa de Clinton, en las que las ventajas de la nueva economía hicieron crecer al país por encima del 4% cada año. Esa recesión amenazaba con expandirse al resto del mundo. Los atentados terroristas añadieron a la crisis económica una depresión psicológica de ciudadanos y empresas, y los datos de la globalización retrocedieron: disminuyeron los flujos de inversión extranjera, los intercambios de bienes y servicios y los movimientos de personas.

La escalera

del desarrollo

En este contexto se lanza la Ronda de Doha de liberalización del comercio (el Banco Mundial estima que esa liberalización hará crecer los ingresos mundiales en 300.000 millones de dólares en una década), a la que se denomina con mucha intención Ronda para el Desarrollo. No es casual el nombre, sino muy convenientemente elegido: a partir de ese momento se vinculan con más fuerza los conceptos de comercio y desarrollo, que en muchos casos habían estado disociados. Para que un país pobre deje de serlo ha de abrir sus puertas y dejar entrar los productos del resto del mundo, y viceversa: echar las puertas abajo. Comercio y desarrollo, pobreza y desarrollo serán dos partes de la misma ecuación en una coyuntura en la que se habla de la pobreza como caldo de cultivo del terrorismo: los terroristas que atentaron contra las Torres Gemelas y el Pentágono serían ricos o pobres, pero lo que es seguro es que los Estados que los acogieron y los ampararon, como Afganistán, son países pobres de solemnidad.

Además, se trataba de dar legitimidad a la OMC. Nacida tras el fracaso de Seattle (EE UU), en 1999, donde la asamblea se tuvo que disolver ante la potencia del movimiento antiglobalizador, que la acusaba de establecer unas reglas del juego opacas, que beneficiaban sobre todo a los países ricos (se presionaba a los países en desarrollo para que abriesen definitivamente sus fronteras a los productos industriales y a los servicios provenientes de los ricos, mientras éstos seguían practicando por el momento el proteccionismo agrícola a través de las ayudas a sus agricultores), la OMC necesitaba silenciar las críticas de quienes la denunciaban como un árbitro parcial e inoperante, y con una falta de responsabilidad social ante la pobreza.

La Ronda para el Desarrollo debía tener su final en Hong Kong, en diciembre de 2005. Pero los cuatro años pasados desde que se reunió en Doha -un lugar escogido adrede, para dificultar la llegada de los militantes altermundistas- han sido muy frustrantes: apenas ha habido acuerdos nuevos de liberalización del comercio, y no se ha pasado del capítulo agrícola, que sólo representa un 3% de la producción mundial. En el único terreno donde parece haberse avanzado algo es en el de las patentes farmacéuticas, con un acuerdo histórico según el cual la OMC da prioridad a la salud pública frente a dichas patentes.

Si se vincula el comercio con el desarrollo conviene conocer cómo está distribuido este último. El economista norteamericano Jeffrey Sachs, asesor principal en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (reducir la pobreza en el mundo a la mitad para el año 2015), de Kofi Annan, secretario general de la ONU, establece cuatro peldaños en "la escalera del desarrollo, unos peldaños cada vez más altos que representan pasos adelante en el camino hacia el bienestar económico".

En primer lugar están 1.000 millones de personas (alrededor de la sexta parte de la humanidad), que son extremadamente pobres: se hallan demasiado enfermos, hambrientos o necesitados incluso para poner un pie en el primer peldaño de la escalera del desarrollo. Dice Sachs, en su libro El fin de la pobreza, que sus ingresos representan sólo unos céntimos diarios. El segundo escalón lo forma la parte superior del mundo de las rentas bajas: unos 1.500 millones de personas, que son "los pobres"; viven por encima de la mera subsistencia, aunque les cuesta mucho que les salgan las cuentas. La muerte no está llamando a sus puertas, pero la penuria económica y la falta de servicios básicos, como el agua potable, forman parte de su vida cotidiana. Los pobres extremos (1.000 millones) y los simplemente pobres (1.500 millones) suman alrededor del 40% de la humanidad.

