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Reportaje:VIAJE DE AUTOR

Istria, una revelación en el Adriático

De Porec a Dalmacia, en ruta por los pueblos y playas de la península croata

Una mancha en los tests de Roschard. Eso era lo único que sabía de Croacia antes de visitarla: que su morfología se parecía a uno de esos borrones en los que ves cualquier cosa que desees ver. Y que su equipo de fútbol tenía una llamativa camiseta a escaques blancos y rojos. Y que de su capital, Zagreb, era el equipo de Drazen Petrovic, la legendaria Cibona, que había castigado el baloncesto europeo durante más de un lustro. Y que el país era uno de los añicos en los que se había fracturado la antigua Yugoslavia tras una devastadora guerra civil. Poco más. Esta falta de información podría ser, en principio, desalentadora, pero en realidad actuó de acicate, como un impulso liberador de arquetipos e ideas preconcebidas, incitándome a descubrir. Y al no saber por dónde empezar, me dejé llevar por la eufonía de un nombre: Istria.

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En el Cadillac de Tito

La península de Istria, en la parte norte de Croacia, se intuye tierra de tránsito nada más poner los pies en ella. Las numerosas fortificaciones que se encastillan aquí y allá hablan de conquistadores romanos, bizantinos, venecianos, franceses, italianos, alemanes, yugoslavos... y, últimamente, de otro tipo muy peculiar de invasores: los turistas. Una sedimentación cultural que ha impreso un carácter hospitalario en la población, a la vez que cierto escepticismo de quien todo lo ve con la antigua fe del patrón oro, de quien no se fía de la historia porque ha visto mucha, obligados durante tanto tiempo a amoldarse a los cambios, a reinventarse.

Para quien llega por primera vez a Istria, lo que seguramente le llamará más la atención es el contraste entre la mezcla de colores de su interior, esa feracidad de la naturaleza, los perfiles escarpados de sus montañas, frente a una costa bañada por el Adriático, llena de playas tamaño familiar en pleno frenesí, o calitas recogidas tipo zen cuyo azulísimo horizonte va clareando a medida que se acerca a tierra, hasta que el agua deja casi de existir de tan transparente.

Siguiendo esa costa, viniendo de Trieste y entrando por Eslovenia, encontramos numerosos pueblos miméticos, salitrosos, sin nada especial que reseñar salvo que son puramente agradables -qué más pedir- y donde es muy fácil detenerse a comer una parrillada de pescado mientras se contempla el cabeceo hipnótico de las barcas de pesca, o buscar alojamiento mediante alguna de las oficinas de turismo que proliferan en un país consciente de que los dos millones anuales de forasteros que lo visitan son la causa de que se sientan más seguros de su futuro que de su inmediato pasado. No obstante, se agradece que no sea todavía un turismo macdonalizado, de aglomeraciones y autocares y circuitos marcados.

El primer sitio donde hacemos un alto es Porec, una especie de pelota de pimpón que, tras pasar de la dominación romana a la bizantina, seguida de lombardos y francos, Venecia, la Corona austriaca, el imperio napoleónico... hoy nos acoge con cortesía bilingüe -casi todo el mundo habla italiano-, un semillero de templos romanos, hermosos en sus ruinas al igual que esas estatuarias que no pierden la belleza por perder miembros, y, sobre todo, con la herencia de Bizancio, perpetuada en su basílica Eufrasiana -patrimonio de la humanidad- con la finura y belleza del pan de oro. Ya se nota que estamos en un punto caliente del turismo, hay numerosos centros naturistas en los alrededores, tiendas, restaurantes, muchos alemanes y muchos italianos. Antes de continuar, subimos a una de las antiguas torres defensivas venecianas desde las que se pueden admirar las irreales y profundas gamas del azul adriático a medida que se aleja.

