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Columna
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Antoñita

Oigo a los Crooked Fingers, que no son de aquí, sino americanos, y han grabado en Seattle un disco dedicado al torero Manolete, Dignity and Shame, Dignidad y Vergüenza. Eric Bachmann, principal músico y cantante, al amor le dice que le ha roto el corazón, pero que le deje fuerza en los brazos y las piernas para nadar por mar abierto en busca de otro amor. Suenan guitarras de España y trompetas mexicanas, y una canción que se llama Andalucía y habla de Antoñita. La novia de Manolete era Antoñita, aunque como starlette cinematográfica se hacía llamar Lupe Sino. Fue espléndido el verano de 1947, canta Bachmann, guitarrista en la primera canción, un instrumental, Islero, como el toro que mató a Manolete en aquel verano remoto.

Habrá también una película sobre Manolete, de Menno Meyjes, con Adrien Brody y Penélope Cruz en la España de los años 40. Ayer leí que poner a Hitler y los nazis en la portada de un libro garantiza ventas prósperas, y, en este sentido comercial, los años 40 de España son como Hitler y los nazis. Yo veo a Manolete un tipo muy de aquel tiempo, uno más, como todos, pero más grande, engrandecido. En los 40 había que callar para sobrevivir. Manolete fue un hombre de silencios de mucho carácter, porque su mutismo no era el silencio del miedo. Permanecía imperturbable ante el toro que pasaba, mirando al tendido, sin moverse, como tantos mantenían la imperturbabilidad ante todo lo que pasaba en esos años.

El mito de Manolete es de luto, muerte, sangre, oro y mujeres, entre la madre dominadora, doña Angustias, y la novia corruptora y fatal, Antoñita, Lupe Sino, loca por los toreros como en los años 60 y 70 otras chiquillas perseguirían a las estrellas de la música pop. Dicen que Lupe se refugió en un convento para librarse de la vergüenza y conquistar la dignidad. Rodó películas como El testamento del Virrey, La famosa Luz María, o El marqués de Salamanca y, huyendo de doña Angustias, llegó a México, donde rodó más películas, de toreros y toreras. Decían que era mexicana, pero nació en Castilla, en Sayatón, Guadalajara, ahora cerca de una central nuclear.

Así son las fábulas: pasión imposible y muerte inexplicable, amor y misterio en el quirófano de la plaza de toros el día de la cornada, en el verano espléndido que cantan los músicos de Seattle mezclando toros, amores y mariachis, y confundiendo España y México, tal como sucedió en la vida de Lupe Sino, Penélope Cruz. Adrien Brody, un americano que parece el mellizo auténtico de Manolete, será el torero, después de haber sido El pianista en la Varsovia martirizada por los nazis de Roman Polanski.

A propósito de su Oliver Twist, Polanski comentaba el otro día en este periódico que las compañías aéreas americanas exigen la eliminación de sangre en las películas. El espectáculo pide puñetazos y puñaladas sin sangre visible, y, aunque Manolete murió herido por un toro, sobrevive como un mito elegante e impasible como su peinado con fijador: toreo de mármol, estatuario. Sería desagradable caer en la cuenta de que en los toros disfrutamos gracias a la sangre de un animal.

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