El tercer peldaño son 2.500 millones de ciudadanos de rentas medias. Se trata de familias de ingresos medios a las que no se les reconocería como parte de la clase media, según los criterios de los países ricos. Sus rentas pueden ser de unos cuantos miles de dólares anuales y en su mayoría viven en ciudades; pueden conseguir ciertas comodidades para sus viviendas, tal vez incluso agua corriente, tienen ropa adecuada y sus hijos van a la escuela. El cuarto y último escalón son los 1.000 millones de personas restantes, pertenecientes al mundo de las rentas altas: gente de los países ricos, pero también el creciente número de personas acomodadas que viven en los países de rentas medias.

La mayor tragedia es que una sexta parte de la humanidad ni siquiera ha llegado a la escalera del desarrollo. Pobreza extrema, prisioneros de la trampa de la miseria, incapaces de escapar por sus propios medios de la penuria material extrema, éste sería el segmento, según la OMC, que más se beneficiaría de la liberalización del comercio.

El 'dumping'

agrario

Si la ecuación comercio igual a desarrollo fuese tan fácil y tan directa, y beneficiase a los países más desfavorecidos, ¿por qué éstos se oponen a la rápida liberalización de los movimientos de mercancías y productos agrícolas? Además de quienes discuten la demostración empírica de tal binomio están quienes opinan que las reglas del juego no se aplican por igual a todos: mientras les exigen que abran las puertas de la industria y los servicios, zonas como EE UU o la Unión Europea aplican tres tipos de mecanismos de apoyo a su agricultura: aranceles a muchas de las cosechas que llegan del Tercer Mundo (por ejemplo, el algodón), que las encarecen, siendo para el consumidor más barato seguir adquiriendo las producciones europeas o americanas; en segundo lugar, ayudas directas a sus agricultores (por el mero hecho de producir), y, en tercer lugar, ayudas a la exportación de sus cosechas. Es decir, por una parte encarecen lo que llega de fuera y por la otra abaratan lo propio, distorsionando el mercado. Es lo que se denomina dumping agrario: exportaciones de productos a un precio por debajo del coste de producción, o importaciones por encima del precio de mercado.

El catedrático de Economía Aplicada José Antonio Alonso, que dirige un memorándum a Pascal Lamy, director general de la OMC, en el último número de la revista Foreign Policy, lo explica del siguiente modo: "Amparados en la doctrina, los países desarrollados se convirtieron en defensores de la retórica del libre comercio, tratando de imponer sus prescripciones a los pobres. El problema surge, sin embargo, cuando uno de estos países en desarrollo se toma en serio el mandato y se lanza a la conquista de los mercados internacionales, aprovechando su principal ventaja: la mano de obra abundante y barata. En este caso, los mismos que defendían la igualdad de condiciones y los mercados abiertos se lanzan a la búsqueda de todo tipo de argumentos para justificar el establecimiento de barreras protectoras (véase la reacción europea ante la amenaza china). A este capítulo de contradicciones pertenece también la de quienes por una parte demandan más ayuda al desarrollo para los países que son exportadores netos de mano de obra en forma de inmigraciones masivas, y por la otra de oponen con fiereza a abrir sus mercados a los productos agrícolas procedentes de ellos.

Todos contra todos

A la cumbre de Hong Kong se llega en una especie de todos contra todos, en donde los mismos interlocutores pertenecen a uno u otro grupo dependiendo del asunto del que se trate: quienes son partidarios de la apertura en unos productos porque son grandes exportadores de los mismos, pueden ser proteccionistas respecto a otros, para hacer sobrevivir a sus agricultores nacionales. Las formaciones G (G-4, la Cuadrilateral, G-5, G-10, G-20, o el G-90...) tienen suficientes pasarelas entre ellos para que los países se trasladen con comodidad de unas a otras. Países que en unos casos defienden las posiciones de los más pobres, en otros funcionan como si perteneciesen al Norte geopolítico.

El primer interlocutor en Hong Kong será el nuevo director general de la OMC, Pascal Lamy, que hasta ahora había jugado el papel de representante de los intereses europeos como comisario de Comercio de la UE; Lamy tiene, además, la ciudadanía francesa, una de las naciones más proteccionistas. Con esos antecedentes, habrá de hilar muy fino si quiere mantenerse con la credibilidad necesaria para el árbitro de la situación.