El viaje prosigue por unas carreteras en las que no es aconsejable circular a mucha velocidad, pero quizá eso sea una ventaja. Pasamos por Vsar, una pequeña ciudad con puerto seguro, ensenadas pintorescas y una elegante torre que domina el canal de Lim, reserva natural, orlada con la curiosidad de haber sido escenario de las legendarias correrías de Casanova; pero no nos detenemos: vamos hacia Rovinj. Esa joya fortificada rodeada de constantes escorzos boscosos tiene la extraña peculiaridad de recibir al visitante con un fuerte olor que, al principio, parece chocolate, pero que una segunda impresión confirma como tabaco, procedente de la fábrica construida en 1872, Tvornica Duhana. La ciudad moderna, también abigarrada de turistas y con puerto deportivo, guarda en su interior un alma antigua compuesta por una red de pintorescas e inclinadas calles adoquinadas, estrechísimas, en las que se superponen distintos estilos del Medioevo al Barroco, todas custodiadas por innumerables leones de san Marcos que atestiguan que Istria fue durante mucho tiempo Venecia. La calle Grisia nos conduce directamente a lo alto de la ciudad vieja, donde la iglesia de Santa Eufemia nos ofrece de nuevo el eterno idilio entre la costa y el mar, mostrándonos fuera el dedo admonitorio de su campanario de 63 metros, el más alto de la península, como una advertencia contra el paganismo, y custodiando dentro el sarcófago de mármol con las reliquias de la santa que, según la leyenda, llegó flotando desde Calcedonia, en Grecia, lugar de su martirio. Antes de marcharnos de Rovinj, y a riesgo de parecerle un hereje, se recomienda una visita a cualquiera de sus espectaculares heladerías.

Pula, peatonal y cosmopolita

La siguiente parada, Pula, es un capítulo aparte en Istria. Una ciudad, como todas las de aquí, de un tamaño cómodo, peatonalizada, cosmopolita, y que resume perfectamente el espíritu con que Croacia, una vez enfriada la lava de la guerra, ha comenzado a construir sobre ella un Estado joven, europeo, moderno, próspero. Su origen mitológico se relaciona paradójicamente con un fracaso, el de unos colquídeos que, después de perseguir a Jasón para recuperar el Vellocino robado, fallaron en su empresa de capturarlo y no se atrevieron a regresar a su país, quedándose y fundando Pula. Al pasear por sus calles, disfrutando del lujo más exótico del siglo XXI, es decir, el cultivo orgánico del tiempo, la excitación va sustituyendo al cansancio, y el asombro, al agobio. El anfiteatro -Flavijevska ulica / Scalierova ulica-, muy bien conservado, data de la época de Augusto y Vespasiano, y llegó a albergar durante sus espectáculos de gladiadores a 20.000 vociferantes personas. Ahora, limpio ya de sangre, se dedica a enhebrar la luz a través de sus 72 arcos. También es imprescindible ver el Foro y el templo de Augusto, que anudan las principales arterias de la ciudad en un vértice marítimo y, no muy lejos, la catedral -Kandlerova ulica-, de 1640, en la que se observa un curioso reciclaje de edificios romanos, con un suelo de mosaico, un altar construido con un sarcófago romano y, cómo no, un campanario hecho con piedras del anfiteatro.

La herencia imperial continúa en puertas como la de Hércules, las Gemelas o la Puerta de Oro, y en el suelo mosaico de una antigua casa romana escondido en una casa contemporánea, como un insecto cámbrico en una memoria de ámbar. Todo respira ese concepto de lo eterno que, según Spinoza, es el ahora; no algo que nos aguarda, sino algo que encontramos en los momentos breves e intensos. Creencia que de seguro compartiría James Joyce, profesor de inglés durante un tiempo en la ciudad, o cualquiera de los directores que acuden a su festival de cine, el más importante de Croacia, con 52 ediciones ya. Y desde su castillo, erigido en una colina por un enemigo tan íntimo como la Serenísima, podemos vislumbrar un soberbio paisaje, que engloba la siguiente meta: las islas Brijuni.

