Las palabras del incendio
"LA POESÍA de Juan Eduardo Cirlot está a menudo embriagada de imágenes que avanzan en cascada hasta casi sepultarnos", afirma Enrique Granell en el prólogo de En la llama. Y así se unen estos dos elementos, agua y fuego, quedando el aire para el vuelo -también presente aquí pero fundamental en el Ciclo de Bronwyn-, mientras la tierra es un bajo continuo desde esas hierbas de la transmutación amorosa, ese carbón, esa Gran Serpiente, esas ciudades desaparecidas que se hallan debajo de las flores o las aún existentes, marcos de aparición y de inspiración visionaria, donde se "ven" "las palabras del incendio".
Las palabras de este libro arden de pura incandescencia, porque aunque se produzcan en cascada, la poesía, que para el surrealista Aragon debía ser informe como el agua, para nuestro poeta era "sustitución de la extensión por la intensidad". Y la intensidad lleva al arder. Y el arder a la posterior expansión y hasta a la explosión. Así, en estas páginas, que nos sitúan ante el origen de la poesía de Cirlot, vemos el paso de la condensación al estallido de su material poético. Y todo gira y va a más, pues se constituye en un universo en sí: surgen la "doncella" ya en los Seis sonetos y un poema de amor celeste, el "no mundo" en los Cantos de la vida muerta, y los símbolos favoritos, partiendo de la indagación continua en el campo del arte. Aquí, de modo personal, se incorporan en torbellino las vanguardias -el tiempo de Dau al Set-, y también se esbozan la permutación y la poesía experimental.
El que se adentra en este libro, entra de hecho en un poema sin fin que sacraliza lo real -pues "en la materia está ello (el secreto de la vida eterna)"- y lo entreteje con lo maravilloso y el sueño. Cirlot cumple por instinto la triunidad esotérica de Hermes Trimegisto como ley de acción en los planos del universo: todo equivale a todo. Y en este caso todo es poesía al rojo vivo: "fuego desde la sombra del pensamiento".
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