El segundo grupo de actores lo forman EE UU y la UE, aunque es muy difícil encontrar, más allá de su posición objetiva de bloques ricos, intereses comunes. En el mes de octubre, EE UU ofreció eliminar algunas de las subvenciones a las exportaciones de sus productos agrícolas, trasladando hábilmente a Europa la responsabilidad de ser la zona más proteccionista del mundo. Pocos días después, la UE contraatacó con otro paquete de medidas liberalizadoras de su comercio, aunque sin tocar en profundidad la PAC. Ambos bloques se acusaron entre sí de contabilidad creativa (engañar acerca de la amplitud de sus concesiones), y de una liberalización mucho menor de lo anunciado. Pero también en el seno de la UE hay diferencias: el comisario de Comercio actual, el británico Peter Mandelson, ofreció reducir los aranceles y las ayudas a la exportación, oferta que fue durísimamente contestada por países como Francia o España, que le acusaron de haber ido en la negociación mucho más lejos de lo pactado en el conjunto de los 25 países europeos.

El tercer gran interlocutor es el G-20, que representa a los países emergentes. Habiendo sido creado en 1999, no tomó naturaleza como poder alternativo a los bloques de las zonas más ricas hasta la conferencia ministerial de Cancún, en 2003, cuando se alió con el G-90, el cuarto interlocutor en Hong Kong (compuesto por los países menos desarrollados, el Grupo África, Caribe y Pacífico, y la Unión Africana), y plantaron cara a Europa y EE UU. Lamy definió al G-20 como un grupo "con una madre agropecuaria y un padre geopolítico", lo que es una manera de manifestar su gran heterogeneidad: Dentro del G-20 hay países netamente exportadores (que a su vez forman parte del Grupo de Cairn, integrado, entre otros, por Argentina, Canadá o Australia). Los intentos de destruir el G-20, cooptando a algunos de sus miembros para el conjunto de países desarrollados, han sido continuos desde Cancún, en 2003.

La fábula

del granjero

Las posibilidades de que el mundo salga de la reunión de la OMC con una liberalización rotunda de su comercio son muy escasas. Por ello hace ya varias semanas que Lamy y otros dirigentes políticos intentan minimizar las expectativas de un acuerdo. Cuanto más bajas sean éstas, menor será el síndrome de fracaso. Si no hay pacto en las reglas del juego, Hong Kong unirá su nombre al de otras ciudades, como Seattle o Cancún, en las que apenas se avanzó en una ruptura de los egoísmos nacionales. No todos los proteccionismos son iguales. Como ha escrito el economista colombiano José Antonio Ocampo, secretario general adjunto para Asuntos Económicos y Sociales de la ONU: "Igualar las oportunidades de ciudadanos y países requiere un tratamiento diferenciado (acción positiva) para quienes son distintos o están en posiciones disímiles". Cuando se abrió la Ronda del Desarrollo, en 2001, los países ricos prometieron poner en marcha medidas prácticas para lograr una distribución más justa de los beneficios de la globalización. Desde esa fecha no se ha avanzado en casi ninguna cuestión de fondo: los obstáculos que impiden el comercio internacional permanecen intactos, los subsidios agrícolas han aumentado y los países ricos se dedican de modo activo a conseguir la aplicación de normas para las inversiones, los servicios y la propiedad intelectual que amenazan con profundizar aún más las desigualdades en el mundo.

2005 tenía tres grandes citas para conseguir esas metas: el G-8, para la condonación de la deuda externa de los países más pobres; la asamblea de la ONU, para el cumplimiento de los Objetivos del Milenio, y la OMC. Las tres habían de caminar en la misma dirección. Quizá a las tres se las puede aplicar la fábula del granjero: sus pollos se están muriendo; el cura del lugar ofrece un remedio tras otro (oraciones, pociones, juramentos) hasta que todos los pollos mueren. "Qué lástima", dice el cura, "tenía otras muy buenas ideas".

Un trabajador brasileño lava los granos de café aún verdes antes de procesarlos para el consumo.
Un trabajador brasileño lava los granos de café aún verdes antes de procesarlos para el consumo.AP
Una vendedora de telas aguarda en Pekín a que los clientes acudan a la tienda.
Una vendedora de telas aguarda en Pekín a que los clientes acudan a la tienda.REUTERS

¿Es un pájaro, tal vez un avión?

