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Columna
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Urbanitas

XAVIER RIBERA

Los movimientos vecinales están de actualidad. En plena crisis de las ideologías, los ciudadanos de los entornos urbanos se aprestan a defender sus derechos desde plataformas organizativas. Una de las asignaturas pendientes en la sociedad española es el ordenamiento de los barrios como zonas de vida en común. En pocos años hemos pasado de entornos urbanos enmarcados por dificultosas comunicaciones, al ensamblaje de las barriadas con el resto del área metropolitana. En este contexto, Valencia no se escapa al proceso de crecimiento que han experimentado otras capitales europeas. Francia ha sufrido recientemente una erupción de violencia urbana y suburbana que ha amedrentado al resto del continente. En este fenómeno los analistas perciben un riesgo: que sea aprovechado por otros movimientos de agitación, que encuentran en este panorama el caldo de cultivo para canalizar sus reivindicaciones por vías indirectas. La proliferación de cuestiones aparentemente inocuas, pero susceptibles de ser explotadas desde el oportunismo político, es uno de los desafíos en los inicios del siglo XXI. En los últimos años, y aún más en los meses inmediatos, el barrio de Patraix, situado al suroeste de la ciudad de Valencia, se ha lanzado por la pendiente, más o menos orquestada, de una constante reiteración de reivindicaciones. ¿El objetivo es alejar de su perímetro determinadas actividades? ¿O bien se pretende erosionar la imagen de quienes gobiernan? En la primera de las opciones no es equitativo que se intente impedir la implantación del equipo de distribución eléctrica cuando, aparte de las molestias que pueda ocasionar, también tiene la ventaja de que todos queremos hacer uso del suministro de energía eléctrica. Especialmente en un barrio donde los incrementos de consumo eléctrico se encuentran entre los más elevados de la ciudad. En el terreno político, casi todo vale y cualquier pretexto puede resultar tentador para deteriorar la credibilidad de los adversarios. Se percibe un creciente desencanto de la sociedad con los políticos. En la Comunidad Valenciana, los acontecimientos de corrupción, prevaricación, tráfico de influencias y extrañas compañías de conveniencia, han marcado, desde hace años, el acontecer de una zona que es más conocida por sus escándalos que por los factores objetivos que la configuran como un marco territorial repleto de oportunidades. Los barrios, que hacen muy bien en preservar su entorno y exigir un equipamiento acorde con sus características y necesidades, han iniciado, en algunos casos, una peligrosa ascensión de pleitos y protestas. No es aceptable desplazar hacia otros sitios lo que nosotros no queremos. Si no queremos estaciones eléctricas de transformación, los ciudadanos habremos de resignarnos a deambular a oscuras por nuestras viviendas, por las calles y por nuestros centros de trabajo. Ha llegado el momento de que la sociedad madure. Si necesitamos instalaciones sanitarias, mercados, que los teléfonos funcionen o accionar los interruptores, habremos de aceptar su parte incómoda y las inconveniencias que conlleva el progreso. Los políticos que no ven más allá ni están atentos a las prioridades de la sociedad, tienen otros campos de acción donde ejercitar sus habilidades para ganar las elecciones.

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