Las islas Brijuni

En Brijuni no hay que llevar tanto el bañador -hay unas calas fantásticas- como la cámara y un sentido del humor tan kitsch como el pequeño tren con un tractor travestido de locomotora que hace el recorrido turístico. La historia reciente de Yugoslavia campa por sus respetos, al igual que los escasos elefantes y cebras de su zoo, restos de serie de los regalos que le hacían a Tito sus colegas de los países no alineados. El mariscal pasaba allí seis meses al año, y eso se nota tanto en los edificios y monumentos que recuerdan su fosilizada política como en una galería repleta de sus retratos con gente famosa -Sofía Loren, Isabel II...-. A pesar de todo, el día no se pierde si coges un bocata y decides aprovechar para torrefactarte en alguna de sus playitas, o probar la deliciosa gastronomía mestiza a base de pasta (fuzi) y mariscos que nos proporciona el combustible suficiente para enfilar el último tramo.

En efecto, poco a poco vamos acercándonos al golfo de Kvarner, que dibuja una suave curva y se prolonga en la costa de Dalmacia, y a nuestro alrededor continúan interactuando las verdes sinuosidades del paisaje, las azules rectilíneas del mar interior y el límite de velocidad de 80 kilómetros por hora.

La frontera ideal de Istria, Labin-Rabac, herencia histórica de su condición de limes romano frente a los bárbaros o de frontera con Croacia en el siglo X, comienza a perfilarse a un tiro de piedra. Esta triple ciudad, como si de una de las extrañas e invisibles ciudades de Italo Calvino se tratase, reparte su múltiple personalidad entre una urbe fortificada que domina el golfo, otra agujereada de minas y rodeada por barrios de hormigón de la época yugoslava, y una tercera abierta al mar, con una espléndida bahía no exenta desgraciadamente del ladrillo que atrae la marea inmobiliaria y especulativa. No obstante, los paisajes continúan siendo irreprochables. Como nota ya ineludible, nos encontramos de nuevo con el león alado de san Marcos en la iglesia de Santa María, en una atildada placeta, y en la logia de la plaza principal de la ciudad, donde antiguamente se celebraban los juicios y cuyos muros de piedra, antaño ocupados por público, son ahora sustituidos por turistas consultando sus mapas mientras en su rostro se articula gestualmente la eterna pregunta: ¿hacia dónde?

De momento, nosotros sí tenemos una respuesta; el periplo continuará hacia el golfo y, más allá, hacia Dalmacia, el litoral central de Croacia. Con un verano que aquí se prolonga hasta bien entrado octubre, no hay prisas. Por una vez, la excepción es la regla.

Ignacio del Valle (Oviedo, 1971) es autor de Cómo el amor no transformó el mundo (Espasa Calpe, 2005) y de El arte de matar dragones (Premio Felipe Trigo 2004, editorial Algaida)

Vista de Rovinj, con la espectacular torre de 63 metros de la iglesia barroca de Santa Eufemia.
Vista de Rovinj, con la espectacular torre de 63 metros de la iglesia barroca de Santa Eufemia.PETER ADAMS

GUÍA PRÁCTICA

Datos básicos- Prefijo telefónico: 00 385.- Población de Croacia: 4.437.000 habitantes.- Población de Istria, 200.000 habitantes.Cómo llegar- En avión. Lufthansa (www.lufthansa.com) tiene vuelos a Zagreb, la capital de Croacia, vía Múnich y Francfort, desde 580 euros ida y vuelta, tasas incluidas. Desde Zagreb se puede volar a Pula con Croatia Airlines por unos 180 euros ida y vuelta, tasas incluidas.- En avión y barco. De mayo a octubre, la mejor manera de llegar a Istria es volar a Venecia y desde allí coger un barco (www.venezialines.com) a alguno de los puertos de Istria.Información- Embajada de la República de Croacia en España(915 77 68 81). La embajada tiene previsto abrir una oficina de turismo en Madrid en enero.- Oficina de turismo de Croacia (www.croatia.hr; parte de la web está traducida al español).- Oficina de turismo de Istria (52 45 27 97; www.istra.hr). Pionirska, 1. Porec.- Oficina local de turismo de Porec (52 45 17 19; www.istra.com/porec). Zagrebacka, 9.- Oficina local de turismo de Rovinj (52 81 15 66; www.tzgrovinj.hr). Pina Budicina, 12.- Oficina local de turismo de Pula (52 21 29 87 y 52 21 91 97; www.pulainfo.hr). Forum, 3.- Oficina local de turismo de Brijuni (52 45 27 97). Pionirska, 1. Porec.

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