PARA EXPLICAR DE MODO pedagógico su manera de funcionar, la página web de la OMC utiliza un lenguaje coloquial y poco académico. Se pregunta: "¿Es un pájaro, tal vez un avión..., o es una mesa?". Y se responde: "Hay múltiples formas de contemplar la OMC. Es una organización para liberalizar el comercio. Es un foro

para que los Gobiernos negocien acuerdos

comerciales. Es un lugar para que resuelvan sus diferencias comerciales. Aplica un sistema de normas comerciales (pero no es Superman, ¡no sea que alguien piense que podría resolver -o causar- todos los problemas del mundo!). Sobre todo, es un foro de negociación...".

La cercanía del texto no se corresponde con la tortuosa historia de una organización salpicada de problemas. Empezando por su

fundación. El mundo buscaba un nuevo orden

internacional tras las dos guerras mundiales, en el que desempeñaba un papel central el desarrollo de los intercambios comerciales. Las dos conflagraciones, y en medio la Gran Depresión de 1929, habían hecho del proteccionismo y la excepción la norma de funcionamiento. Tras vanos intentos de acuerdo, a finales de 1947 y principios de 1948 se convocó la Conferencia de La Habana: 57 naciones suscribieron una Carta que recogía una filosofía liberalizadora del comercio. Pero no entró nunca en vigor; ni siquiera la ratificaron los países que la firmaron. Empezando por EE UU: el presidente Harry Truman no se atrevió a presentarla a un Congreso con mayoría republicana, claramente proteccionista. Fue un experimento nonato.

El GATT, etapa intermedia

Parte de los países presentes en Cuba negoció otra salida menos ambiciosa, que no contemplaba la creación de ningún organismo multilateral centrado en el comercio. Con esa humildad, forzada por el fracaso, nació el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT, en sus siglas inglesas), firmado en Ginebra, y que entró en vigor con el año 1948. Para evitar que el texto fuera rechazado de nuevo por algunos países se dividió en tres partes, dos obligatorias (las referentes a la cláusula de nación más favorecida y la consolidación de derechos arancelarios) y una voluntaria, condicionada a que sus disposiciones fueran compatibles con las normas internas de los Estados firmantes.

Pese a esta provisionalidad, el GATT estuvo vigente casi medio siglo. El método de negociación fue a través de rondas multilaterales. Hubo ocho: Ginebra (1948), Annecy (1949), Torquay (1951), Ginebra (1956), Dillon (1960-1961), Kennedy (1964-1967), Tokio (1973-1979) y Uruguay (1986-1994). De la Ronda Uruguay nació la OMC, organismo multilateral con estructura propia y sede en Ginebra, y hoy con 148 países socios, encargado de velar por la libertad de los intercambios internacionales. Las funciones principales de la OMC son administrar y fomentar los objetivos de los acuerdos comerciales multilaterales actuales y futuros, servir de foro para las negociaciones comerciales multilaterales entre los países miembros, gestionar el sistema de arreglo de diferencias entre países, administrar el mecanismo de evaluación de políticas comerciales, y ayudar al logro de los objetivos de los organismos de la ONU.

La OMC es la única organización multilateral que se rige por el sistema de un país, un voto (y no un dólar, un voto -tiene más poder quien más dinero pone para financiarlos-,

como el FMI o el BM), y cuatro quintas partes de sus miembros son países en desarrollo.

Fatoumata Jawara y Aileen Kwa, dos expertas en comercio internacional y autoras del ensayo Tras las bambalinas de la OMC, opinan que "en teoría, la OMC es una organización democrática basada en principios de consenso y de un voto por cada miembro...; en la práctica, no lo es. Probablemente los resultados de Doha desagradaron a la mayoría de sus miembros, y en los procesos que desembocaron en ese resultado apenas se tuvo en cuenta el nivel de vida de las poblaciones de los países miembros".

Por ello, la convocatoria de Hong Kong

supone un test no sólo para la evolución del comercio internacional, sino también para

su propio organismo regulador, la OMC.

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