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Reportaje:

Con los días contados

Los 19 inquilinos de una corrala de la calle de Sombrerete serán desahuciados el próximo miércoles por orden de un juez

Las 19 personas que viven en el número 3 de la calle de Sombrerete (Centro) miran el calendario y se echan a temblar. Cada vez queda menos para el 14 de diciembre. Ese día está marcado en rojo en las casas. Les echan. A todos. Un juez ha ordenado el desahucio de esta corrala (el edificio tiene 120 años), que ha declarado en ruina. Los vecinos, jubilados en su mayoría, temen por su futuro. Cuentan que las trabajadoras sociales les han dicho que no se van a quedar en la calle, pero no lo tienen claro. El Ayuntamiento de Madrid asegura que realojará a todos los que acrediten vivir en la corrala.

Jesús Rodríguez, Manuel Morales, Milagros Martín, Gerardo Sánchez, Juan Julián Martín, Salvadora Vega, Francisco Sueco, Baoguo Li Ye y otras 11 personas tienen al menos dos cosas en común. La primera es que comparten domicilio -precario- a 100 metros de la plaza de Lavapiés; la segunda es que dejarán de hacerlo todos a una cuando el funcionario correspondiente, acompañado de los policías, les desahucie por orden del juez.

Juan Julián Martín no lleva a su hija a casa por las malas condiciones que presenta la vivienda

Miércoles 14 de diciembre. 10.30. El día se acerca, y la situación no mejora para los vecinos. "¡Toma Navidad!", piensan, irónicos. Ese día tendrán que abandonar la que para algunos ha sido su casa en los últimos 40 años. "El Ayuntamiento dice que no nos preocupemos, que en la calle no nos va a dejar, pero no sé...", explica receloso Juan Julián Martín de la Fuente, de 43 años. Este conductor, de baja médica crónica, separado y con una hija de 10 años, lleva seis en el edificio, tiempo de sobra para darse cuenta de las condiciones de vida que hay allí.

El inmueble remite a tiempos pasados. Está organizado en torno a un patio central de cuatro plantas que ha sido apuntalado para que no se venga abajo. En él los vecinos discuten a voces, todos a la vez, de un piso a otro. Explican cómo los propietarios ("dos constructores que están especulando con el edificio") hace 20 años que desatendieron las obligaciones del buen propietario. Ni un arreglo desde entonces.

Los vecinos explican cómo les llevaron al juzgado para desahuciarles y cómo hace tres años que no le cobran el alquiler a ningún inquilino (con contratos de renta antigua, pagan unos cincuenta euros por piso). Finalmente, el juez decretó la ruina del edificio y comenzó el trámite para desalojarlo. El proceso termina el miércoles con el desahucio.

Los vecinos, pese a lo precario de sus viviendas, se niegan a abandonarlas. Gerardo Sánchez y Milagros Martín viven en unos quince metros cuadrados. Salón-cocina y dos habitaciones. El baño, un habitáculo que sólo tiene taza, queda fuera. Este matrimonio de andaluces, él de 70 años y ella de 63, ve un futuro incierto. "Las chicas [las asistentas sociales] nos dicen que algo tendremos, pero no sabemos nada seguro", explica Gerardo. Este gruista -lleva dos años jubilado- mira a su mujer con angustia y se le quiebra la voz mientras casi suplica: "¿Qué vamos a hacer si nos echan?". Además, Milagros cuenta que un infarto cerebral le obliga a enchufarse a una bombona de oxígeno varias horas al día desde hace años. Frente a su portal, un pequeño vergel es el único rastro de vida en el patio.

Un piso más abajo, Francisco y Salva, los dos de Almendralejo (Extremadura), dudan entre la resignación y la desesperación. Llevan 44 años viviendo en la corrala, lo que les convierte en los decanos del edificio. En los últimos días han trabajado. Han limpiado y recogido su piso de 25 metros cuadrados (tienen dos, comunicados, que comparten con dos hijas) para llevárselo todo si les echan. Anuncian que van "a dar guerra" si no les ofrecen una alternativa. "Llevamos aquí toda la vida y nos echan como...", Francisco, desolado, prefiere no terminar la frase.

Juan Julián sí continúa. Empieza a hablar, a pensar en el futuro y se deja llevar. "Si yo sólo pido una vivienda digna...", cuenta. "Para llevar a mi hija cuando me toca una vez cada 15 días. Ha venido sólo tres veces en cinco años. Si no tenemos dónde ir, y aquí no la puedo traer, ¿qué hacemos? Este edificio pone enfermo. Necesito algo. Algo...", repite.

El mensaje que transmite el Ayuntamiento debería ser tranquilizador para los vecinos. Una portavoz explica que el Consistorio "está estudiando a los vecinos y los papeles que han presentado. Se realojará en pisos del distrito Centro a todos los que demuestren vivir en este momento en el edificio". Tendrá que darse prisa el Ayuntamiento en comprobarlo. El miércoles, sobre las 11.00 -si nadie lo remedia-, en Madrid habrá 19 sin techo más.Juan Julián Martín, en patio apuntalado de la corrala.

Un monumento a la precisión

Las viviendas del número 3 de la calle del Sombrerete son un monumento a la precisión. Al aprovechamiento del espacio. Todo lo que uno pueda necesitar (casi) concentrado en unos 15 metros cuadrados.

En casa de Gerardo Sánchez y Milagros Martín, como en todas las de la corrala, la puerta abre de milagro. Si se saliera un centímetro del quicio, tocaría con la mesa del salón o con la pila de la cocina, que coincide que son la misma estancia. Con la puerta principal abierta es imposible entrar en una de las habitaciones.

En este salón-cocina se agolpan, en unos siete metros cuadrados, la mesa, la pila, la cocina, la despensa y un número casi infinito de fotos y objetos diversos. Todo al alcance de la mano, sin levantarse de la silla. Excepto el baño, que queda fuera, en el pasillo. Era colectivo, para cuatro domicilios. "Afortunadamente los pisos están vacíos", dice Sánchez. El baño ni siquiera tiene ducha.

También hay dos habitaciones (su hija antes vivía allí), en las que las camas ocupan el 80% del espacio. Ahora, además, Gerardo y Milagros duermen separados porque en una habitación la botella de oxígeno que acompaña a Milagros mientras duerme no deja otra opción. La luz del sol entra a través de un ventanuco de 20 centímetros.

Frente a ellos vive Jesús Rodríguez. Su casa es más pequeña aún. Y más austera. Tras la puerta está la estancia principal con la cama. No cabe nada más. A un lado, un hueco de un metro cuadrado para meter la tele y un sillón y otro mini espacio que hace de cocina, aunque sólo hay una pila, un escurridor para dejar los platos y un cámping gas. En casa de Jesús no hay ni una ventana.

Jesús tiene desde hace un mes nuevos vecinos en el piso de arriba. Un edificio tan céntrico y vacío no podría pasar desapercibido. Una pareja de okupas se ha instalado en una de las viviendas para disgusto de los vecinos. Pero no durará mucho ahí. El próximo miércoles, también ellos serán desahuciados.

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